—Johnny, creo que deberíamos seguir caminando. No quiero quedarme por aquí, deberíamos darle privacidad a Grant—sugiero, tratando de sonar casual, pero mi voz revela un tono de inquietud.
Johnny, algo confundido por mi repentino cambio de actitud intenta proponerme que no hagamos eso.
—¿Estás de broma? La noche está fabulosa, Stephanie.
—Pero es un poco tarde.
—¿Te hace trabajar temprano?
—Acabo de recordar que quiero pasear por el Times Square para ver los proyectos en los que están trabajando.
—Claro, te darás un lindo paseo con una sola pierna.
Rayos, es verdad.
—Sólo vámonos, ¿sí? El alcohol hizo que me baje el sueño, ha sido una jornada demasiado agotadora.
—Te ha puesto nerviosa verlo a tu jefe ahí en pleno acto con la chica, ¿verdad?
—¿Qué? No, para nada, que haga su vida—le aseguro y no puedo evitar que mi cabeza divague en el momento que le vi por accidente el pepino a Alexander Grant. Literalmente que eso tenía el tamaño de un pepino estando completamente dormido, ¿cómo le hizo esa chica para meterse todo en la boca?
Mi cabeza se gira automáticamente al auto y juro que consigo intercambiar una mirada con la chica que me mira desde el espejo retrovisor y luego se vuelve hacia un costado, a sabiendas de que le estuve cotilleando.
Inclusive noto que se está limpiando una comisura de la boca con una servilleta de papel.
—Vámonos—. Le doy un golpecito en la rodilla a Johnny y me afirmo de esta para que nos larguemos.
Él asiente y nos dirigimos hacia la salida del parque. Sin embargo, con el pie enyesado, mi intento de pasar desapercibida se convierte en una especie de comedia torpe. Tropezamos con las aceras, intento apresurar el paso sin éxito y, en un momento, casi caigo sobre una banca.
—¿Estás bien, Steph? ¿Qué pasa? —pregunta Johnny, notando mi comportamiento errático.
—Solo quiero irme de aquí, Johnny, no me siento cómoda—confieso, mientras intento mantener la compostura.
Justo cuando pienso que lograré escapar discretamente, escuchamos el suave zumbido de un motor acercándose hasta alcanzarnos. Para mi horror, es el auto de Grant que sigue andando a nuestro lado lentamente mientras Johnny intenta hacer sociales, pero yo sigo tan rápido como puedo. Grant nos hace luces. ¿En serio?
—¿Qué está pasando aquí? —murmura Johnny, evidentemente confundido por la secuencia de eventos.
La indignación se apodera de mí, y a regañadientes, nos acercamos al auto. Grant, con su típica expresión serena, hace una seña para que subamos. El asiento de acompañante está ocupado por la misteriosa mujer rubia de cabello alborotado y labial rojo, quien me mira con una sonrisa que no puedo descifrar.
—Stephanie, ¿qué haces aquí?—dice Grant con una naturalidad que me exaspera.
—¡Señor Grant! Ahora le devuelvo a Stephanie a su casa. No se preocupe, solo hemos salido a disfrutar la noche.
—Está enyesada, no puede.
—¿Y quién es ella? —pregunta la mujer a su lado y la voz me llega, obviando a mi compañero.
Pero Johnny y Grant siguen enfrascados:
—No puede caminar—advierte mi jefe—. Tiene un hueso roto.
—Iremos en Uber.
—Suban—advierte él.
—¿Qué?
—¿Qué?
Para mi sorpresa, ha sido la rubia y yo quienes hemos hablado al unísono.
—Suban, por favor. No me pongan las cosas difíciles.
¿Que nosotros qué? El único que nos está complicando la noche es él a nosotros, ninguno quería ver la manera en que esa chica le sacaba lustre a la berenjena de Grant.
—Cariño, creo que los chicos ya tienen planes—empieza la chica, pero Grant la corta en seco:
—Basta Claire.
Luego se vuelve a nosotros y su expresión es muy concisa conmigo.
—Vamos, Stephanie.
—Creo que es buen plan para tu pie—advierte Johnny.
Acto seguido Grant desbloquea el seguro del asiento de atrás y me sorprende sentir aroma a perfume que recién acaban de arrojar en el auto.
Johnny me ayuda y nadie dice una sola palabra de camino salvo la indicación de mi compañero a mi jefe que se convierte en un gesto de sorpresa cuando llegamos a su casa. Es en un piso de apartamentos de medio pelo, pero mejor que el lugar donde yo vivo.
—Prefiero asegurarme de que Stephanie llegue a su casa—advierte Johnny.
—Yo me encargo.
Grant lo mira por el espejo retrovisor. Es frío.
—Deja que él se encargue de su amiga, cariño. Vamos—le sugiere Claire con voz chillona.
—Bájate de mi auto—. Esta vez Grant es aún más filoso. La tensión me pone los pelos de punta.
—Johnny… Ve. Estaré bien—le aseguro.
Él me mira esperando mi aprobación.
—Avísame cuando estés en tu casa—le pido.
Le aseguro que sí con una sonrisa y me da un casto beso en los labios antes de bajarse.
Me quedo de piedra ante su gesto.
No puedo creer lo que acaba de hacer. No me ha disgustado, pero por me ha hecho sentir un chispazo de incomodidad ante el hecho de tener los ojos fríos de Alexander Grant encima.
Apenas Johnny cierra la puerta, Grant acelera a gran velocidad y ni siquiera se detiene a ver si entra o no a su casa.
Aún con los labios palpitando el sabor de Johnny, procedemos a llegar a otro piso no muy lejos de donde vive Johnny.
Se detiene aquí Grant. ¿Eh?
—Buenas noches, Claire.
—¿Qué? Debemos dejar a la chica primero, cielo…
—Buenas noches. Baja.
La voz de Grant acompaña su mirada furtiva. La está dejando a ella antes que a mí, supongo que por la cercanía.
Juraba que dormirían juntos, pero creo que le he fastidiado la noche a ambos. O a todos, mejor dicho. Las cosas venían tan bien.
—Bien. ¿Te veo mañana?
Grant no contesta, solo se queda esperando a que baje y no me propone subir al lugar de acompañante. En su lugar acelera y a dos cuadras de la casa de Claire, se detiene.