Al día siguiente, en la mañana, en medio del bullicio navideño de la calle y luego entre el espíritu navideño en la oficina y el caos de mi proceso de familiarizarme con un nuevo sistema operativo, decido tomarme un breve descanso antes de proceder con la mañana de hoy.
Me encamino a hacer un café en la cafetera reluciente que ocupa un rincón festivo dentro de los espacios de co-working. Sin embargo, mis habilidades con la tecnología moderna, aparentemente, no se aplican a las cafeteras de última generación. ¿A quién se le ocurre ponerle tantos botones a una máquina que solo debe llenar un vasito de café y ya?
—Tiene que ser una broma—murmuro, tratando de comprender los intrincados botones y luces de la cafetera futurista, pero termino metiendo una cápsula que no me tira café sino que me arruina la cápsula y la debo tirar. Me siento pésimo por tomar la iniciativa de hacer esto, pero me siento sin otra opción.
Pruebo con una cápsula nueva y justo cuando creo que he descifrado el código cafetero, ocurre el desastre. El café empieza a brotar por todos lados y la desconecto justo cuando comienza a chorrearse por el piso y lo detengo con unas toallas de papel antes de que manche la alfombra.
—¡Oh, no! ¡Abortar misión café!—escucho una voz desde la entrada al co-woring.
En ese preciso momento, Javier, el maestro de las pantallas led navideñas se aparece como un ángel salvador. Con un par de gestos hábiles, logra detener la inundación de café y salvar la cafetera de una tragedia digna de una chica que acaba de iniciar su segundo día de trabajo estropeando artefactos vitales para la empresa.
—Descuida, nadie nace aprendiendo a usar cafeteras—me dice con una sonrisa en el rostro mientras saca la taza y me la deja a un costado.
Tiene un color raro, como si fuese un agua sucia, no café en sí mismo. Me lo acerco a los labios y le doy una probadita, corroborando que esto no puede ser bueno para la salud.
—Creo que me compraré un café abajo—le digo, aunque él se niega.
—No quiero parecer un “machirulo” de esos que le enseñan a la chica cómo se hacen las cosas, pero si quieres te muestro y será de utilidad para cuando el jefe te pida un americano doble sin azúcar.
—¿Eso no sabe a combustible? Ha de ser super amargo.
Se encoge de hombros.
Okay, el tipo de bebida combina justo con Alenader Grant.
Acepto su generosidad y me muestra en qué posición debo colocar la cápsula al igual que los botones que deben colocarse según el tipo de bebida, la temperatura, cantidad de espuma y si quiero o no agregado con crema.
Javier lo hace parecer sencillo, incluso su sola presencia es un destello de alegría y generosidad alrededor. Él incorpora el espíritu navideño en su estilo de vestir, desde el suéter con renos que se le ve cool hasta los zapatos deportivos lustrados que le atribuyen un deje de comodidad cool.
Más allá de su apariencia, la actitud de Javier es tan atractiva como su físico. Su energía positiva contribuye a la atmósfera festiva y amigable de la empresa, no obstante creo que le estoy mirando demasiado y él lo nota.
—¿Va todo bien?—me pregunta.
Parpadeo, volviendo a Tierra, a mi verdadera identidad.
—Gracias a los duendes navideños que estabas cerca, Javier—exclamo, riendo ante mi propia torpeza y le recibo la taza con un humeante capuccino que sabe delicioso—. Rayos, te quedó buenísimo.
—Agradécele a la tecnología, yo solo apreté dos botones y ya.
—Como la vida misma. Cuando quieras te puedo enseñar más cosas.
¿Hummm? Medio me atraganto con un trago y debo dejarlo pasar. Claramente ha sido entrenado por el casanova más popular de Nueva York, Alexander Grant.
—Sí, las luces led está bien—le digo, con cierta distancia—. Por el momento, prefiero seguir escogiendo la posición de las guirnaldas.
—Sí, pero me refería a que podríamos hacer otras cosas.
Rayos, esto sí que me deja con la cara arrastrada por el suelo. Claramente esa bondad no podía ser inocente.
—Javier…
—Cuando gustes podemos divertirnos, ya sabes, ir por unos tragos. ¿Ya conociste la noche de la Gran Manzana?
—Javier, yo…
—¿Sí?
—Eres un chico muy atractivo, pero no quiero entrar al trabajo haciéndome fama de la buscona de la oficina. Solo prefiero mantener la diplomacia.
—¿Eh? No te sigo, Stephanie.
—Que prefiero no salir contigo, ya sabes, los rumores y demás. No sé si Alexander Grant quiera saber que la recién llegada ya anda intimando con sus empleados.
Suelta una risotada que le detiene de su propio capuccino que se está haciendo.
Acto seguido saca su móvil y me enseña una foto. Hay dos chicos dándose un beso con un enorme árbol de navidad de fondo.
—Un momento, ¿ese eres tú?—le pregunto, ensimismada—. Rayos, eres bisexual.
—¡No, Stephanie!—suelta una carcajada—. Cien por ciento gay y él es mi prometido, Jackson.
¿Nuevamente esa idea de querer que se abra un pozo en el suelo y te sumerja en lo profundo? Claro que así es como me siento ahora mismo. De pronto me pongo tan colorada que creo que llegaré a mi punto de ebullición en cualquier instante.
—Steph…
—¡Lo siento, lo siento, lo siento! ¡Creí que estabas intentando…! Ayyyyy. ¡El mejor color para vuestro árbol de navidad sería una gama completa de los colores del arcoíris!—intento bromear, pero me siento estúpida.
Para mi suerte, suelta una risotada.
—Sabía que eras bromista y estuvo bueno. Por cierto, mujer, descuida, fue falta de tacto de mi parte. Pero sigue siendo una opción—saca su taza y se acerca a la puerta para seguir su camino—, cuando quieras un poco de fiesta me dices y salimos. Algo más divertido que la noche de cóctel de hoy, no creo que te diviertas tanto con Alexander como con Jack y conmigo. Por cierto, Valerie te andaba buscando hace un momento, no la hagas esperar porque es brava.