Regreso a casa. Bueno, a mi “casa” temporal mientras estoy en Nueva York; he rentado el lugar por el día, a sabiendas de que puede que se extienda un poco la estadía, espero que mucho, pero que pronto pueda moverme a un espacio mejor. No es precisamente la zona más exclusiva de la ciudad sino un lugar bastante alejado del edificio de lujo donde está la empresa de Grant.
A medida que me acerco en un Uber, descubro que es como si el coche sobre el asfalto estuviera intentando hacer malabares con los baches. Las aceras parecen un campo de batalla entre las raíces de los árboles y el concreto teniendo una metafórica discusión sobre quién manda aquí. Me pregunto si en algún momento la ciudad consideró en este espacio bastante económico en comparación con otros, la opción de tener aceras lisas y no un parque de aventuras urbano.
Las pocas farolas que quedan en condiciones óptimas están tan inclinadas que parecen estar haciendo una coreografía espontánea, practicando para un espectáculo de danza callejera. Si alguna vez quisiera medir mi capacidad para mantener el equilibrio, esta sería la ubicación perfecta donde practicarlo. ¡Bienvenidos todos a la pista de obstáculos, también conocida como la calle del piso que he rentado!
Los edificios, ah, los edificios son como monumentos a lo más experimental que hay en la arquitectura. Una mezcla ecléctica de estilos que va desde lo retro hasta poner en serias dudas quién fue el profesional que aprobó esto. Cada ventana parece tener su propia personalidad, algunas están tapiadas y otras tan rotas que temo me caiga un vidrio o un escupitajo en cuanto baje del coche.
Los grafitis en las paredes cuentan sus propias historias, aunque la mayoría parecen contar la del Guasón cuando se mete en la ciudad para ilustrar el contraste entre el lujo y la marginalidad. Aquí, el arte callejero y la decadencia urbana juegan a las escondidas, y me resulta un tanto difícil distinguir quién está ganando.
—Llegamos, señorita—me anuncia el conductor, probablemente notando por el espejo retrovisor mi cara de ¿dónde rayos me he metido?
Le pago desde la opción de efectivo en la app y me bajo.
He llegado.
Entro siguiendo las indicaciones de la plataforma donde hice la reserva y subo por unas escaleras entre pasillos que huelen a cigarro consumido. Hasta que llego al piso que rento y eso es otra historia…
Golpeo la puerta y la primera persona que abre es una chica que está fumando algo que huele demasiado fuerte y nauseabundo. Tiene el cabello de un tono muy negro, es delgada y lleva el maquillaje corrido.
—Eh, hola.
—¡Hola! Aquí Stephanie, tú debes ser…¿Ursula?
—Ajá, pasa.
Arrastro mi valija con una ruedecilla que se tambalea porque está un tanto viejita y entro. Hay un sofá en el “espacio común”, una TV, la cocina donde veo algunas cucarachas desfilando y dos en particular que no tienen el menor problema en ser vistas y una nevera que me da un tanto de asco también.
Ursula me enseña cómo usar algunos artefactos y me temo que si el presupuesto me alcanza consideraré comer todo lo que pueda comer siempre fuera de estas cuatro paredes.
—Hay tres habitaciones, nunca te acerques a la habitación incorrecta. En esa de allá—me señala una puerta cerrada—está actualmente “Riquerdo”—por algún motivo sospecho que está pronunciando mal el nombre—quien sale muy poco, pero tiene un trabajo desde casa y sale muy poco. No lo molestes, es bueno pagando. Aquella de allá—me señala una puerta abierta donde se observa una cama desordenada y una TV encendida—, es mi habitación, tienes totalmente prohibido el ingreso y acá es donde te alojas tú.
Llegamos a mi cuarto.
Me entrega la llave y se encierra en su cuarto.
Una vez dentro, agradezco por fin un espacio donde poder vivir mis propias crisis.
Cierro la puerta de mi habitación en este lugar un tanto marginal al que tendré que llamar temporalmente "hogar". La alfombra tiene más historias que las páginas de un libro antiguo y el zumbido constante de la ciudad se filtra por las ventanas al igual que las cañerías viejas entre las paredes, pero este es mi refugio momentáneo al fin. No había ninguna otra cosa a ese precio de ganga y realmente no hubiera podido pagar por algo un poco más costoso así que en buena hora que le encontré.
Lo primero que hago es sacar de mi bolso de mano un cuadro pequeñito que ubico en la mesita de noche junto a una cama donde creo que dormiré cómoda, pero le tengo miedo a las sábanas.
Me siento frente al cabezal y miro la foto de mi madre en el pequeño marco que acabo de dejar reposando.
Su sonrisa sincera parece iluminar la habitación. Sus ojos parecen decirme que todo estará bien, incluso cuando las cosas parecen ir un tanto caóticas.
—Mamá, lo haremos—le prometo a la imagen de mi madre quien sonríe a la cámara mientras, probablemente, papá nos tomaba esa foto cuando yo era una niña—. Voy a hacer de este trabajo en Grant Enterprises un gran éxito. Seré la mejor que hayan visto—le prometo en voz baja, como si ella pudiera escucharme desde algún lugar en el universo; seguramente sabe de primera mano sobre mi desesperación, motivo por el cual también di absolutamente todo para conseguir este empleo.
Repaso mentalmente las situaciones cómicas del día, desde las entrevistas hasta las hilarantes especulaciones sobre el señor Grant. Sí, esto es Nueva York, y puede que mi casa temporal no sea un palacio o al menos un piso digno, pero estoy decidida a convertir cada experiencia, incluso las más peculiares, en algo memorable, quizá con menos batallas de chistes malos.
Enciendo mi lámpara de escritorio y despliego mi portátil sobre la mesa. Empiezo a preparar mi estrategia para enfrentar mi primer día en Grant Enterprises ya que he recibido al mail una carpeta con lineamientos y reglas de la empresa. Es hora de conquistar esta jungla de concreto.