Chico de Renta

Capítulo 6

Mini maraton 2/3

Alma me invitó a comer con ella y Scoot, y como no puedo negarme a la comida china, terminé diciéndole que sí. El chico nos pasaría a recoger y nos llevaría a su residencia. No era nada especial, solo comida, un poco de música o quizás una película. Es lo que siempre hacemos cuando vamos allá. Algunas veces se une Cam, cuando no anda por ahí con alguna chica.

Mientras esperamos en el salón a Scoot, me siento junto a Alma, retorciéndome los dedos en un intento por controlar mi nerviosismo ante lo que estoy a punto de preguntar

—Mmm... —comienzo—. Alma, ¿te puedo preguntar algo?

—Sí, claro, dispara —asiente, prestándome total atención.

Pero justo cuando voy a abrir la boca, suena el claxon del carro de su novio. Alma se levanta con una rapidez mayor que la del mismísimo Flash.

—Ya llegó, vamos —dice, tomándome del brazo.

Niego sonriente, porque es obvio que ya se olvidó de mi pregunta, y yo he perdido un poco el interés en saber la respuesta.

Mentirosa , me susurra una vocecita en mi cabeza.

Llegamos al auto y, tras una sesión de besos, chupetones y lametones, Scoot me saluda y pone en marcha el coche. Mi amiga habla animadamente mientras le hace cosquillas en la nuca a su novio, quien sigue conduciendo. Yo solo ruedo los ojos con diversión y me recuesto en el asiento.

Solo espero que esté Cam, o si no, no aguantaré a estos dos.

Mi teléfono se ilumina con un mensaje.

Rápidamente lo abro.

—¿Podemos vernos hoy? —El mensaje viene acompañado de un emoji lleno de corazones.

—Lo siento, estoy de camino con Alma a la residencia de Scoot.

Me acomodo los lentes y me meto la uña del dedo gordo en la boca, mordiéndola mientras los nervios se arraigan en mi estómago.

—Puedo buscarte si quieres —responde de inmediato.

Sonrío tontamente al leer sus palabras.

La cuestión es que Caleb nunca me buscaba, ni nos veíamos en lugares donde hubiera personas que nos conocieran. Aunque sabía que Alma tenía conocimiento de nuestra relación, nunca me había dicho nada al respecto. Así que el hecho de que ahora me dijera eso me demostraba que, en realidad, estaba intentando cambiar por mí.

—¿En serio no te importa que nos vean juntos?

Me impaciento cuando veo que la respuesta no llega. Mi sonrisa se desvanece y mis ánimos decaen ante la idea de que Caleb se haya arrepentido. Minutos después, llegamos. Cansada de mirar el teléfono como una obsesiva, lo guardo en mi bolsillo y me bajo del coche tras aparcar.

—Ey, Kris —Alma me abraza por los hombros. La noche apenas comienza a caer—. ¿Se puede saber qué te sucede? ¿Por qué tienes esa cara?

—No es nada, Alma, solo estoy cansada, es eso.

—Bueno, hace diez minutos estabas feliz y ahora traes una cara de culo que no puedes con ella —soltó, algo exasperada—. Seguro el idiota de Caleb tiene que ver.

Me mira esperando una reacción. Al ver que solo desvío la mirada, resopla y detiene mis pasos.

Scoot ya se ha adelantado a su habitación; No sé en qué momento desapareció, pero lo cierto es que no está por ninguna parte en el estacionamiento.

—Kristal, ¿se puede saber qué te hizo ese capullo ahora?

Su tono no es de reproche hacia mí, pero sí de mucha molestia dirigida a Caleb, sin dudas.

—No me ha hecho nada —intento seguir mi camino, pero ella no me deja.

—¿Entonces?...

Le cuento mi conversación por mensajes de hace unos minutos. Alma suspira.

—Cariño, necesito que te des una buena dosis de realidad. Las personas como Caleb no cambian.

El calor de sus manos en mis mejillas contrasta a la perfección con el aire fresco de la noche. Sus ojos color café, ahora más oscuros por la falta de luz, me observan con determinación y veracidad en sus palabras.

—Vale, ¿y qué quieres que haga? —pregunto, exasperada, quitándole sus manos de mi cara y pasando las mías por mi cabello.

—Alma. Me gusta... lo amo. Y aunque cometió una falta grande, aún tengo esperanza de que cambie y de que sea cierto eso de que no estaban juntos.

—¡Por Dios, Kristal, date cuenta de una vez! —Alma alza un poco más la voz—. No te das cuenta de que solo eres su diversión, su juguete. Es un idiota, un infiel de mierda que no se merece ni una puta lágrima tuya, ni un pensamiento, ni nada. No te das cuenta de que ahí no es, de que estando con él solo te harás más daño. Mírate, tu estado de ánimo depende de cómo te trate o de lo que te diga, y así es como le gusta tenerte. Y perdona, pero esta vez no te apoyaré si decides volver con él.

Concluye con los ojos vidriosos por las lágrimas contenidas. Su pecho sube y baja a una velocidad desorbitante, como si fuera a darle un paro cardíaco.

—Nos vemos arriba —da media vuelta y desaparece de mi vista por completo.

Camino hacia el borde de la acera y me siento en el burdillo. Llevo las manos a mi rostro y lo froto con fuerza. No lloro, no vale la pena. No resolvería absolutamente nada. Pero sí me siento frustrada y dolida por las palabras de mi amiga. En el fondo sé que son ciertas, pero me niego a verlas.

Recojo mis piernas hasta mi pecho, cruzándome de brazos sobre ellas, y comienzo a golpear suavemente mi cabeza contra mis antebrazos.

—Si sigues golpeándote así, acabaré llevándote al hospital por conmoción cerebral.

Una voz, que se me hace muy familiar, me habla.

Dejo mi cabeza quieta y subo la vista suavemente hasta encontrarme con un rostro que recién conocí, pero que nunca olvidaré.

Eros está frente a mí con una sonrisa simple, pero suficiente para que se le marquen los hoyuelos.

Bajo la mirada impulsivamente hasta sus manos, como si buscara evidencia de lo sucedido la noche anterior.

En una mano sostiene un casco negro brilloso; la otra la mantiene dentro del bolsillo delantero de su pantalón.

—Descuida, no tendrás que volver a llevarme a ningún sitio —respondo, algo cortante, poniéndome de pie. El aire sopla ligeramente, moviendo los mechones sueltos de mi cabello.




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