Ya con Johnny lejos de mi campo visual y el golpe de nostalgia intercambiado por el golpe de realidad, me centro con la vista enfocada en los ojos profundos que se ciernen sobre mí bajo un tono gris oscuro intenso.
Creo que nunca los había visto así y una parte de mí se lo quiere preguntar, pero no está para charlas ni buenas migas.
Alexander Grant me sujeta del codo y se acerca a mi oído para decirme:
—Nos vamos.
Intento oponerme a su intento y lo meto un poco más en lo que hace a la pista de baile.
Mi ángel guardián que me trae los zapatos, o mejor dicho, el grinch de navidad que acaba de llegar para buscarme.
—Stephanie, esto se ha vuelto demasiado... —comienza a decir, pero decido interrumpirlo y llevarlo a la pista de baile, ignorando su descontento o mi estado al borde del quiebre. Bailar es la respuesta a todo.
—¡Tu solo…baila que esa es…la mejor terapppia!—intento no arrastrar tanto la lengua, creo que el alcohol que me desinhibió ahora ya es parte de mis posibilidades de hacer las cosas de manera diferente, al menos para intentar controlarlo—. ¡Incluso podríamosp…patentarlo y hacer millones! ¿Qué opina…señor Grant? —le pregunto, esperando arrancarle al menos una sonrisa, aunque su expresión sigue siendo más helada que los enanitos en la empresa de Santa haciendo regalos en norteamérica para Navidad.
Coloco mis manos en las suyas y lo obligo a moverse. Me alegra verle agitar sus hombros de un lado a otro mientras intento sacudirlo, pero en verdad creo que es mi propio mareo lo que me produce esa sensación ya que es macizo como la roca.
A un lado y al otro, a un lado y al otro.
—¡Stephanie…!—insiste él.
En cuanto creo que me puedo centrar en su rostro, por algún motivo todo sigue dando vueltas.
—¿Eh?
—Si no nos largamos ahora…
—¿Que ahora…qué?
—¡...que si no nos vamos….!
—¿Dónde vamos?
—¡...estás despedida!
—¿Que yo…qué?
No lo contengo más y debo apartarme de él para filtrarme entre los tumultos de la gente y llego hasta lo que parece ser un baño. Empujo a unos tipos que están alrededor y me meto en uno de los cubículos, cayendo de rodillas frente a la taza y me arrojo una vomitona.
En cuanto está afuera eso, intento despejar mis pelos, pero descubro que mi cabello ya está tirante hacia atrás.
Me muevo de costado y observo que Alexander me lo sostiene. Me pasa un paño de papel y me limpio la boca, plenamente avergonzada.
Creo que el ataque de mareo que me estaba dando antes acaba de cesar abruptamente como una puerta cerrándose de manera abrupta.
—¿Estás bien?—me pregunta Grant—. ¿Segura no quieres vomitar más?
Niego, mientras me suelta el cabello.
Me ayuda a ponerme de pie y un guardia de seguridad se acerca al baño con una botella de agua fresca.
Evidentemente no ha sido suficiente hacer el ridículo en el cóctel de la fundación sino que también he tenido que montar una escena acá en el bar, he de ser la que más temprano bate récords en caer ebria.
Tras enjuagarme la boca y arrojar el deje amargo que tengo, dejo que me acompañe hasta afuera y esperamos un momento en la puerta mientras él se quita el saco y lo coloca sobre mis hombros ya que el cambio de condiciones y de temperatura me acaba de provocar un intenso tembleque.
—Lo… Lo siento—murmuro con algo de pena—. Estoy en problemas verdad.
Le miro de reojo.
Sus labios son una fina línea que no pretende emitir una sola palabra.
Una vez que subimos en la parte de atrás, arranca el auto y me afirmo contra el vidrio mientras mi cabeza divaga en el consejo que Johnny me dio antes de no echar a perderlo todo.
Creo que lo hice finalmente.
No por el alcohol, sino porque tuve un arranque de furia ante mi orgullo y la pedantería de este millonario sabelotodo y ahora caigo en nociones de que necesito no perder el empleo, aunque no sé por cuánto tiempo podría tolerarlo sin sentirme humillada.
Como sea, no quiero que Grant me condene esta noche con su silencio.
—Señor Grant…—murmuro.
Nada, no contesta.
Insisto:
—Señor. ¿Sabe usted…cuál es el baile favorito de Santa Claus?
Se sigue llamando al silencio. Así que completo sin que él me lo pida:
—¡Pues…es el pole norte!
Arroja una risita el conductor y sé que no estuvo tan mal.
Alexander Grant se vuelve a mí de costado finalmente y me entrega nuevamente mis zapatos.
—Rayos. Gracias…
Me agacho y los coloco con algo de torpeza, pero me sorprende notar que me ayuda a hacerlo y le dedico una sonrisa agradecida. Parece ser que el grinch de navidad tiene al menos un mínimo de consideración al estilo Cenicienta.
Sigue sin dirigirme palabra hasta que llegamos a un edificio de lujo y Gran baja. Luego me abre la puerta.
—¿Qué haremos acá…? Oh—caigo en la cuenta de que es la casa de él y que acá me llevan a la mía—. Buenas no…
—Baja, Stephanie—me corta.
Creo que me tendré que tomar un taxi desde acá para ir a mi piso en el otro extremo de la ciudad.
—G-gracias, buenas noches—le digo al chofer.
—Buenas noches, señorita Taylor. Señor Grant—se despide él y se marcha.
Una vez que estamos al frente de su edificio, él marca para entrar y le pregunto:
—¿Puedes…pedirme un Uber? Creo que mi móvil está muerto en mi cartera. Temo irme a cualquier parte y no conozco la ciudad.
—No—me corta en seco.
Parpadeo, con el corazón agrietado.
Tras mostrar su rostro por el escáner de reconocimiento facial, el portón principal de ingreso al edificio se desbloquea y me habla con voz severa:
—No te irás en ese estado a tu casa, Stephanie.
—¿Qué? ¿Y entonces?
—Te quedarás acá esta noche. En mi casa. No puedo dejar que regreses así como estás, podría sucederte cualquier cosa. Dormirás en la habitación de invitados y te irás por la mañana. ¿Okay?