Jay
Como habíamos acordado, apenas terminó el turno fuimos a Molly's. Allí nos encontramos con algunos bomberos y varios policías. Ese bar era el punto de encuentro de muchos, incluyendo personal del hospital. Para mi desgracia, terminé pensando en el e-mail todo el día. Los chicos me hablaban de vez en cuando, pero no lograba distraerme del todo. Los recuerdos volvían sin aviso.
—La otra semana es la gala, ¿ya sabes con quién vas a ir, Jay? —preguntó Kevin mientras los cuatro nos sentábamos en la barra. Antonio pedía la primera ronda de cervezas.
—Iré solo.
Los tres me miraron como si acabara de decir algo absurdo. Fruncí el ceño, confundido.
—¿Te rechazó? —preguntó Antonio, sentado a mi derecha.
—¿De qué hablas?
Intercambiaron miradas entre ellos, como si hubieran ensayado esa reacción.
—Nos dijiste que le ibas a pedir a Emma que te acompañara. Dijiste que no estabas saliendo con nadie y que, siendo tu mejor amiga, era buena compañía —aclaró Adam desde el otro extremo de la barra.
Algo hizo clic en mi cabeza. Tenían razón.
—Oh... lo había olvidado. No se lo he pedido aún.
—Amigo, has estado raro todo el día. ¿Pasó algo? —Kevin me miró con la frente fruncida. Conocía esa mirada: genuina preocupación.
—Tuve una discusión con mi padre —mentí. Sabía que sonar creíble no sería difícil. Nuestra relación siempre fue tensa desde que mamá murió y me alisté.
—Bueno, entonces olvida eso y disfruta tu cerveza —dijo Antonio, dándome una palmada en el hombro y levantando su botella.
—No tengo ninguna objeción con eso —respondí con una media sonrisa antes de dar un buen trago.
Pasamos un buen rato hablando y bebiendo hasta que vimos llegar a las chicas. Se veían animadas, y se sentaron en una mesa al fondo. Nadie dijo nada, pero sabía que Adam y Antonio querían ir con sus novias. Lo entendía. Hace casi un año yo estaba igual... solo que con la persona equivocada.
—Sabemos que están tentados a ir con las chicas, pero hoy es noche de hombres —dijo Kevin con una sonrisa.
—Cierto, noche de hombres —repitió Adam, alzando su vaso.
—Salud, caballeros —añadió Antonio, brindando.
Emma
Cuando llegamos a Molly's el ambiente era relajado. Desde la entrada vimos a los chicos en la barra, riendo y bebiendo. No quisimos interrumpir, así que optamos por sentarnos en una mesa contra la pared. Era evidente que habían acordado pasar una noche entre ellos.
—Parece que se divierten —dijo Kim, observándolos con una sonrisa mientras esperábamos nuestras bebidas.
—Lo necesitan. Seguro fue un día complicado —comentó Anny, mirando a Antonio como si el resto del mundo no existiera.
—Vas a mojar el suelo... —bromeó Kim, haciendo que nos riéramos al ver la expresión de Anny.
—Yo no digo nada cuando tú babeas por Jay —contraatacó Anny, con una sonrisa traviesa.
Dejé de reír. La miré con los ojos entrecerrados mientras ella me devolvía una sonrisa burlona. Justo en ese momento llegaron las bebidas y le di un sorbo a la mía, sin decir nada. No sabía cómo responder sin admitir que tenía razón.
Por el bien de la noche cambiamos de tema. De vez en cuando miraba hacia la barra o alrededor del local. Era lunes, así que no había tanta gente, pero eso no quitaba el buen ambiente. La música era animada, de esas que te hacen tararear sin darte cuenta. En el fondo del bar había un pequeño escenario de karaoke, con luces de neón y carteles brillantes. La barra era de madera clara y detrás se alzaban estantes con una gran variedad de licores, desde vino hasta tequila.
En la barra alcancé a ver a Severide conversando con Herrmann y Otis. Me dieron ganas de acercarme a saludar, pero preferí no dejar solas a las chicas, especialmente por Anny, que solía inquietarse si Antonio desaparecía por mucho tiempo.
—Acaban de entrar unos tipos muy guapos —comentó Kim, sacándome de mis pensamientos.
Le seguí la mirada y vi a dos hombres que acababan de cruzar la puerta. Uno rubio, el otro castaño. Ambos altos, con porte seguro. Kim tenía razón. El castaño recorrió el lugar con la mirada y, por un momento, sus ojos se detuvieron en nuestra mesa.
Aparté la mirada de inmediato y fijé la vista en el vaso que tenía entre las manos. Sentía las mejillas arder. Escuchaba las risas ahogadas de mis amigas, pero me negaba a levantar la cabeza por miedo a parecer que lo estaba observando... o peor, acosándolo.
Entonces, el murmullo de sus risas se desvaneció y fue reemplazado por una voz profunda y suave, de esas que se quedan en la memoria.
—Hola, ¿les molestaría si las acompañamos?
Levanté la mirada con timidez y me encontré con unos ojos verde jade. Penetrantes. Su mirada era intensa, pero cálida. Su rostro estaba enmarcado por un cabello lacio, castaño claro, casi rubio. Tenía una mandíbula definida pero armónica, pómulos altos y una sonrisa que revelaba unos hoyuelos encantadores. Era atractivo, sin esfuerzo.
—¡Claro! No hay problema, ¿verdad, Emma? —respondió Kim, mirando en mi dirección con una sonrisita cómplice.
Aún procesando lo que acababa de ver, las miré. Sus expresiones decían más de lo que yo estaba dispuesta a admitir.
—S-sí, claro —respondí con un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
—Voy a pedir las bebidas —dijo él, y se alejó hacia la barra.
Mis ojos lo siguieron, sin poder evitarlo. Tenía una espalda ancha, y la chaqueta de cuero negra le sentaba a la perfección. Usaba jeans ajustados que resaltaban sus piernas largas y bien formadas. Observé sus manos: grandes, de dedos largos. Imaginé que sabría tocar el piano. Luego seguí la línea de su nariz, recta, armoniosa con su rostro. Definitivamente, era el tipo de hombre que parece sacado de un sueño.
Editado: 27.07.2025