Chicago

Capítulo 7

Jay

El día pasó lento mientras lidiábamos con el caso de las pandillas. Al final logramos atrapar a los culpables y, aunque agotados, nos sentíamos satisfechos por otro día de trabajo bien hecho.

—Lo único que quiero es llegar a casa, tirarme en la cama y no levantarme en dos días —comentó Adam mientras guardaba sus cosas.

—Primero hay que cenar —le recordó Kim, acercándose con la chaqueta en la mano, lista para salir.

—Podríamos pasar por comida china antes de llegar o pedir algo cuando estemos en casa —sugirió él, acercándose a ella con una sonrisa.

—Nos queda de camino, así que podemos pasar —accedió ella.

—Nos vemos, chicos —se despidió Adam, entrelazando sus dedos con los de Kim mientras se alejaban.

—Un día de estos me va a dar diabetes por su culpa —refunfuñó Anny, quien ya estaba con Antonio, observando la escena.

—La envidia te está matando —respondió Ruzek con una sonrisa burlona antes de salir corriendo al ver que Anny se acercaba amenazante.

—Adiós, chicos —dijo Kim antes de bajar junto con Antonio para alcanzar a los otros dos.

Cada quien tomó su camino. Yo me dirigí hacia mi departamento. Mientras conducía, dejé la música en aleatorio y sonó una canción muy conocida para mí. Sonreí al instante, reconociendo su significado. Era nuestra canción. La que compartía con Emma. Aún recuerdo perfectamente cómo nació ese momento.

Fue en secundaria. Emma había tenido un día horrible... Le habían jugado una broma cruel. Aunque ella no se llevaba mal con nadie, había chicas a las que les molestaba que fuéramos tan cercanos. Estaban celosas, básicamente. Cuando las clases terminaron, Emma salió corriendo hacia su casa. Intenté seguirla, pero me detuvieron. Recuerdo sus lágrimas, lo avergonzada que estaba. Me sentí impotente.

Por supuesto que la defendí, al igual que Will. Les dijimos unas cuantas verdades a esas chicas, y no volvieron a molestarla jamás. Pero sabía que con eso no era suficiente. Ella seguía mal. Tenía que hacer algo más.

En ese entonces, mi padre me había regalado un megáfono. Se me ocurrió una locura. Tomé mi pequeña radio —que sonaba bien, pero tenía poco volumen—, la conecté al megáfono en modo bocina, salté la cerca del patio trasero de su casa (que quedaba justo al lado de la mía), y me paré bajo su balcón.

Encendí la sirena del megáfono y esperé a que se asomara. Sabía que a esa hora de la tarde estaba sola en casa, así que no molestaría a nadie más. Como no aparecía, grité su nombre. Finalmente se asomó, con los ojos hinchados por el llanto. Me dolió verla así.

Ignoré sus preguntas y puse la música. Empecé a bailar como idiota, justo ahí abajo, haciendo que ella riera. Lo logré. Luego bajó y bailamos juntos como si nada más importara.

Sonreí recordando ese día, y sin pensarlo demasiado, una idea se encendió en mi cabeza. Pregunté por el grupo si alguien tenía un megáfono. Todos dijeron que no. Me llenaron de preguntas, pero no respondí ninguna. Fui a comprar uno y conduje directo al edificio de Emma.

Hice exactamente lo mismo que aquella vez: sirena del megáfono, su nombre a gritos, y la canción sonando. Ella se asomó, riendo, y yo bailé como si estuviéramos de nuevo en secundaria. Algunos vecinos me miraban raro, otros molestos por el ruido, pero me daba igual. Verla reír valía todo.

Cuando la canción terminó, subí hasta su departamento. Ella ya me esperaba en la puerta, con esa sonrisa que siempre logra cambiarme el día.

—Es nuestra canción —dije en cuanto estuve frente a ella.

—Lo sé... ¿pero por qué lo hiciste? —me miró con curiosidad.

—Recordé cómo se volvió nuestra y quise revivir el momento —me encogí de hombros. La verdad, ni yo sabía exactamente por qué lo hice.

—Estás completamente loco, Jay Halstead —dijo negando con la cabeza, pero con una risa que me hizo saber que había valido la pena.

—Un poco, tal vez —sonreí—. Me encantaría quedarme, pero tengo turno mañana.

—Anda, ve a descansar —se puso de puntillas y dejó un beso suave en mi mejilla—. Nos vemos.

—Descansa.

Regresé a mi auto sonriendo. Si me preguntan por qué lo hice... no lo sé. La primera vez fue para que mi mejor amiga dejara de llorar. Esta vez... simplemente quería verla sonreír.

Después de un día largo, esa sonrisa me devolvió el alma al cuerpo. Me relajó. Me hizo feliz. No sé qué me está pasando, pero lo único que sé es que quiero seguir viéndola así. Sonriendo. Conmigo



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En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

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