Chica nueva, jefe nuevo

Capítulo 13

 

El atardecer del cóctel se cierne sobre la hora indicada mientras estoy en la oficina de Valerie, y yo, como una estrella fugaz de la decoración navideña, estoy en plena acción, intentando no tropezar con mis propios zapatos y evitar convertirme en el desastre ambulante del espíritu festivo tras las enseñanzas de Judith. Que cómo debo considerar comer parada, cómo es que debo saludar a alguien de cierta jerarquía, hasta qué punto hablar y hasta qué punto no hacerlo. Esto es prácticamente la educación para señoritas de las películas del siglo XIX, pero no me queda más opción que aceptarlo y seguir mi camino.

De repente, irrumpe en la sala Alexander Grant, buscándome entre el caos de saludos con la mano y con un beso, depende la ocasión. Nos volvemos de piedra a él y me quedo estupefacta.

—Stephanie, es hora de brillar en el coctel. El chofer nos espera abajo—anuncia Alexander con una sonrisa elegante, mientras intento deshacerme de las cintas navideñas que se me acaban de caer del ornamento de la oficina y que parecen haber conspirado contra mí.

Un hola al menos, ¿no?

Judith me ayuda con las cintas y me encamino hasta incorporarme a su lado tratando no parecer lesionada mientras ando con los zapatos nuevos entre tacón y punta, tacón y punta.

—Señor Grant—le saludan ambas.

Seguro que se han quedado tan embobadas como yo al verle. Mientras que mi atuendo es el mono de vestir, él viene con un esmoquin de etiqueta que le hace notar como el hombre distinguido que es.

La elegancia del traje resalta su porte atlético y su presencia parece envuelta en un aire de sofisticación.

El esmoquin, perfectamente ajustado, acentúa sus hombros amplios y su figura de “estoy buenísimo y lo sé”. La solapa del traje añade un toque de refinamiento, y sus ojos, ahora destacando entre la oscura tela, capturan la luz de una manera que deja entrever su encanto magnético.

Mientras él ajusta discretamente el nudo de su corbata, mis pensamientos divagan hacia la idea de que el mismísimo Santa Claus podría tener competencia en la lista de "personas que despiertan suspiros". Sus ojos oceánicos son dignos de pasar por una película con una dirección de fotografía estupenda.

En cuanto me acerco a él, me embriaga el aroma de su perfume costoso y espero a que me sujete del brazo como me dijo Judith que él haría, pero no sucede.

—Vámonos—me corta en seco y debo seguirle el paso mientras andamos hasta el ascensor.

Una vez dentro del cubículo de lata con vidrios espejados, él marca la planta baja donde seguro afuera nos espera el chofer y aprovecho para cantarle las cuarenta:

—Le sienta muy bien el esmoquin, señor Grant, pero a usted también le vendría bien una clase de refinamiento.

Levanta una ceja, ni siquiera me mira directamente.

—¿Por qué lo dices?

—Porque aprendí un montón de cosas para nada, se supone que esta noche seré su “pareja”.

—Sí, pero eso no te atribuye capacidades especiales dentro de la empresa.

—No es necesario que se siga escondiendo señor.

—¿Esconderme yo?

Por algún motivo hablarlo con Javier fue mucho más fácil, pero ambos hombres tienen un temperamento muy diferente.

—S-sí, ya me di cuenta de todo—le admito con un poco de nerviosismo tratando de entender cómo andar en el terreno minado que implica la puesta en contacto con él.

—¿Acaso crees que hubo alguna clase de intereses distintos en tu contratación, Stephanie?

—Yo lo sabré entender, la sociedad está muy…avanzada, pero créame que puede contar conmigo cuando lo necesite, señor.

Llegamos a planta baja y salimos hasta la recepción. Debo apresurarme con mis tacones guardando cuidado de no enredarme con mis propios tobillos.

—¿A ver, qué es lo que ya entendiste? No me gustan las letras chicas, me agrada que podamos aclarar todo de buenas a primeras. Buenas noches, Jaime.

Jaime, el chofer que nos llevará ahora, se encarga de abrirme la puerta en la parte de atrás mientras Alexander lo hace por sus propios medios.

—Buenas noches, señor. Señorita.

El color del cielo es de un intenso rosa y la luna ya marca su semblante en lo alto. Es extraño un cielo despejado en la ciudad de Nueva York.

Ya con ambos en la parte de atrás y Jaime en el lado de conductor, Grant me sigue picando mientras yo misma intenta dilucidar cuál es mi función.

—Sigo esperando tu respuesta, Stephanie—me insiste Grant.

—Bueno, yo… Sé que fingir ser su “pareja” esta noche implica mucho más que ser la mujer florero del mismísimo señor Grant.

—Eres solo una empleada de mi compañía a quien juzgo ideal para que me acompañe a un evento como este, ¿acaso está mal? No me gusta que digas eso de “mujer florero”, Stephanie.

—Entonces puede llamarme su “disfraz de heterosexual”.

Silencio.

Él se vuelve a mí, esta vez sí me mira fijo.

Yo me vuelvo a él.

¿Por qué siento que me quiere besar o arrancar los ojos? Ambas opciones son propias de alguien tan indescifrable como es él.

—¿Qué dijiste?

—Yo…

—Stephanie, explícate.

Pienso en Javier y no entiendo por qué con él fue todo tan sencillo, pero con mi jefe no. Definitivamente cada quien tiene su personalidad.

—Entiendo, señor Grant, que usted es gay. Y yo debo fingir ser su pareja para que los demás no lo sepan. ¿Verdad?

—¿Que yo qué?

Escucho una risita de parte del conductor, pero pronto acomoda su gesto.

—Stephanie, tú solo vienes a acompañarme al evento. Eres mi pareja esta noche para asistir, no debes “fingir” absolutamente nada. Eres mi compañía y yo la tuya, no vamos a mentirle a nadie con una relación que no existe. Y no soy gay tampoco, pero no es algo que tenga en la obligación de aclarar contigo.

Rayos.

Rayos, rayos, rayos.

Okay, esta es la parte donde abro la puerta del coche y me aviento, ¿no es así?




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