La euforia festiva del alcohol me envuelve como una manta brillante, consiguiendo que mi estado de ánimo, impulsado por mi enojo hacia Alexander Grant por su destrato y también por las copas que me he bebido un poco demás, me impulsa a buscar más diversión. Grant solo es un par de manos que intentan sostenerme como si yo no pudiese pararme por mis propios medios, anda encima de mí, tratando de sujetarme mientras mi entusiasmo desbordante choca con su incomodidad palpable.
—¡Qué buenoooo! ¡Otra cccopa!—digo arrastrando la lengua, buscando las bandejas que se sirven—. Por ciegto, Grang, ¿cuándo empieza la sugasta?
—No hay ninguna subasta, Stephanie. La gente que llega al cóctel paga una entrada con un donativo de transferencia o cheque y disfruta la velada.
—Wooow, ¿y cuánto regaudaron?
—No tengo idea, no es mi fundación. Esto solo es hacer lobby. Y deja de beber, por todos los cielos.
Me quita la copa de la mano y la devuelve a uno de los mozos que pasa con bandeja.
—¡Oye!
¡Él mismo me dijo antes que procure andar siempre con una copa llena! Es decir que si se me vacía, debo tener otra nueva y así.
Ya ni siquiera creo recordar por qué estaba enojada con él.
—¡Señor Grang, esta fiesta es fantástigaj, pero necesitamos más... movimiengos navideñosss! —exclamo, intentando arrastrarlo hacia la pista de baile mientras él trata de mantener cierta compostura.
—¿Qué haces?
—A la pista de baig…
—Eso no es una pista, por todos los cielos, es gente tocando el violín. Y te sugiero que no intentes moverte demasiado sino la gente se dará cuenta de que estás borracha y no quiero que terminemos montando un numerito.
Su expresión molesta refleja su deseo de que esta noche, en su deseo, hubiera seguido un guion más tranquilo. Mi risa descontrolada resuena en el aire mientras él trata de contener mi entusiasmo desbordante.
—Creo que ya es hora de irnos a casa—sugiere, pero mi determinación festiva no se detiene.
En un movimiento hábil, logro esquivar su agarre y entre tambaleos, me hago de mis zapatos de tacones en las manos para no caerme de un golpe y me escabullo hacia la puerta. De repente, me encuentro en la calle, con luces parpadeantes y risas flotando en el aire. Mis pasos me llevan hacia un bar cercano donde la música envolvente y las siluetas de personas bailando prometen una continuación perfecta para mi noche de diversión desenfrenada.
“Bar Latino” dice el letrero o eso creo, me gusta la musiquita inspiradora de movimientos de cadera y este lugar parece tener exactamente eso que busco.
Parece ser justo el paso de las copas al baile en el lugar. La seguridad ríe entre sí y me miran como si fuese un trozo de tocino caliente.
Sigo adelante y deduzco que quizás estoy muy formal y por eso me miran raro.
—¡Steph! ¡Stephanie!
Me vuelvo en la dirección desde la cual acaba de venir la voz y caigo en la cuenta de que mi amigo Johnny está aquí. Mi rostro se ilumina al verle entrar. Se ha quitado el delantal, pero aún lleva el uniforme de camarero.
Y me alegra muchísimo verle aquí conmigo.
—¡Johnny! ¡Ay, qué alegría hayasss venido! ¡Esgúchate esa!—le digo, para que me acompañe con los pasos de baile al ritmo de la canción.
—Stephanie, para un poco, por favor.
—¡”Pégate un poquito a mi gueeeerpooo, yo quiero sentig tus labiossss”!—le canto, moviéndome al ritmo de la música.
Él se acerca a mí oído y me dice:
—Afuera está Alexander Grant y me permitió entrar a hablar contigo antes de que él mismo sea quien te saque con seguridad.
—¿Eh?
Miro a las puertas vidriadas y en efecto ahí está con los brazos en jarras, esperando a hacer su entrada triunfal e imponente de “yo soy el mandamás y hago lo que se me antoje”.
—No sabía que eras la pareja de él.
—Novia nooo.
—Como sea, no voy a profundizar en los compromisos que tengas con él. Y creo que sé por qué estás así. Te conozco desde siempre y sé que eres orgullosa, que tienes una cabeza brillante, pero a veces tus emociones te hacen un tanto impulsiva.
—¡”Ponte pa mi, bebesitaaaa”!
—Y sí—me sujeta por los hombros y me sigue mirando directo a los ojos—, sé que te gusta la música y bailar, pero jamás te gustó el alcohol. Deduzco que Grant ha llevado tus cabales al extremos, es un hombre que tiene fama de ser estricto y arrogante, pero no dejes que esto te supere. Sigue siendo un millonario afamado en los negocios y no me perdonaré nunca si permito que pierdas la oportunidad que sea que hayas podido pactar con él.
—Yo… No sé si deba… Trabajar para él…—le admito, tratando de centrarme nuevamente en la Tierra y tratando de cerrar cuánto es dos y dos.
—Sí, claro que sí. Tu puedes hacer esto. Ve más allá de todo, sácale la experiencia y el dinero a Grant, hazte de todo lo que puedas, sus contactos, emprende, haz tus cosas, pero no pierdas la oportunidad. Le dejaré entrar, le pedirás disculpas y permitirás que te regrese a tu casa para luego irte a trabajar como si nada de todo esto hubiese pasado—me propone—. Te lo dice alguien que sabe lo que es venir de otra ciudad, moverte varias veces y finalmente encontrar algo que nunca sabes si será fijo o estable, pero se hace lo que se puede y uno mataría por estar en tus zapatos ahora mismo. Bueno, aunque no lleves zapatos.
Miro mis manos.
¡CARAMBA, MIS ZAPATOS!
—Los tiene Grant—me dice—, los arrojaste en la calle al cruzar.
Vuelvo a mirarlo y una parte de mí se siente en cierto modo agradecida de que Alexander Grant no se haya marchado y siga ahí para mí.
Me lo pienso.
Y lo pienso.
Y lo pienso.
Caray, realmente siento que tiene razón, pero a la vez no quiero que tenga razón.
—Prométeme que no echarás a perder el trato que sea al que hayas llegado con el señor Grant, pese a su pedanía y malos modales. ¿Okay?