Chico de Renta

Capítulo 10

El lunes llegó, tras un fin de semana lleno de intensidad, plantones amorosos y propuestas locas. Me sentía aún peor al saber que tenía que ir a la universidad y encontrarme con Caleb y con Eros. No estaba en condiciones de lidiar con ninguno de los dos, y faltar no era una opción.

Me fui con Alma y le agradecí que no mencionara nada más del tema en todo el camino. Solo nos dedicamos a las charlas tontas, nada que incluyera a los chicos.

Suspiré cuando hicimos entrada al campus. Madre santa, será un día largo o un año, pensé.

Apenas llevaba unos pasos dentro de los pasillos y ya me había cruzado con Mónica, quien me miró de arriba abajo con una expresión de burla en su rostro. Alma casi la despelleja, pero la contuve de cometer un homicidio. Mi amiga estaba loca, tenía que admitirlo.

La campana sonó indicando que comenzaría el turno de clases. Alma y yo nos despedimos y cada una de nosotras se fue a sus respectivas clases. Llegué a mi salón con el ánimo por el suelo. No sé en qué momento mi vida se volvió patas arriba, pero intenté mantener la calma. Con pasos desganados, entré y me senté en la última mesa del salón, como ya era costumbre. Los compañeros de clase iban entrando poco a poco, y algunos ya se encontraban dentro del aula charlando, ajenos a mi miserable existencia.

En lo que llegaba el profesor, aproveché y bajé la cabeza, intentando descansar, cuando sentí que alguien se sentaba a mi lado. No le di importancia; siempre había algún rezagado que no le quedaba opción más que sentarse junto a mí.

—Nena... -Oh no, este no es cualquier compañero.

—Por favor, Kris —susurró-, hablemos.

—Vete a la mierda, Caleb —respondí con cansancio. Ya me estaba hartando el señorito con el "por favor" y sus mierdas.

—Nena, en serio no fue mi intención, los chicos llegaron... —comenzó a narrar el mismo maldito mensaje que me había enviado.

—Ya me has oído, Caleb —mi voz salía amortiguada y aguda por la posición. Cabe destacar que no me molesté en levantar la cabeza para mirarlo a su estúpido rostro—. Déjame en paz, no me importan tus excusas.

—Kris —su voz me taladraba el sentido. Ya no lo soportaba, así que de una me puse de pie, agarré mi mochila y comencé a caminar en dirección a la puerta.

Nadie notó nada, bueno, no habían notado nada hasta que Caleb decidió seguirme.

—Necesito que me escuches —alzó la voz, y todos se voltearon a ver—. No es una excusa, es lo que sucedió. Por favor, no estoy mintiendo. —Me sorprendía que me hablara, y más enfrente de todos, pero si soy honesta, casi que preferí que no lo hiciera.

Entonces, una voz resonó desde la mitad del salón.

—Me parece que fue clara contigo y te pidió que te fueras —Eros caminaba hacia nosotros con pasos firmes. Vaya espectáculo estábamos dando.

—Y a mí me parece que no estoy hablando contigo —replicó Caleb.

—Pues fíjate que si le hablas a mi novia, entonces también me hablas a mí. Y ella no quiere hablar contigo, así que déjala en paz de una buena vez.

Los murmullos de los demás se hacían ecos entre sí. Bajé la cabeza, cansada de estar en el medio de tantas mentiras.

Caleb me agarró del brazo.

—¿Es eso cierto?

Su cara de incredulidad era notable.

—Es cierto, ¿o no me escuchaste? —Eros llegó hasta mí abrazándome de los hombros. Miré su agarre y luego a él, quien me guiñó un ojo a modo de tranquilizarme.

Con su mano libre despojó mi brazo del agarre de Caleb. Las burlas y los abucheos no se hicieron esperar. Caleb fue a decir algo más, pero el profesor entró, interrumpiendo lo que diría.

Decidí saltarme la clase. Sabía que me traería problemas, pero quedarme ahí también. Llegué junto a las gradas y me senté debajo de las escaleras. Mi teléfono emitió un sonido de notificación de mensaje: era Alma y había enviado un vídeo por WhatsApp.

Lo abrí de inmediato, quedando paralizada ante lo que estaba viendo. Mi corazón se aceleró y el pulso se me disparó. Jamás había sido el centro de atención de nadie, y ahora lo había sido para todos en la escuela.

El video era de la discusión entre nosotros tres: Eros, Caleb y yo. Desde donde Caleb me pide hablar hasta donde salgo corriendo. Por Dios, no puedo sentirme más humillada.

Mis ojos se humedecieron por las lágrimas que pedían salir a gritos, pero la rabia y la furia lo impedían.

Agarré mi mochila y salí directo a los baños. Necesitaba refrescarme con un poco de agua. Pronto tenía otro turno de clases y no quería volver a saltármelo, por muy mal que me estuviera yendo.

Llegué a los baños de chicas, abrí la llave y comencé a remojarme el cuello y la cara. Si alguna lágrima salió, estoy segura de que se fue con las gotas de agua que caían por mis mejillas.

A lo lejos sentí voces, o más bien una voz y risitas. Corrí a meterme en uno de los cubículos. Quien quiera que fuera, no quería que me vieran así. Bastante de qué hablar ya les había dado por cuenta del rubio.

—Qué video más chistoso. ¿Verdad que Caleb es un experto en el engaño? —Fruncí el ceño cuando escuché lo que hablaban.

—No sé qué le habrá contado a esa pobre chica —esta vez era la voz de Mónica—, pero no sé cómo tiene cara para decirle tal cosa.

—Lo cierto es que no sé qué le ves a ese idiota —le reprochó una de sus amigas.

—Pues que da buen sexo y lo mejor es sin compromiso. Este domingo la pasamos genial en su habitación —rieron todas, cómplices de aquel secreto no tan secreto, al menos para mí.

Me dolía aún más que Caleb siguiera insistiendo en una mentira que ni él mismo se creía. La rabia me atacó de nuevo al sentirme tan ridícula por creerle tantas veces.

Me tapé la boca cuando un sollozo me atacó. No quería que me vieran más patética de lo que ya era.

—Pero debo decir que quien salió ganando fue esa chica. ¿O no vieron al papasote de Eros? —se quedaron calladas por un momento y luego comenzaron a reír como locas.




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