Chico de Renta

Capítulo 11

Iba saliendo del campus cuando el rugido de una moto me sorprendió. Eros manejaba en silencio a mi lado, suave. Lo miré de reojo, pero él solo mantenía su vista al frente.

—¿Qué quieres? —le pregunté de malas maneras.

—Que vengas conmigo, o por lo menos me dejes acompañarte hasta tu residencia.

—Gracias, pero estoy bien.

—No lo estás. Pero si quieres que finja que te creo, perfecto, así lo haré.

—¿A qué estás jugando? —me paré en seco, quedando detrás de él.

—No entiendo a qué te refieres —respondió. Caminé, situándome de frente a él.

—Sí lo sabes, pero igual te lo diré —mi voz temblaba, cargada de furia, de dolor

—No entiendo por qué me ayudas, por qué te acercaste a mí, por qué no dudaste ni un segundo en aceptar la propuesta que mi amiga me hizo. No entiendo por qué, si todos se burlan de mí, tú te acercas apenas sin conocerme... ¿O es que este es tu modo de burlarte de mí?

Debo admitir que lo último lo pregunté con mucho temor, temor a que su respuesta fuera afirmativa, y la verdad no tenía idea de por qué... solo que me asustaba un montón.

Eros suspiró y se bajó de la moto. Con esa paz que siempre lo ha caracterizado, me miró directo a los ojos. Los suyos... apenas se le veían las pupilas, pues de tan oscuros que los tenía se camuflaban en su oscuridad.

—No, Kristal —oirlo decir mi nombre me hizo estremecer—. No estoy jugando contigo. Eso es algo que no haría jamás en la vida. Y si te ayudo es porque sé lo que se siente tener un corazón roto, destrozado. Sé lo que se siente vivir a la sombra de alguien más, ser su secreto y sentirse una mierda —las lágrimas rodaban por mis mejillas sin permiso alguno—.
Sí, Bennett, aunque parezca mentira, yo también fui el secreto de alguien. Fui destrozado y traicionado por una persona a la que le entregué el corazón, que no dudó en jugar con él y destrozarlo hasta devolvérmelo hecho una basura. Por eso te ofrecí mi ayuda. Por eso me acerqué a ti, pero nunca para jugar ni burlarme. Solo quiero ser tu amigo, y ayudarte a demostrarle a ese idiota que por mujeres como tú vale la pena luchar. De ti depende si lo perdonas o no.

Me quedé sin palabras al escuchar la confesión de Eros. Jamás imaginé que alguien como él hubiera sufrido por una traición.

—Pues menuda idiota —solté sin pensar, retraída en mis pensamientos.

—Eso es un cumplido, Bennett —lo miré, ruborizada. No era mi intención decir algo así. Su expresión había cambiado a una más relajada.

—¿Aún sigue en pie la oferta de llevarme a algún lado? —pregunté, en un intento por desviar el tema de antes.

—Sube —me ofreció el casco mientras me subía a la moto y él la ponía en marcha.

Al principio me rehusé a abrazarlo por la cintura, pero luego me relajé y, de a poco, me acerqué a su espalda, abrazándolo. Su chaqueta de cuero negra se sentía fría, pero no me importó. Sentí una de sus manos tomarme las mías y unirlas al frente. Su contacto se sintió cálido, reconfortante. Sentía que, de todo lo malo que me estaba sucediendo, había ganado un gran amigo. Uno que empatizaba conmigo, y que al igual que yo, intentábamos sanar de alguna manera.

El viaje fue un poco largo, y a pesar de que era de día, reconocí esos árboles y el camino que conducía hacia el lago donde por primera vez me llevó.

Esperaba no equivocarme, porque a decir verdad era un lugar maravilloso. Y si de noche era todo un espectáculo, de día no me lo imaginaba… debía ser aún mejor la vista.

No me preocupé por las clases, ni la escuela, ni nada referente a mi día escolar. Solo me retumbaba en la cabeza lo idiota que había sido, cómo pude ser tan ciega y no ver a ese imbécil tal como era. Alma siempre me lo decía, pero yo nunca le creía. Es algo que me reprocharé siempre. Pero como dice mi madre, nadie aprende por cabeza ajena. Así que de una tenía que darme un tortazo y así aprender de una buena vez.

No fue hasta que el sonido del motor dejó de rugir que me di cuenta de que ya habíamos llegado. Eros esperó paciente a que me bajara, y cuando me di cuenta, lo hice de inmediato.

Tal como imaginaba, las vistas eran preciosas. El sol brillaba con intensidad, reflejando sus rayos en el lago. El agua se mecía con el viento y los árboles al mismo ritmo, como si estuvieran en sincronía. Era mágico ese lugar. Era como llegar a una terapia de relajación natural.

De inmediato dejé caer mi mochila, me quité los zapatos e hice lo mismo que la primera vez: caminé sobre el puente de madera, sintiendo su crujir bajo mis plantas. Llegué al borde y me senté, remojando mis dedos en el agua fría. Mi cuerpo se relajó, dejando caer mis hombros hacia delante. Mis ojos se cerraron, disfrutando de la brisa refrescante.

Sentí a Eros pisar suavemente detrás de mí. Otra vez la madera crujió bajo su peso. Se sentó a mi lado en un silencio total, pero tal como cuando lo conocí, no era para nada incómodo. Así se sentía con él, y aunque no sabía por qué, tampoco me interesaba saberlo. Solo disfrutaba de eso.

Con un poco de vergüenza, recosté mi cabeza en su hombro. Su colonia suave, fresca, varonil me llegó de una. Inspiré fuerte… ahhh, me sentía tan en paz en estos momentos que regresar a la realidad me abrumaba. Quería quedarme así para siempre, o al menos hasta que el dolor de mi pecho desapareciera.

No sé por qué no tenemos un botón de encendido o apagado, y así poder apagar nuestros sentimientos hasta que nuestro destrozado corazón esté a salvo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.