Emma
Al día siguiente del huracán, me apunté como voluntaria para ayudar con las donaciones. Era lo mínimo que podía hacer, y siempre me ha gustado colaborar con la comunidad. La editorial con la que trabajo reunió fondos y donativos que repartimos entre hospitales y refugios.
A mí me tocó ir al Med con mi editor y dos personas más. Llevábamos varias cajas, así que nos dividimos. Yo me dirigí a emergencias.
—Emma.
Me detuve al escuchar esa voz. La conocía demasiado bien. No esperaba oírla hasta Navidad, o con suerte, Año Nuevo. Me giré lentamente. Frente a mí estaba la persona más hipócrita, egocéntrica y narcisista que conocí en mi vida. La que más daño me hizo durante mi adolescencia.
—Hola, padre.
—Hija mía, cuánto tiempo —soltó las cajas que cargaba y me abrazó con fuerza. Fue incómodo, pero lo devolví con rigidez.
—¿Qué haces aquí? —di un paso atrás, procurando mantener la compostura—. No esperaba verte tan pronto.
—Me llamaron del hospital. Necesitan que revise un caso complejo. Aproveché para ver a mis hijos.
—Me alegra verte —dije, aunque mi tono sonaba mecánico. Él sonrió y yo hice lo mismo por cortesía.
—Quiero que pasemos tiempo juntos. Hay cosas que necesito contarte —su mirada se volvió intensa—. A ti y a tu hermano.
—Claro. Pero ahora mismo debo dejar estas donaciones para los damnificados —me agaché a recoger las cajas.
—Te acompaño.
Por supuesto, no tocó ni una sola caja. Aunque Cornelius Rhodes es un excelente cirujano cardiovascular y tiene renombre nacional, jamás se le vería cargando peso. La imagen lo es todo para él.
Caminamos en silencio hasta emergencias. Al llegar, vi a los hermanos Halstead conversando. Jay me vio de inmediato y se acercó para ayudarme.
—Hola, pequeña —me quitó las cajas con una sonrisa y dejó un beso suave en mis labios.
—Hola, amor. Hola, Will —respondí, abrazando al pelirrojo en cuanto me liberé del peso.
—Doctor Rhodes —dijo Will con tono cordial.
—Will Halstead, qué sorpresa —dijo mi padre, dándole una palmada en el hombro. Sabía que lo respetaba. A diferencia de Jay, Will había seguido el camino de la medicina. Tal vez por eso siempre tuvo más afinidad con él.
—Sabía que vendría, pero pensé que lo haría mañana —comentó Will.
—La tormenta obligó a cambiar planes. Me llamaron con urgencia —respondió él.
Jay se acercó a mí y me abrazó por la cintura. Mi atención volvió a él.
—¿Viniste a ayudar también? —le pregunté con una sonrisa. Su cercanía me hacía olvidar todo lo demás.
—Estoy siguiendo un caso. Vine a entrevistar a una víctima —dijo él, y se inclinó para besarme, pero un carraspeo nos interrumpió.
—Jay Halstead —dijo mi padre con un tono cargado—. Veo que ahora estás con mi hija.
—Así es, señor Rhodes —Jay se alejó apenas de mí y extendió la mano con seguridad—. Amo a su hija. Y estoy dispuesto a protegerla y hacerla feliz.
—Lo imaginaba. Aunque debo decir que preferiría que estuviera con tu hermano. Es un cirujano prometedor, con un gran futuro.
No era una sorpresa. Sabía que reaccionaría así. Pero no por eso dolía menos.
—Espero que respete la decisión de Emma —replicó Jay, firme pero respetuoso.
—La respeto, pero no puedo fingir que estar con un simple detective sea lo mejor para su futuro.
—Nuestro amor no depende de profesiones —Jay se mantenía tranquilo, pero su mandíbula se tensó.
—Papá, ya basta —intervine. No quería que la situación escalara.
—Cada día me decepcionas más. En lugar de seguir el legado familiar, elegiste ser escritora. Mediocre, para colmo. Y ahora sales con alguien que puede ser comprado por cualquiera.
—¡Papá, basta! —repetí, rogando que se detuviera.
—Padre —la voz de Connor se escuchó detrás de mí, tensa, contenida—. Deja en paz a Emma. Ha conseguido mucho por sí sola. No tienes derecho a menospreciarla.
—Debiste presionarla a seguir el legado Rhodes —alzaba la voz, autoritario.
—Mamá me apoyaba. Gracias a ella seguí mis sueños. Nunca me doblegué a tu voluntad —las lágrimas ya me corrían por las mejillas. Pero no me detuve.
—¡Eres una inútil! Igual que ella. Gracias al cielo que se mató —espetó. Esa frase me dejó sin aliento. Un frío me recorrió el cuerpo.
El golpe resonó por todo el pasillo. Silencio. El típico bullicio de emergencias se desvaneció.
No fue Connor. Fue Jay quien lo golpeó directo en la cara. Sangre. Puños. Gritos. Will y Connor intentaban separarlos. Entonces llegó Voight con dos oficiales.
—¡Halstead! ¡Alto ya! —su voz retumbó como un disparo. Jay se detuvo, respirando agitado, mientras los oficiales los separaban y los enviaban a revisión.
—Tú ve con Jay —me dijo Will, mirándome serio—. Yo me encargo de él.
Connor me tomó de la mano. Temblaba.
Fuimos a la sala de revisión. Jay ya había sido atendido. Estaba sentado, cabizbajo, con el labio cortado y las manos aún crispadas.
—¿Estás bien? —me acerqué, suave. No me miraba.
—¿Por qué no me dijiste la verdad?
—¿De qué hablas? —pregunté, aunque ya intuía a qué se refería.
—La muerte de tu madre. ¿Por qué lo ocultaste?
—No quería que tuvieras miedo... De que yo pudiera hacer lo mismo —bajé la mirada, incapaz de sostenerle la suya.
—Will siempre lo supo, ¿cierto?
Asentí. Las lágrimas ardían, listas para salir.
—Ven aquí —me abrazó con fuerza. Me rompí. Lloré como no lo hacía en años. Él me sostuvo todo el tiempo.
—La idea de no decir nada fue mía —interrumpió Connor desde la puerta—. Pensé que la protegería... Pero ocultarlo fue un error.
—Hoy lo vimos todos. No solo es despreciable. Es peligroso —Jay aún tenía los ojos nublados por la furia. Me abrazó más fuerte.
Me temblaban las piernas. Sentía que iba a colapsar.
—Emma —dijo Jay con suavidad, acariciando mi cabello—. Eres increíble. Has logrado mucho. Tienes éxito, te quieren, y estás conmigo.
Editado: 27.07.2025