Chicago

Epílogo

Emma

—Jay, deja de comerte las galletas —le di un golpecito en la mano justo cuando intentaba agarrar otra del plato.

—¡Auch! —se quejó, haciéndose el ofendido mientras me miraba con cara de cachorro regañado—. Están buenísimas, ¿qué querés que haga?

—Son para los demás, ¿recuerdas que hoy vienen todos? —suspiré mientras volvía a acomodarlas en la bandeja.

—Las chicas se van a volver locas con esta casa —sentí cómo me abrazó por la espalda y dejó un beso cálido en mi cuello.

Habían pasado apenas unos días desde que terminamos de instalar los últimos detalles en la casa. Dos meses de mudanza, cajas por todos lados y muebles sin armar habían quedado atrás. Al final, encontramos nuestro lugar. Una casa en las afueras, cerca de la estación 51. Amplia, de dos pisos, con un jardín al frente rodeado de árboles, una terraza con piscina en la parte trasera y un interior de concepto abierto que conectaba la cocina con la sala y el comedor. Cuatro habitaciones, tres baños. Era nuestro lugar. Y nos encantó desde que lo vimos.

—Estoy segura de que van a querer hacer una parrillada y lanzarse a la piscina —dije con una sonrisa, dándole un beso en la mejilla antes de apartarme.

—¿Les dijiste que trajeran ropa de baño?

—Claro. Les dije que teníamos un rociador instalado... y que tú tenías planes de organizar una guerra de agua —reí mientras abría la nevera para preparar las bebidas.

—Entonces van a flipar cuando vean todo esto —rió también, ya acomodando los inflables de la piscina.

Organizamos todo en el patio: platos, vasos, snacks, botanas y las bebidas. Jay había instalado luces alrededor de la terraza y un buen equipo de sonido. Todo estaba listo.

Unos treinta minutos después, justo cuando estábamos poniéndonos listos, sonó el timbre.

—Yo voy —dijo Jay bajando corriendo las escaleras mientras yo terminaba de arreglarme.

Había pasado casi un año desde que todo cambió. Las heridas físicas ya no estaban, salvo por una leve cicatriz en mi pierna. El dolor emocional había cedido paso a una nueva etapa. Ahora vivíamos juntos, y todo lo vivido solo nos había hecho más fuertes.

—¿Amor? —la voz de Jay me sacó de mis pensamientos.

—Sí, ya estoy lista. Vamos.

Bajamos y ahí estaban todos: Antonio, Anny, Kim, Adam, Kevin, Connor, Will y April. Me reí al ver cómo exploraban cada rincón. Ninguno parecía haber llegado aún al patio trasero.

—¡Emma! —las chicas corrieron a abrazarme. Las cuatro terminamos riendo mientras nos tambaleábamos.

—Linda casa. Emma hizo un gran trabajo con la decoración —comentó Adam, mirando alrededor con aprobación.

—Gracias —sonreí, saludando uno a uno a los chicos.

—¡Yo también ayudé! —se quejó Jay, cruzándose de brazos como si de verdad estuviera ofendido.

—¿Tú? ¿Decorando? Por favor, no me hagas reír, Halstead —respondió Anny con una risa burlona, ganándose una mirada fulminante de él.

—No peleen —intervine, con tono de mamá de grupo.

—Sí, mamá —dijeron los dos al unísono, provocando una carcajada general.

—Vamos al patio —sugirió Jay, y abrió las puertas.

Las reacciones no se hicieron esperar. Kevin fue directo al equipo de sonido, Adam y Antonio se sirvieron una bebida, y todos admiraron la piscina con cara de "no me quiero ir nunca".

—¿Así que por eso nos pediste traer ropa de baño? —preguntó Kim.

—Exacto. Queríamos que fuera sorpresa —asentí.

—¡Es la mejor sorpresa! —exclamó Kevin—. ¿Qué tal si vamos a nadar?

La tarde pasó entre juegos, risas, música y más de una guerra de agua improvisada. El dolor, el miedo y la incertidumbre habían quedado atrás. Ahora solo existía esta calma, esta felicidad genuina. Estaba viva. Estaba rodeada de personas que amaba. Y tenía al mejor compañero de vida que podía pedir. Jay me amaba con cada parte de su ser. Y yo lo amaba con la misma intensidad. Nos cuidábamos, nos entendíamos... y aunque había momentos difíciles, siempre encontrábamos el camino de vuelta.

—Deja de escribir mentalmente, Rhodes —dijo Jay mientras me abrazaba por detrás, ambos sentados viendo el cielo desde la terraza.

—No puedo evitarlo.

—Te amo, Emma Rhodes.

—Y yo a ti, Jay Halstead.

El cielo comenzaba a teñirse de tonos naranjas y morados. El día había sido perfecto. Y aunque la vida no era siempre fácil, ahora lo sabía con certeza: pase lo que pase, nos teníamos el uno al otro. Y eso era más que suficiente.

Fin.



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En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

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