Chicago

Capítulo 29

Emma

Mi cabeza latía con fuerza cuando al fin desperté. Sentía frío, y cada parte de mi cuerpo dolía. Al intentar moverme, descubrí que estaba atada a un pilar. Mi vista tardó en acostumbrarse a la luz, pero una vez lo hizo, observé la habitación: era pequeña, húmeda, con una mesa metálica repleta de objetos que no alcanzaba a distinguir del todo. Algunas herramientas colgaban de la pared, oxidadas. Lo último que recordaba era estar en el lanzamiento de mi libro... y luego, con Jared, caminando hacia la parte trasera de la librería.

Miré mi ropa: sucia, desgarrada. Tenía manchas de sangre en los pantalones y en la camisa. Traté de recordar más, pero todo era borroso. No quería entrar en pánico. No podía. Ni siquiera sabía qué querían de mí.

—Miren quién despertó.

Sin darme cuenta, alguien había entrado. Dos hombres más lo siguieron. Uno se acercó... y cuando lo reconocí, se me heló la sangre.

—¿Ja-Jared?

—¿Por qué te sorprende? —sonrió. Se agachó hasta quedar a mi altura y me sostuvo la cara con fuerza—. No finjas. Sabemos que tú y los demás policías saben todo. Descubrimos a Jay... Robert, ¿verdad? Supuse que si te tomábamos a ti, hablarías más rápido.

—N-no... yo no soy policía —intenté zafarme, pero su mano apretó más hasta que sentí el ardor de su pulgar marcando mi mejilla.

Sin más, me soltó con un golpe seco. Sentí cómo se me partía el labio. El sabor a sangre invadió mi boca.

—Mientes. Esa fachada de escritora fue creativa... pero no lo suficiente. Me invitaste a tu evento como si fuera real. Casi me trago el cuento —se incorporó y caminó hasta la mesa, de donde tomó una manopla metálica—. Uno de mis hombres reconoció a tu noviecito. En cuanto lo vi supe que era una trampa.

Mi corazón palpitaba con fuerza. Jared se acercó de nuevo y, sin una palabra, descargó el puño de acero contra mi rostro. Esta vez la sangre me nubló la vista.

—¡HABLA! ¿Qué saben? ¿Quién más está involucrado?

—No... no sé nada... te lo juro... —mi voz era apenas un hilo seco, pero eso solo pareció enfurecerlo más.

Me golpeó la pierna. Grité. El dolor fue brutal. Algo se rompió, lo supe. Lloraba sin poder evitarlo, pero no pensaba decir una palabra.

—¿Te duele? Esto es solo el comienzo si no hablas.

—No soy policía... —fue todo lo que pude decir antes de que me golpeara de nuevo. En las costillas. Luego el brazo.

Grito tras grito escapaba de mi garganta. Sabía que tenía fracturas múltiples. Gracias a todo lo que Connor y Will me enseñaron, podía identificar mis propias lesiones: hemorragias internas, costillas rotas, probable fisura en la tibia. Y Jared no se detenía. Cada golpe me empujaba más cerca del abismo.

Pensaba en Jay. Pensaba en su abrazo, en su risa, en sus promesas. Suplicaba mentalmente que llegara. Que me encontraran. Que no fuera demasiado tarde.

—¡Señor! ¡Tenemos problemas! ¡La policía!

Oí las voces. Estaban cerca. Lloré de alivio, pero ese alivio duró segundos.

—Vendrán... pero no te van a tener viva —escuché su voz. Fría. Cruel.

Me soltaron. Intentaron ponerme de pie, pero mis piernas no respondían. Me arrastraron. Cada escalón que subíamos era un tormento. El aire me faltaba. Sabía que estaba perdiendo la conciencia, pero me obligué a resistir. Debía hacerlo.

Jay

Habíamos estado trabajando sin descanso. No había margen para errores. Voight, Antonio, Burgess, Ruzek, Atwater, todos estaban involucrados. El caso dejó de ser solo una operación: ahora era personal.

—Escuchen bien —Voight hablaba con la firmeza de siempre, pero su mirada se posó en mí por un segundo—. No sabemos en qué condiciones está la víctima. El objetivo es claro: sacarla con vida. Y atrapar a los responsables.

—Van a intentar huir. Manténganse conectados por radio. No dejen brechas —añadió Antonio. Era mi respaldo desde el primer día, y hoy más que nunca necesitábamos precisión.

—El equipo uno entra por detrás. Nosotros por el frente —continuó Voight—. Del piso seis al diez, revisamos cada habitación. El resto al subsuelo. Sabemos cómo operan: sin dejar rastros.

Tragaba saliva cada vez que miraba el plano del edificio. Aislado, abandonado, con pocas entradas. Perfecto para esconder a alguien... o deshacerse de ella.

—Tenemos que movernos —ordenó Voight.

Nos desplegamos. El edificio estaba rodeado. Los bomberos listos. Ambulancias esperando.

Apenas cruzamos la entrada, escuché un grito.

Era su voz. La reconocería en cualquier parte del mundo.

Sentí que el corazón se me comprimía. Las lágrimas se me agolparon, pero me obligué a seguir. No podía quebrarme. Tenía que llegar.

Cada escalón era un recordatorio de todo lo que fallé. Cada grito suyo era un golpe para mí.

Pensaba: ¿Qué le están haciendo? ¿Qué hice?
Yo la puse en peligro. Ella no merecía esto.

Pero esta vez no iba a fallar.

Esta vez... la traigo de vuelta. Viva.



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En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

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