—¿Cómo que es tu abuelo?—le pregunto con la sangre helada en mis venas.
—Ajá.
—Señor Grant, yo…
—No diré nada—me promete aunque no es que no me fíe de la discreción de él.
—¡Eh, nieto mío!
Bajamos del auto y me concentro en el saludo entre ellos aún delante del edificio donde se supone que trabajo. Este es mi lugar y que no debería ser atípico tener que venir a encontrarlo todos los días como algo sorprendente, pero me pregunto qué clase de pacto con el submundo fue el que hice para llegar donde estoy en una empresa de lujo ejerciendo el trabajo que más amo en el mundo con una paga monumental y un jefe brutalmente atractivo que a veces es un gruñón sin remedio.
El abuelo se muestra muy afectuoso, aunque son el agua y el aceite con su nieto, considerando además que entre uno y otro hay unos veinte centímetros de diferencia siendo el mayor el más bajito. Quien además parece ser un dulce, lástima que su nieto no le corresponda en los cariños.
Cuando se vuelve a mí se le iluminan los ojos y me hace sentir a gusto.
—Jovencita. Tú debes de ser…
—Sí, abuelo, es la nueva empleada de la empresa—lo corta en seco Grant y no puedo creer que sea tan reacio.
—Vaya, eres… Hermosa.
Será un poco inocente de mi parte, pero realmente no lo considero cochino sino que tomo su palabra de manera genuina, casi paternal.
Toma mi mano a modo de saludo y le agradezco que no la bese.
—Ya, es hora de irnos—advierte Jaime.
—Estaba por ir a buscar las carpetas—advierte mi jefe y se lleva a su abuelo hasta el interior dejándonos afuera con el chofer.
Quedamos frente al majestuoso edificio empresarial que se alza ante nosotros sin tenerle envidia alguna a los demás de la ciudad, una estructura imponente que parece desafiar las leyes de la simpleza arquitectónica.
—Eh, hace buen día, ¿no?—le digo como para iniciar algo de charla.
—Pronosticaron que empezarán las nevadas de manera inminente.
—¿Las nevadas? ¿Tan rápido?
—Sí, señorita Taylor.
Saco el móvil y reviso los proyectos previendo en carpeta y descubro que en efecto todo está preparado para soportar el peso y la temperatura de la nieve. Piensan en todo definitivamente, amo el nivel de profesionalismo que tienen acá.
—Bueno, ¡todos en marcha!—advierte el señor Grant mayor y nos metemos al coche.
Una vez arriba, quedo en la parte de atrás con Alexander y Jaime con el anciano van delante; este último se vuelve a mí y me dice:
—Cariño, yo soy George. Puedes llamarme abuelo George, si gustas.
—Es un placer conocerlo, señor Grant... —comienzo, pero antes de que pueda terminar, el abuelo estalla en una risa profunda.
—Solo abuelo está bien. O George, para qué tanta formalidad.
Mis mejillas arden con el recuerdo de mi malentendido en la calle, pero mi jefe parece dispuesto a dejarlo pasar. Invita a todos a subir al auto, donde él mismo se acomoda en el asiento trasero junto a mí. Un séquito extravagante con el abuelo, el chofer Jaime, y Alexander en la parte trasera, y yo ocupando el asiento delantero, nos dirige hacia una reunión crucial con Kaneki.
El auto avanza por las calles de la ciudad hasta perderse en la magnificencia del espacio.
Una vez dentro de mi piso arrastrando una hamburguesa de McDonalds a cuesta a modo de cena, me arrojo en la cama con el móvil en la oreja para seguir mi charla que traía desde la calle con Lucy:
—¿Qué esa foto que me enviaste?
—Mi pie—le digo, tratando de tragar un poco de refresco y pasando a una mordida de la hamburguesa.
—¡¿Tu pie?! ¡¿Qué te sucedió?!
—Le tiré un buda de quince mil dólares a mi jefe y me quebré el dedo chiquito.
—Diría que me estás mintiendo si fueses una persona normal, pero eres Stephanie Taylor y te lo creo.
—Qué bien me conoces, amiga.
—¿Quién tiene un buda en su trabajo? ¿Es de cultura yogui o algo así?
—Parece, pero fue en su piso de lujo que tiene en la zona más exclusiva de Nueva York.
—Ay, mujer, te lo descontará en varios meses seguro… Un momento, ¿qué dijiste? ¿Cómo que en su piso de lujo?
—Eso sí que no es digno de creer pero créelo porque soy Stephanie Taylor. Llegué ebria a su piso y me quedé a dormir ahí. Y ni te cuento lo que vino luego…
—Espera, espera, ve despacio que no puedo procesar aún todo junto. ¡¿Cómo que ebria?! ¡¿Cómo que te acostaste con él?! ¡¡WHAAAAAT!!
Me vuelvo al móvil ya que vibra y le aclaro mientras abro el mensaje que acabo de recibir de otra persona:
—No, amiga, no me acosté “con” él.
Me quedo leyendo y se me viene el corazón a la garganta. ¿Qué rayos es esto? ¿Johnny?
“¿Estás libre esta noche? Tengo un plan que te va a encantar.”
Si Johnny dice que me va a encantar, probablemente esté en lo cierto…
—¡Amiga!—me espabila Lucy.
Caray.
Caray, caray, caray, si Lucy se entera que aceptaré verme otra vez con Johnny me mata, ella cree que Johnny debería haberme esperado y salir juntos a buscar oportunidades, pero él lo hizo por su cuenta.
No le contaré…
—Amiga, debo irme—le digo a Lucy.
—Te voy a extirpar las trompas de falopio.
—Oki, ¿dónde quieres ir?—le contesto a Johnny y se lo envío.
—¿Dónde qué?
Caray, lo he dicho en voz alta mientras lo escribía.
—¡Nada, amiga. Debo irme, te quierooo!
—¡Stephanie Tay…!
¡Lo siento, lo siento, lo siento tanto!
Pero Johnny… Ay, Johnny.