Chicago

Capítulo 32

Emma

El aroma a desinfectante y medicina me llenó los sentidos cuando volví en mí. La luz blanca me cegó al abrir los ojos. Sabía exactamente dónde estaba. Hospital.

—¿Emma?

Parpadeé varias veces hasta que mi vista se aclaró. La habitación era blanca, silenciosa... y entonces lo vi. Jay. Sentado a mi lado, con esa sonrisa suya que solo aparecía cuando algo de verdad le emocionaba. Pero debajo de esa sonrisa, noté la tensión en sus ojos. El alivio mezclado con miedo.

Intenté hablar, pero el collarín no me lo permitió. No sentía del todo mi cuerpo, y la ansiedad me invadió.

—Ey, tranquila —su voz fue suave—. No te esfuerces, ¿sí? No intentes hablar ni moverte aún.

Me tomó la mano con cuidado.

—Tuvieron que operarte. Tenías una fractura en la pierna, te rompieron un par de costillas... pero estás viva, Emma. Estás bien.

Y entonces todo volvió. Jared. La caída. El dolor. El miedo.

Las lágrimas comenzaron a salir solas. Jay se inclinó y me abrazó con cuidado. Sentirlo me dio paz, me recordó que estaba a salvo. Pero no podía dejar de temblar.

—Todo está bien ahora. Te lo juro —me miró a los ojos—. Estoy aquí. No te dejaré sola.

Intenté sonreír, pero un sollozo me venció y sentí un pinchazo de dolor en el pecho. Jay frunció el ceño, claramente dolido por verme así.

—Cuánto lo siento... —su voz se quebró—. Todo esto es mi culpa. Si me hubieras dicho que me odiabas, te entendería. De verdad... perdón, Emma.

Sus lágrimas caían sin pausa. Quería decirle que no era su culpa. Quería gritarle que no se atreviera a pensar eso. Pero no podía hablar, y mi pulso se aceleró. Las máquinas comenzaron a sonar con fuerza.

La puerta se abrió bruscamente. Will y Connor entraron de inmediato.

—Emma —Connor llegó hasta mí y dejó un beso en mi frente, su voz temblaba—. Tranquila, estoy aquí.

—No te alteres —Will revisó rápidamente la máquina y luego miró a su hermano, molesto—. ¿Qué le dijiste, Jay?

—Solo... le pedí perdón. No dije nada más —Jay bajó la mirada.

—No mereces su perdón —el tono seco y frío de Connor hizo que la máquina volviera a pitar.

—¡Connor! —Will le lanzó una mirada severa—. No es el momento. Emma, tranquila, estás bien.

Moví la mano, con esfuerzo, pidiendo algo para escribir. Tenía que decirles lo que sentía, no podía dejar que Jay creyera esas cosas.

Connor salió y volvió con una pequeña pizarra blanca y un marcador.

—Toma —me lo entregó.

Me costó escribir, pero lo logré.

No es tu culpa, Jay. No te odio.

Jay leyó y apretó los labios con fuerza.

—Pero si no fuera por mí, por ese caso...

Basta. Odio que te culpes así. Estoy viva. Estoy bien. Eso es lo que importa.

Suspiró. Sabía que convencerlo sería difícil.

—Estarías mejor sin mí en tu vida.

Ese comentario fue como una puñalada. Mis lágrimas volvieron. Rápido escribí:

NO PIENSES EN DEJARME. SIN TI ME MUERO, JAY.

Él leyó, y se quebró. Su voz no salió, pero sus ojos lo dijeron todo. Se inclinó y me abrazó como si necesitara asegurarse de que aún estaba ahí.

—Tiene razón —intervino Connor, y esta vez sin enojo—. Mírala. Mírate, Jay. Esto no es justo para ninguno.

Sin pensarlo, levanté la pizarra y le di un golpe leve en la cabeza. Se quejó, mientras yo escribía con decisión:

No esperaba que tú también fueras idiota. No fue su culpa. Sé cómo funciona su trabajo. Y si siguen con esto, los voy a golpear a los dos.

Connor resopló, pero no discutió. Jay solo sonrió levemente.

—Bien. Ya no digo nada más —Jay se rindió. Me abrazó con cuidado, y luego ambos se quedaron conmigo.

Durante ese rato, me contaron todo lo que había pasado. Desde el momento en que Jay me encontró hasta que llegué al hospital. Lo escuchaba todo entre lágrimas, risa nerviosa y asombro. Pensé que tenía suficiente material para una novela negra. O para una película.

Lo que más me importaba era que estaba viva. Que estaba rodeada de personas que me amaban. No iba a perder tiempo con culpas o resentimientos. Solo quería sanar.

Mi recuperación fue dura, pero más rápida de lo que esperaban. Jay estuvo a mi lado en todo momento. Los demás también se turnaban. Nunca estuve sola. Seis meses después, regresé a casa.

—Hogar dulce hogar —dijo Jay mientras me cargaba.

—¿Feliz de estar en casa? —me dejó suavemente sobre la cama y arregló las almohadas.

—Extrañaba mi cama —le sonreí, viendo cómo desempaquetaba mis cosas con esa seriedad suya.

—Emma —se acercó, un poco nervioso—. Hay algo que quiero preguntarte.

—¿Qué cosa? —fruncí el ceño, curiosa.

—Quiero que vivamos juntos. ¿Te mudarías conmigo?

Me quedé en silencio, sorprendida.

—No tienes que responder ahora —me besó la mejilla y se levantó—. Solo piénsalo.

Y salió, dejándome con una gran sonrisa.

Jay

Los últimos meses fueron pesados. La recuperación de Emma había avanzado rápido, más de lo que cualquiera esperó. Verla de nuevo sonreír, caminar sin ayuda, incluso bromear... nos devolvía algo de paz. Aún no estaba al cien por ciento, pero le faltaba poco. Yo había estado pensando mucho en nuestro siguiente paso. Vivir juntos. Sentía que ya era momento. Cuando se lo dije, no esperaba una respuesta inmediata. Quizás fue impulsivo de mi parte, pero habría entendido si me decía que no.

Después de asegurarme de que estuviera bien por la mañana, fui directo al distrito. Tenía trabajo acumulado y April se quedó con Emma por unas horas.

—¿Se lo preguntaste? —pegue un brinco Anny al aparecer de la nada justo detrás de mí.

—¡Dios, Anny! —me llevé la mano al pecho, girando hacia ella—. ¿Puedes no hacer eso?

Ella solo se rió divertida.

—Lo siento, detective, pero necesito saber qué dijo.

—Sí, se lo pregunté —suspiré mientras revisaba unos reportes.



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En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

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