Chica nueva, jefe nuevo

Capítulo 17

—No te vas a ir a ninguna parte.

—¡Papá!

—Niños, vayan a la cama.

Mis hermanitos toman sus cosas y se van a la habitación. Ha sido un día de trabajo duro en el campo, Ian y Kelly tienen solo 10 y 12 años, pero deben colaborarle a papá en su empleo en los campos para sobrevivir.

Sé que eso debería denunciarse como trabajo o explotación infantil, pero es parte de los acuerdos de la familia para poder ganarnos la vida. Colaboré hasta donde me fue posible, luego encontré mi profesión desde la cual pude brindar ayuda a la familia con los costes necesarios y eso fue suficiente para que papá deje de molestarme, pero siempre creyó que lo mío es más bien parecido a un pasatiempos que a un trabajo con todas las de la ley.

Aunque me cueste admitirlo, él nunca creyó en mí, pese a que yo misma tuve que aprender a hacerlo.

Mamá siempre me dijo que tenía potencial, aunque no sabía muy bien para qué, lo tenía. A su parecer. Y quizás una vez que ella se fue, me dejó esas gafas que me permiten verme hacia adentro y saber que puedo hacerlo. Quizá se haya debido a que ella pudo creer en mí que ahora solo me queda a mí el poder hacerlo.

Los esfuerzos a diario se multiplicaron para tratar de encontrar un empleo y todo fue cambiando cada vez más y más hasta dar con mi objetivo. El empleo “soñado”. Pero a papá no le gustó cuando se lo planteé y no esperó a que mis hermanos se fuesen a la cama para gritarme. Y yo también le grité:

—¡Toda la vida fuiste un fracasado y eso no significa que tengas que condenarnos a nosotros a serlo también!

Entonces sucedió.

Una sola vez en la vida me golpearon y fue esa.

Papá me sacudió el rostro de una bofetada a la cual no le puso toda la fuerza que hubiese querido considerando su porte de hombre mayor que hizo su vida a base de esfuerzos en el campo.

—Espero que sepas entender cuán difícil es ganarse uno la vida y sostener a una familia, a tus hijos. Seguir adelante cuando pierdes a tu pilar fundamental y que venga una mocosa a querer darte lecciones de cómo pudiste haber hecho las cosas mejor. Vete, Stephanie. Haz lo que quieras. Pero no digas que no te avisé. La vida es mucho más que ese cuento de hadas en el que tú vives. O crees que vives.

Me dio la espalda y mis hermanitos desaparecieron en las habitaciones. Yo me quedé en el suelo un rato, pensando y llorando y pensando hasta que el mundo terminó de trazar mi destino y me puse de pie finalmente para cerrar ese capítulo de mi vida y llegar a Nueva York.

Cuando ya lo perdiste todo, sabes que solo te queda una cosa por hacer: jugarte la cabeza a ganarlo todo, a hacerlo diferente y a conseguirlo de una bendita vez.

 

Mis ojos se abren y aún siento la bofetada de mi padre en mi rostro. Poco a poco me voy aclimatando al lugar, dejando atrás esa suerte de sueño y de recuerdo marcado por el dolor tanto del alma como del cuerpo.

Hay luz del sol matutino que se filtra a través de las cortinas, acariciando mi rostro y despertándome en una cama tan cómoda que me siento como si estuviera flotando en las nubes. Mi mente, que aún lucha contra los vestigios de la noche anterior, comienza a hacer malabares con recuerdos fragmentados y risas descontroladas.

Abro los ojos y miro alrededor, observando la elegancia y la simplicidad que rodea este espacio, que a su vez es tan amplio que el piso completo donde me encuentro viviendo en esta ciudad podría caber aquí.

Mi cabeza me duele y me siento un cliché al tener que preguntarme… ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? Las preguntas flotan en mi mente como pequeñas burbujas de confusión.

Mis recuerdos, como piezas dispersas de un rompecabezas, empiezan a encajar lentamente una a una. El edificio de Grant, el árbol de Navidad del tamaño de un rascacielos, la risa y los chistes malos. Ah, claro, ¡la extravagante fiesta navideña en el apartamento de Alexander Grant!

Me incorporo en la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas de alta calidad, esto debe de tener más hilos que todas las ovejas de los campos en Ohio. Mis ojos se posan en las decoraciones elegantes y en los detalles que revelan el buen gusto de mi anfitrión. Un espejo en la pared me devuelve la imagen de una Stephanie ligeramente despeinada pero con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro.

—Suerte que acabé acá y no en el Polo Norte—me digo a mí misma tratando de discernir mi alrededor.

Me levanto con gracia cuestionable, como si el suelo estuviera a punto de desaparecer bajo mis pies, y me dirijo hacia la puerta del cuarto, pasando de largo por un espejo grande que tengo delante.

Y me regreso para mirarme.

Echo un vistazo al mueble que está en el otro extremo del cuarto y descubro un mono bellísimo doblado de manera cuidadosa y mis zapatos debajo.

Un momento, ¿qué?

Estoy en ropa interior.

El corazón me da un vuelco al caer en la cuenta de lo que está sucediendo y creo que me va a dar un ataque en cualquier instante. La resaca emocional de la fiesta navideña se combina con la curiosidad de descubrir qué más sorpresas me esperan en el apartamento de Alexander Grant que hayan entrando el extraño cajón de “lo que no recuerdo una vez que entré a este lugar”.

Rápidamente busco en un armario a disposición que hay en lo que él llamó anoche “cuarto de invitados” y doy con una bata de paño.

Me la coloco y me envuelvo en ella para ver dónde fue que quedó mi dignidad.

Adentrándome en el interior del apartamento de Alexander Grant, me encuentro inmersa en un mundo donde la opulencia y la tecnología se entrelazan en una danza elegante. El vestíbulo, más parecido a una galería de arte futurista, está adornado con esculturas modernas y una iluminación fría, lejana del estilo navideño de nuestra empresa.

Sigo andando por unos  pasillos que parecen infinitos, decorados con obras de arte contemporáneo y espejos estratégicamente ubicados que crean la ilusión de un espacio sin fin. Mis pasos, aunque un tanto tambaleantes, se mezclan con la sinfonía visual que me rodea hasta que capto música desde un sector lateral.




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