Chica nueva, jefe nuevo

Capítulo 21

El lujoso auto de Alexander Grant nos lleva desde el hospital hasta mi humilde morada, donde la extravagancia del vehículo contrasta notoriamente con el peculiar ambiente de la dirección donde llegamos. Al llegar, la vergüenza se apodera de mí, porque, a diferencia de la elegancia de su auto, mi hogar es un crisol de rarezas y criadero de alimañas.

No dice una sola palabra ni de las calles agrietadas en el vecindario ni que es atípico ver un coche como el suyo en este lugar.

El edificio, con su fachada un tanto descuidada, nos da la bienvenida, y Alexander se suma a esta excéntrica travesía hacia mi piso. Mientras subimos las escaleras, la tensión se incrementa, sabiendo que estoy a punto de presentarle a mi jefe el caos organizado que llamo hogar de manera que me queda un tanto penosa.

—¿Más escaleras?—pregunta él tras ayudarme hasta andar a la entradas.

—Juro que había olvidado. Rayos.

—¿Cómo harás para subir y bajarlas hasta que te recuperes, Stephanie?

El orgullo se apodera de mí y le contesto:

—Me las puedo arreglar.

—Como digas—me dice y me carga como a un bebé una vez más escaleras arriba.

Es tan fuerte y entrenado que levantarme se le hace como si fuese yo una muñeca plástica pequeña con la cual hacer lo que guste.

—Acá—le digo a mi carruaje de escaleras.

Me detiene y el corazón se me hace un nudo. Quiero disculparme por el lugar donde vivo, pero no me atrevo. Él tampoco hace comentario de las paredes agrietadas, lo cual me sorprende bastante viniendo de él.

Al abrir la puerta, la realidad se revela ante nosotros. Una compañera de piso armando cigarros con una extraña hierba que no es té de hebras está frente a la mesita de la TV junto a otro que está echado hacia atrás mirando el techo, probablemente en estado de trance son quienes nos dan la bienvenida. 

El que antes permanecía encerrado en su cuarto, sigue ahí escuchando heavy metal.

La mezcla de personalidades excéntricas en el salón principal es casi surrealista.

—Ejem, ¡hola! —exclamo, intentando tomar la situación con humor mientras señalo a cada personaje con una sonrisa nerviosa y sigo adelante. Los otros apenas nos miran y me vuelvo al señor Grant para hacerlo pasar rápido e ir hasta mi habitación—. Por acá, ven.

La expresión en el rostro de él sigue siendo indescifrable y basta con ver pasar a una cucaracha en cuanto estamos dentro para usar mi único pie sano a fin de matarla y me tambaleo, consiguiendo que él me sostenga mientras la bicha aún cruje bajo mi pantufla.

—¡Oh, estas son nuestras adorables mascotas! ¡Nos mantienen en constante alerta! —digo, tratando de disimular mi incomodidad mientras intento espantar a otra cucaracha en el alféizar de la ventana.

Alexander, aunque sorprendido, maneja la situación con una calma inesperada y me contesta:

—Me dejé el traje en el maletero, bajaré a buscarlo así puedo ducharme. ¿Tú qué harás?

—Creo que me bañaré sentada.

—Te ayudo.

—¡No!

Acto seguido se marcha y baja las escaleras.

Lo espero en la puerta de mi habitación con la idea de que probablemente vaya a arrancar su coche y marcharse para desaparecer tajantemente de mi vida para siempre.

—Si se queda más de una noche, debe pagar renta—suelta mi anfitriona, desde el sillón.

—Solo vamos a ducharnos… ¡Separados! Claro, él primero, yo luego—comento, tratando de sonar casual mientras observamos el vapor escapar por debajo de la puerta del baño.

La chica rara asiente con complicidad.

—Ohhhh, ya, entiendo.

Se vuelve a su compañero y lo recoge de un brazo.

—Creo que ya nos íbamos.

—¡Lo decía en serio!—le aclaro—. Solo una ducha.

—Sí, sí, descuida. Volvemos luego.

—¿Eh?

Me guiña un ojo y sale.

Finalmente se cruza a Alexander en la puerta y se marchan para que quedemos los dos a solas.

Bah, no “a solas” literal porque se supone que hay otro zombie en el cuarto del encierro.

—¿Va todo bien?—me pregunta.

—Sí, descuida, tenían que marcharse—le digo, con las mejillas ardiendo.

—Como sea. Ejem, ¿puedo?

—Claro, pasa—le cedo el lugar a mi habitación y quedo embobada con la situación.

Solo alcanzo a verle quitarse la camisa mientras me arrastro hasta el exterior, pero él me detiene justo cuando sus músculos definidos y el tatuaje de un halcón queda exhibido entre sus omóplatos.

—No tienes que huir, no te voy a comer—advierte—. No me molesta quedar desnudo ante nadie.

—Yo ni quería verte desnudo—le contesto, aunque creo que más bien he quedado en evidencia.

Alexander, ajeno a la admiración momentánea, continúa con su cambio de ropa mientras me contengo de la baba que peligra con escapar de mi boca para que luego se desfile en bóxer hasta el baño. El lugar es tan chico que ni siquiera le tengo que indicar dónde queda.

Un momento… El señor Grant no traía boxer.

No puedo evitar echarla una mirada mientras se mete y sus pompas como manzanas jugosas quedan en evidencia ante mí provocándome taquicardia y las plegarias se elevan en mi interior.

¡Madre mía, solo necesito un poco de agua bendita para apagar este incendio bullendo en mí!

Para peor de males, larga el agua con la puerta entreabierta y me tiento a cada rato de pispear a través del espejo y la cortina de la ducha completamente abierta.

Entonces le veo.

Todo.

El pepino queda expuesto y estoy lista para inundar el apartamento con las sensaciones que acaba de despertar dentro de mí.

En medio de mi ataque de temperatura al borde de un colapso febril, elevo la vista por el espejo a medias empañado y me termino cruzando con sus ojos observando directamente lo míos.

Descubriendo él que le he estado observando la manguera.

¡¡CRISTO JESÚS, APIÁDATE DE MÍ!!

 




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