Suspiré al cabo de un rato y, sin pensarlo de más, me enderecé y miré al pelinegro. Sus ojos estaban cerrados, igual que los míos hace un momento. El aire le despeinaba un poco el cabello, dejándolo más revuelto, y el piercing de la nariz brillaba finamente. Y yo, como tonta, me le quedé viendo un poco más de lo necesario.
Apreté los labios sin saber cómo decir aquello, y menos después de todo el drama que hice.
—Bennett.
—¡Mmm! —respondí, simple.
—Recuerda que soy tu amigo, puedes decirme lo que quieras —seguía con los ojos cerrados, y con esa paz envidiable.
Una punzada me atravesó el estómago al oír la palabra amigo. Se sentía raro, de alguna manera.
—¿Cómo sabes que te quiero preguntar algo? Apenas y me estás mirando —intenté bromear.
—No me malinterpretes, pero eres fácil de descifrar. Además, cuando vas a preguntar algo o estás pensando demasiado, sueles suspirar con frecuencia.
Nunca lo había notado, para ser honesta.
—Bueno, como sea —me animé mentalmente—. ¿Aún estás dispuesto a ser mi chico de renta?
Sus ojos se abrieron de golpe. Su expresión cambió a una que no supe descifrar. Me asusté… quizás ya había desechado la idea o vaya tú a saber...
—¿Estás segura? —fue su respuesta.
—La verdad no —le dije, sincera—, pero me gustaría intentarlo. No quiero que Caleb me siga haciendo daño. Quiero ser yo la que lo haga sufrir, aunque me haga ser una egoísta.
Una sonrisa sutil apareció en su rostro, haciendo que uno de sus hoyuelos se asomara por unos segundos.
—Claro que aún sigue disponible la oferta. Solo con una condición.
—¿Cuál? —mi corazón latía desbocado. Esperaba que no me pidiera nada raro. Todavía no lo conocía del todo, así que todo podía ser.
—Yo te llevo el contrato. No quiero que vengas al club.
Fruncí el ceño, no entendía. Se suponía que era lo legal: ir al club y solicitar sus servicios.
—¿Por qué? ¿Acaso te da miedo que encuentre a uno más guapo que tú y te cambie? —le dije a modo de broma, pero su rostro se contrajo duramente.
—Más guapos los hay. Ahora, uno que ponga al idiota de tu ex a rabiar de celos… solo yo —soltó, airoso.
—Engreído —me burlé.
—Es la verdad. Pero respondiendo a tu pregunta, no quiero que vayas al club porque no es lugar para una chica como tú.
—¿Ah, sí? ¿Y qué tipo de chica soy? —sonreí, mordiéndome el labio mientras lo observaba por encima de mi hombro.
Lo vi tragar fuerte, su manzana subió y bajó rápidamente. Sus ojos bajaron a mis labios y luego subieron de nuevo, mirándome fijamente. Otra vez sentí el calor invadir mi cara, así que corté todo contacto visual con él.
—¿Tienes tu celular encima? —preguntó, cambiando de tema abruptamente.
—No, lo tengo en la mochila —respondí, confundida—. ¿Por qué?
—Dame tus lentes, entonces —estiró la mano en mi dirección, esperando a que se los diera.
—¿Para qué o qué? —insistí.
—Deja ya de preguntar y haz lo que te pido —hizo un gesto con los dedos, esperando los lentes.
Con cautela me los quité y los deposité en su palma.
—Ten cuidado, por favor. No quiero quedarme ciega por el resto del cur…
Todo lo que sentí fue unos brazos abrazándome desde atrás y luego el impacto contra el agua. Eros nos había arrojado al lago. El agua se sentía fría, pero no molestaba, era refrescante. Subí a la superficie y me retiré el cabello pegado a la cara.
—¡Idiota! —reí, arrojándole agua a la cara.
—¿A que es divertido? —me devolvió el chapuzón.
—No lo es, me voy a congelar en la moto de regreso —me quejé.
—Esperemos a que te seques y listo. No seas quejica, Bennett. Disfruta de lo lindo, de la naturaleza. Además, para mostrarte algo necesitaba que te arrojaras al agua, y conociéndote, no lo harías por ti misma.
—Como sea. Espero que valga la pena.
Editado: 23.08.2025