Chico de Renta

Capítulo 3

—¿Estás bien? —preguntó tomándome del hombro con suavidad.

Negué frenéticamente. Solo quería salir de aquel maldito lugar.

La brisa trajo consigo un aroma muy particular, uno que conocía a la perfección.
Caleb había llegado hasta donde estaba, algo que me extrañó, teniendo en cuenta su reticencia a que nos vieran juntos.

—Por favor, nena, hablemos —pidió el idiota—no sé qué habrás visto, pero...

—Ni se te ocurre decir que no es lo que pienso —dije, dolida por lo que había visto, pero más aún porque seguía tomándome por estúpida.

—Por favor —volvió a pedir, mirando a todos lados—, vayamos a un lugar tranquilo, lejos de todos, y hablemos. —Intentó tomar mi mano, pero la aparte con brusquedad, acercándome más a Eros, quien se mantenía a mi lado con su mano aún sobre mi hombro.

—No me toques —grité.

—Déjame explicarte, joder —insistió, pero no lo escuché. No quería hacerlo.

—Sácame de aquí —le pedí a Eros, suplicante. Él dejó de inmediato el agarre en mi hombro para tomarme de la mano y guiarme fuera de ese infierno.

—Y este ¿quién cojones es? —preguntó Caleb con un tono despectivo que me puso de los nervios.

Ambos lo ignoramos.

—¿Acaso no me escuchaste?

—Sí lo hice, pero creo que no te debo ninguna explicación después de verte allí adentro con Mónica.

—No viste nada, porque no pasa nada. Solo somos amigos. —Otra vez intentaba tomarme por tonta. Me solté del agarre de Eros y caminé rápidamente hasta quedar a centímetros de Caleb.

—Pensé que serías más ingenioso, pero ya veo que tu cabecita no da para tanto —dije golpeándole la cabeza con el dedo índice —deberías ser más original —concluí.

—Estás sacando las cosas de quicio, Kristal —su voz tembló un poco, señal de su frustración al no lograr lo que quería esta vez.

—Por Dios, Caleb, ¿de verdad lo crees? Porque, para mí, los amigos no se besan en la boca ni se tocan de esa forma. —Me giré y tomé la mano de Eros, continuando nuestro camino.

Lo dejé parado en su lugar, claramente molesto, pero sobre todo porque esta vez no le permití embaucarme con sus mentiras. No sé de dónde saqué tanta fuerza para enfrentarlo de esa forma, pero se sintió liberador hasta cierto punto.

Eros me llevó hasta el coche en el que habíamos llegado a la fiesta. Fue entonces cuando todo mi autocontrol y valor se desplomaron, dejando salir a la chica frágil que solía ser.

El silencio que nos rodeaba en el auto no era incómodo. Me concentré en la carretera y en cómo poco a poco íbamos dejando la ciudad atrás, adentrándonos en una carretera más oscura, bordeada de espesos árboles.

Las imágenes de Caleb y Mónica llegaban a mi mente, repitiéndose en bucle. Cerré los ojos con fuerza mientras las lágrimas rodaban libres por mis mejillas. Eros seguía sin decir nada, y en ese momento se lo agradecí. Solo quería sacar todo ese dolor de mi pecho, aunque fuera a punta de lágrimas.

Al cabo de un rato, sentí el auto detenerse y el motor apagarse. Eros salió del coche, lo rodeó y abrió la puerta para mí. Tomé su mano y salí del interior. La brisa fresca me recibió de inmediato, haciéndome temblar ligeramente, aunque lo olvidé al percatarme del lugar donde estaba.

Era precioso. Un sitio apartado de todo, con un inmenso lago rodeado de un denso bosque. Caminé directamente hacia aquella maravilla. El agua cristalina brillaba bajo la luz de la luna, reflejando su calma. Un puente de madera conectaba con ese hermoso paraíso. Inspiré profundo, dejando que la tranquilidad del lugar me llenara, aliviando un poco mi dolor.

El sonido del celular de Eros me sacó del trance en el que estaba sumergida. Noté cómo se alejaba un poco para contestar. Mientras tanto, aproveché para sentarme al borde del puente, dejando mis pies colgando hacia el vacío, sobre el agua.

Lo miré de reojo cuando lo sentí hablar en voz baja. Alcancé a escuchar algo.

—Sí, está conmigo —sus ojos se conectaron con los míos y, sin dejar de verme, siguió hablando—. Está bien, no te preocupes.

Colgó tras despedirse y comenzó a caminar lentamente hasta llegar a mí. Desvié la mirada, enfocándome en el infinito del lugar.

Tras unos minutos de pie detrás de mí, finalmente decidió sentarse a mi lado. El silencio volvió a reinar mientras yo me dejaba llevar por las sensaciones que me generaba este hermoso lugar.

— ¿Te sientes mejor? —preguntó al cabo de un rato.

—La verdad es que sí —respondí, absorta observando todo a mi alrededor—. Gracias. —Le agradecí honestamente.

—De nada. Es un lugar realmente tranquilo y ayuda a despejar la mente. Viene bien cuando tengo días intranquilos.

Su voz era hermosa. Fuerte y profunda, tenía el poder de calmarte, como este lugar. Pero algo me decía que no siempre era así.

—¿Puedo preguntar por qué llorabas? —cuestionó sin mirarme.

—En serio, ¿no tienes idea? —pregunté con sarcasmo.

—Sí la tengo, pero no me gusta sacar conclusiones por adelantado —respondió tranquilo, su vista al frente todavía.

—Descuida. No quiero echar a perder lo único hermoso de la noche ni aburrirte con mis dramas existenciales. —En ese momento sí me miró.

—He preguntado yo, no entiendo porque asumes que me aburrirías —esperé cualquier respuesta de su parte menos esa.

Suspiré con pesadez, moviendo los pies hacia adelante y atrás, mientras retorcía los dedos en mi regazo.

—Pasa que me enamoré como una tonta y esta noche me vieron la cara de idiota.

—No creo que seas tonta. En mi opinión, creo que el idiota es él.

Algo pesado se removió en mi estómago tras sus palabras. Me acomodé los lentes y me giré, quedando de frente a él.

—Ya pareces Alma diciendo cosas así —solté una risita nerviosa.

—Pues ya ves, somos mayoría. —Volví a alzar la vista. Estaba sonriendo. Su sonrisa era hermosa, sus hoyuelos marcándose y sus ojos achinados por el gesto lo hacían lucir extremadamente bello.




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