Chica nueva, jefe nuevo

Capítulo 23

Con una mezcla de ingenio y una dosis de talento para el equilibrio, me enfrento al desafío de vestirme con un pie enyesado. Alexander, observando la situación con una paciencia digna de reconocimiento al momento que decido salir, se convierte en mi público de primera fila mientras trato de llegar dignamente a él.

—Lamento la demora.

—Mmm.

Se vuelve a mí y me acomoda un mechón de cabello tras los hombros, luego del otro lado.

—El rostro y el cuello al descubierto son símbolo de soltura, seguridad y apertura cuando vas a tener una reunión.

—Oh. Bien, gracias, supongo—le digo tratando de recordar mis clases de diplomacia con Judith. Luego le señalo mi pie enyesado—: ¿Y qué clase de señales da un pie sin zapato? Además de que destruí un buda que cuesta lo mismo que cinco sueldos míos.

—Tres sueldos.

—¿Eh?

—Tu sueldo es de cinco mil dólares más comisiones por trato cerrado.

—Un momento, ¿qué?

—Vámonos.

Me recoge en brazos y salimos del lugar luego de que le pongo llave a la puerta de entrada mientras le doy vueltas al tema. Aún aferrada a su cuello, le sigo dando vueltas al asunto:

—¿En serio ese es mi sueldo?

—Acabas de empezar y ya pides aumento.

—¡En realidad me parecía una exageración de mucho! Por mil dólares me conformaba.

—Con mil dólares no costeas ni un piso en Nueva York.

—En el que yo vivo, sí.

—Ese es un piso compartido.

—Yo sabía que tarde o temprano ibas a criticar donde vivo.

—La única que ha criticado donde vives eres tú, Stephanie.

—Deja de tirarme la bola a mí.

—¿Quieres que te arroje por las escaleras así bajamos más rápido? Porque si me sigues contradiciendo, puede que se me cruce un escalón al bajar.

—Cielo santo, no—me vuelvo hacia abajo y descubro que aún quedan al menos dos pisos para llegar a la parte de abajo—. Al menos de este modo no tendrás que pagarme el seguro por accidentes laborales, por estar fuera del lugar. Si me muero, quiero que la beneficiaria sea mi familia.

—Deja de pensar en morirte, lo vas a manifestar.

Me dan escalofríos y vuelvo mi concentración al perfume de su pecho para no hacerme a la idea de lo que puede implicar seguir haciéndole enojar.

—¡Y ahora, el toque final! ¡El zapato enyesado! —exclamo, levantando mi pie de forma triunfal y colocando con cuidado el zapato en la pierna afectada.

Mientras nos dirigimos a la oficina, el sol de la mañana ilumina nuestra extravagante travesía.

De camino, Kaneki llama al señor Grant y la conversación fluye.

—Por favor, no metas la pata—me dice antes de contestar—. Kaneki, aquí vamos, ¿ya sacaste a Sir Winston a orinar?

—¡Mi querido Alexander! Claro, ya lo saqué, dime que viene tu agradable compañera.

—Valerie no irá hoy, señor.

—¡Me refería a la que tiene acento del oeste!

—¡Ehhh, hola, señor Kaneki! ¡Hola, Sir Winston!—les saludo animosamente.

—¿Stephanie?—pregunta Alexander como si el término de “agradable compañera” no fuese equiparable a mí.

—¡Oh, sí, querida Stephanie! Les espero, cerramos el trato y almorzamos juntos, ¿sí?

—¡Con gusto, le puedo dar en el hocico las croquetas a Sir Winston!

Él se ríe al otro lado de la línea. Grant pone los ojos en blanco.

—Qué graciosa eres, Stephanie. Te esperamos por la oficina, ¡hasta entonces!

Y cuelga desde su lugar.

—¿”Te” esperamos?—pregunta Grant—. ¿Se olvidó de que la empresa es un equipo?

—Debe haber sido un error semántico, nada más—me excuso, pensando en que Kaneki es un hombre con quien me encantaría salir de fiesta. Apuesto a que debe de ser mejor para el perreo que mi jefe aburrido y soso.

No obstante, llama mi atención echar un vistazo al frente y ver que hay un anciano en la entrada al edificio de Alexander quien nos está haciendo señas revoleando los brazos. A su lado está Jaime, el chofer.

—¿Quién es ese viejito? —pregunto, señalando hacia la figura arrugada y encantadora que llama la atención desde la calle—. ¿Me dejas darle un billete? Debe de estar pidiendo comida. Espero que no lo use para comprar alcohol y le sirva para sacar su almuerzo de hoy.

—Ah—me contesta Alexander Grant frunciendo el entrecejo tras mi comentario—ese es mi abuelo.

 




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