Chicago

Capítulo 24

Jay

La ira aún recorría mi cuerpo cuando llegamos a la estación. Escuchar las palabras de ese hombre me hizo hervir la sangre. ¿Cómo podía decirle eso a su hija solo porque eligió un camino diferente al que él quería para ella? Se lo merecía, y si soy honesto, hasta me contuve. No me arrepiento, aunque sé perfectamente el discurso que estoy a punto de recibir del sargento.

—Halstead, a mi oficina. Ahora —ordenó sin siquiera mirarme.

Entré sin decir palabra y esperé en silencio mientras él cerraba la puerta. Se tomó su tiempo antes de hablar, recostándose en la silla con las manos entrelazadas sobre el abdomen, observándome en silencio.

—Golpeaste a un doctor en plena sala de urgencias, en medio de un caso activo —dijo finalmente—. No hay excusa para eso, Halstead.

—Con respeto, no fue sin razón —respondí sin dudar—. Ese tipo estaba insultando a mi novia. A su propia hija. No iba a quedarme de brazos cruzados.

—Eso no justifica tu comportamiento impulsivo —alzó la voz, con ese tono rasposo que usa cuando está al borde—. Estabas en servicio. Con tu placa puesta. Sabes lo que eso significa.

—Lo sé. Pero no me arrepiento. Alguien tenía que ponerle un alto.

—Lo que hiciste va a tener consecuencias, y lo sabes —soltó un largo suspiro y asintió, como si ya lo hubiese decidido antes de que entrara—. Pero no vas a quedarte detrás de un escritorio esta vez.

Fruncí el ceño, confundido. Me extendió una carpeta. Al abrirla, entendí de inmediato de qué se trataba.

—Tenemos una oportunidad única con una red de narcotráfico. Hay una brecha y vamos a aprovecharla. Vas a entrar como distribuidor. Desde hoy.

Asentí, repasando la información con rapidez.

—¿Cambio de distrito?

—Sí. Y probablemente serán varias semanas. Asegúrate de dejar todo en orden aquí.

Me levanté y salí bajo la mirada inquisitiva de todos. Tomé mi chaqueta sin detenerme y me dirigí al estacionamiento. Necesitaba hablar con Emma.

Emma

Cuando terminamos de entregar los donativos, regresé a mi departamento. Tenía los audífonos puestos, pero la música no lograba distraerme. No dejaba de pensar en todo lo que había pasado. Era frustrante. Dolía tener un padre así, y sabía que por mi culpa, Jay estaba en problemas.

Estaba tan concentrada que salté cuando cambió la canción. Cheap Thrills de Sia llenó mis oídos justo al entrar al edificio. Por un momento, me dejé llevar. Empecé a moverme con el ritmo, cantando casi sin darme cuenta mientras me acercaba a la puerta de mi departamento.

Cerré los ojos, entregándome a la melodía, como si solo existiera ese instante. Pero un toque en el hombro me sobresaltó. Me aparté instintivamente, quitándome los audífonos, y lo primero que escuché fue una risa conocida.

—Lo siento —dijo Jay, aún riéndose—. No sabía que cantabas... ni que bailabas así.

—¡Me asustaste! Casi me da un infarto.

—Perdón —sonrió, abrazándome con ternura—. Te veías adorable.

—Será mejor que entremos. Espera, ¿qué haces aquí?

—Necesito hablar contigo.

Su sonrisa se desvaneció, y lo supe de inmediato. Algo no estaba bien. Entró sin esperar más.

El remordimiento volvió. Seguramente lo habían suspendido. Me sentí culpable. Si no hubiera dejado que mi padre me acompañara, nada de esto habría pasado.

—¿Te suspendieron? —pregunté mientras él se sentaba en el sofá. Yo permanecí de pie, caminando nerviosa de un lado a otro—. Jay, lo siento tanto. Es mi culpa. Si tan solo...

—No me suspendieron —me interrumpió, tomándome por los brazos para que me detuviera.

Suspiré, aliviada.

—Entonces... ¿qué pasó?

—Me asignaron un caso encubierto. Es grande. Tengo que salir esta misma noche y trasladarme a otro distrito. Pero vendré cada vez que pueda.

Sentí cómo algo se rompía dentro de mí. Jay me llamó, pero apenas podía escucharlo.

—¿Emma?

—S-sí...

—Voy a estar bien. No te asustes.

Me lancé a sus brazos, aferrándome a él con toda mi fuerza. Recordé la última vez que estuvo encubierto: terminó en coma, lleno de moretones y con un disparo. Otra vez lo torturaron. Anny fue quien me lo contó, y Jay se enojó porque terminé en urgencias por un ataque de ansiedad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —susurré.

Se separó apenas lo suficiente para mirarme a los ojos.

—Te lo prometo. Voy a volver. Sano, salvo... y completo.

Besó mi frente y me atrajo de nuevo hacia su pecho.

—¿Cuándo te vas?

—Esta noche. Tengo que moverme rápido.

Sentí cómo mi respiración se volvía irregular. El nudo en mi garganta crecía.

—Te voy a extrañar.

—Y yo a ti. Te amo, Emma.

Tomó mi rostro y me besó. Fue un beso cargado de todo lo que no decimos: amor, dolor, miedo y despedida. Cuando nos separamos, apenas podíamos mirarnos. El miedo a que no regresara era real. Pero aún así, quería tener fe. Lo vi salir y me obligué a respirar.

Mi celular sonó. Lo saqué sin mirar la pantalla.

—¿Hola?

—Emma —la voz de Will se escuchaba tensa.

—Will, ¿qué pasa?

—Vamos a tu departamento.

Antes de que pudiera decir algo más, cortó.

Veinte minutos después, el timbre sonó. Abrí la puerta y vi entrar a Will y Connor. Estaban tensos. Y Will tenía un raspón en el pómulo. Me acerqué y confirmé lo que sospechaba. Connor también tenía un corte leve en la mejilla.

—¿Qué les pasó?

Corrí por el botiquín y los hice sentarse.

—Papá —dijo Connor con voz seca.

Lo supe de inmediato. Ellos continuaron lo que Jay empezó. Y probablemente lo terminaron.

—No debieron hacerlo —dije mientras curaba sus heridas—. Ya había sido suficiente.

—Se lo merecía, Emma —dijo Will con un tono más frío del habitual—. No después de lo que dijo. No después de cómo te trató.

—No justifico lo que hizo, pero la violencia no es la respuesta.

—Me da igual —intervino Connor—. No es la primera vez que lo golpeo.



#17252 en Otros
#2858 en Acción
#26749 en Novela romántica

En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.