Chicago

Capítulo 1

Emma

Hoy es uno de mis días favoritos, la ciudad empieza a cobrar vida a primeras horas de la mañana anunciando el inicio del fin de semana, muchos salen de la ciudad en busca de aventura mientras que otros descansan de una ardua semana de trabajo.

En mi caso, yo utilizo estos días para reflexionar y cuidar de mi bienestar, pero esta vez tendría visitas en casa, así que tocaba limpiar. Dos de mis mejores amigos vendrían a pasar el día conmigo y mi departamento está un poco desordenado.

Jay y Will Halstead llegarían en cualquier momento, o eso me habían dicho. Ambos son mis amigos más cercanos. Los conocí el primer año de secundaria. Jay era el capitán del equipo de fútbol y tenía una actitud de líder natural, siempre serio, protector, con ese aire de detective incluso cuando aún no lo era. Will, por otro lado, era uno de los más inteligentes de la clase: curioso, apasionado por la ciencia, y con una energía que contrastaba con la seriedad de su hermano.

Aunque son hermanos, al verlos no pensarías que fueran familia. Jay es mayor por un año, ambos eran diferentes físicamente pero con algunas similitudes. Jay tiene ese temple firme y directo de un detective, mientras que Will, aunque igual de terco, es más emocional, más expresivo, a veces impulsivo. Pero cuando están juntos, notas la conexión, ese lazo irrompible que los hace inseparables pese a sus diferencias.

Al terminar de desayunar me dispuse a buscar los productos de limpieza para empezar con mi tarea. Ya me había puesto mi ropa de limpieza —que consiste en un pantalón de chándal y una camiseta enorme que le robé a mi hermano— cuando escuché mi móvil sonar por el mensaje que entró. Lo tomé y en la pantalla aparecía el nombre de Jay.

Mensajes

Jay: Pequeña, no olvides que iré a las 2 de la tarde.
Yo: Llegan para la comida, me da tiempo de ir por lo que falta. Espera... ¿vendrás solo?
Jay: Will irá antes. Acaba de salir de su turno y me dijo que se adelantará para ayudarte a cocinar.
Yo: ¿Sabes a qué hora llega?
Jay: Me dijo que te llamaría.
Yo: Mmm... bueno, estaré atenta.
Jay: De acuerdo, nos vemos loca.
Yo: Jajaja, adiós Jay.

Volví a leer los últimos mensajes con una sonrisa en el rostro, encendí las bocinas y conecté mi móvil para colocar mi playlist de Spotify. Todos estamos de acuerdo que limpiar sin música es muy aburrido y que necesitamos un ambiente más animado para ser productivos. Además, hace más amena la tarea, que es algo pesada.

Luego de treinta minutos, ya había limpiado gran parte del departamento cuando el timbre sonó. Miré la hora: eran las once y veinte de la mañana. Me limpié las manos en mi camiseta y caminé a la puerta. Me puse de puntas de pie para alcanzar la mirilla y lo primero que vi fue una cabellera pelirroja y luego unos ojos café que conocía muy bien.

Con una sonrisa abrí la puerta y frente a mí se encontraba Will. Llevaba una sonrisa un tanto nerviosa, traía su mochila y se le veía algo cansado. Era médico en urgencias, así que estaba segura de que había trabajado doce horas o tal vez más. Sus hombros caídos y la ligera sombra bajo sus ojos lo confirmaban.

—Te ves horrible —fue lo primero que salió de mi boca al verlo. Mi comentario provocó su risa, esa risa suave pero contagiosa que lo caracterizaba.

—Jay me dijo que me llamarías antes de llegar —añadí.

—Sí, lo siento. Salí del hospital y, sin pensarlo, vine directo aquí —se rascó la nuca, algo nervioso, desviando la mirada. Siempre hacía eso cuando se sentía algo fuera de lugar. Tan Will.

—Vamos, entra. Estaba terminando de limpiar —me hice a un lado para que pudiera ingresar al departamento.

Una vez él estuvo dentro, cerré la puerta y caminé a la sala mientras él me seguía.

—Ponte cómodo. Terminaré en diez minutos —lo observé con más detalle, y podría jurar que si se sentaba en el sofá, caería dormido.

—¿Podría usar el baño?

—Seguro, ya sabes dónde está —me sonrió en forma de agradecimiento y desapareció por el pasillo.

Aproveché para terminar de limpiar lo que me faltaba y luego fui a mi habitación. Tomé del armario la ropa que usaría y entré a mi baño privado para tomar una ducha rápida.

El clima estaba cambiando y entrábamos a otoño. La temperatura empezaba a tornarse fría, así que me puse una chaqueta ligera, ya que debía salir por las compras.

Al regresar a la sala, pude ver a Will más despierto, arreglado, aunque aún se notaba el cansancio en sus ojos. Sabía que, si le ofrecía ir a dormir un rato en la habitación de invitados, se negaría. Siempre decía que podía con todo, que estaba bien, incluso cuando no lo estaba. Típico Will.

—Ahora te ves un poco mejor —llamé su atención. Me miró por unos segundos antes de regresar su mirada al móvil que tenía en las manos.

—Tú igual —comentó en forma burlona, mientras una sonrisa pícara aparecía en sus labios.

—Touché.

Ambos reímos y él se puso de pie.

—Iré por lo que falta para la comida. ¿Me acompañas?

—No tienes que preguntar, sabes que iré de todos modos —guardó su móvil y se colocó la chaqueta.

—Solo quería asegurarme —sonreí, tomé mi billetera y llaves para guardarlas en la chaqueta.

—Como si no me conocieras —abrió la puerta con una sonrisa ladina—. Después de usted, mademoiselle.

—Gracias, señor.

Reímos y salimos en camino al supermercado, que se encontraba a un par de calles del edificio. Hablábamos del trabajo, de su última guardia, de pacientes inusuales y también pensábamos qué íbamos a hacer para la comida.

Pasar el tiempo con Will era relajante. Él era como una brisa fresca de verano cuando estaba de buen humor. Su temperamento fuera del hospital era tranquilo, afable, con un toque sarcástico que le salía natural. Aunque podía ser testarudo, su corazón era enorme.



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En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

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