Eros sonrió. No me había fijado, pero su torso estaba desnudo, su pelo negro pegado a la frente. Era todo un espectáculo en cada sentido de la palabra. Nadó hasta situarse cerca de unas rocas donde me llamó, así que lo imité y nadé hacia él.
No sé cuánto tiempo había pasado, pero sí el suficiente para ver la puesta de sol detrás de las nubes. El pelinegro se acercó a mí y me tomó de la cintura.
—¿Puedo? —preguntó antes de agarrarme del todo.
Mi corazón se desbocó sin razón alguna, y por miedo a que mi voz no saliera, solo asentí.
Donde estábamos, el agua nos cubría hasta los muslos. Era una especie de arrecife natural, con unas rocas a las que solo podías subir con un brinco. De una, Eros se agachó, quedando cara a cara conmigo. La respiración se me aceleró. Dios, me sentía en las nubes. Me aferré a sus antebrazos. Cuando acercó su cara a la mía, a tal punto que nuestros alientos se fundieron, y sin previo aviso, me trepó sobre la roca, sentándose él a mi lado.
No sé si él sintió lo mismo que yo, pero lo que sí sabía era que, si se acercaba de nuevo, podría ser capaz de sentir mi corazón latir.
—Mira —habló, señalando al horizonte—. Esta era una de mis vistas favoritas.
—¿Era? —pregunté, extrañada.
—Sí, era —me miró por un leve momento y volvió su vista al frente—. Ahora hay algo que disfruto mucho más.
—¿Y qué es? —la pregunta salió sin pensarla.
—Sí que eres curiosa —soltó entre risas.
—Y tú, un experto en cambiar de tema —me crucé de brazos como niña pequeña.
—Solo disfruta del espectáculo, Kris. Es realmente bonito, y en este lago solo se puede ver desde aquí.
Me concentré en el horizonte, en cómo el sol, ahora rojizo, se iba escondiendo detrás de las nubes. Cómo su silueta quedaba marcada en el agua del extenso lago. El cielo, teñido de algunos tonos similares, daba un aspecto nostálgico. Era bello. Poco a poco se fue escondiendo del todo, como si el agua y las nubes se lo hubieran tragado para dar paso a un cielo azul oscuro, vacío y con pocas nubes diminutas.
—¿Te gustó?
—Fue realmente hermoso —un escalofrío recorrió mi cuerpo, haciéndome gemir.
La ropa mojada y la puesta de sol dieron paso a un fresco más fuerte, y sin darme cuenta, ya estaba temblando.
Eros lo notó de inmediato. No sé cómo lo hacía, pero siempre se daba cuenta de todo. Al contrario de Caleb… estoy segura de que podría morir congelada a su lado y jamás se enteraría.
Suspiré con pesadez. Ya estaba acordándome del cucaracho.
—Ven, vamos —de un salto estaba de nuevo en el arrecife, y con el mismo proceder, me bajó de la roca. Solo había una forma de llegar ahí, y era nadando.
Me sentí aliviada cuando entré al agua. A diferencia de la primera vez, ahora se sentía cálida, aliviando el frío de mis músculos.
Una vez de regreso en el puente, Eros me ayudó a salir. Se acercó a su mochila y sacó un pulóver limpio, tendiéndomelo.
Era de color negro y marcaba un nombre: Ramones.
—¿Te das la vuelta, por favor? —hizo lo que le pedí, y de inmediato me cambié mi blusa mojada por su camiseta seca. Olía a él, a su colonia. Era realmente embriagador.
Le avisé cuando estuve lista y me dio su chaqueta. No lo pensé dos veces y me la puse. Él me devolvió mis lentes y se colocó su pulóver.
Finalmente, estábamos de vuelta frente al edificio viejo de mi residencia. Me bajé de la moto, quitándome el casco. Eros lo recibió, y cuando vio que me iba a quitar la chaqueta, me tomó de las manos.
—Quédatela. Me la puedes devolver luego.
—No hace falta, de verdad —respondí mientras bajaba el zipper.
—Bennett —me llamó con voz suave—, perdón por el espectáculo de hoy. No fue mi intención hacerte sentir incómoda.
Bajé la vista. Porque sí, me sentí más que incómoda, pero de igual forma aceptaba sus disculpas. No sé por qué, pero estaba empezando a creerle a este chico… y a confiar en él.
—Descuida, todo está olvidado —le sonreí, a modo de tranquilizarlo.
Nuestros móviles sonaron al mismo tiempo. No podía ser cierto. En el grupo del instituto se había difundido el maldito video. Me tensé demasiado al ver aquello. Ya lo había visto cuando Alma me lo envió en la mañana, pero ahora todos lo sabían. Y me causaba rabia e impotencia.
Eros mantenía la vista pegada al aparato. Su mandíbula se tensó tanto que creí que rompería sus muelas. Y pobre teléfono… parecía que lo estaba estrangulando. Fue mi turno de tomar sus manos. Mi contacto hizo que se relajara. Era lo menos que podía hacer después de que me ha ayudado tanto.
—Espero ese contrato pronto. Solo quiero pedirte una cosa antes de firmar.
—Tú dirás.
—Sé que sonará tonto viniendo de mí, y más sabiendo que nunca pasará algo así… pero igual quiero dejarlo claro —su impaciencia se veía reflejada en su rostro.
—Ya suéltalo, Bennett.
—Si alguno de los dos comienza a sentir algo por el otro, el contrato se acaba. ¿Estás de acuerdo?
El pelinegro se me quedó viendo por unos segundos antes de relajar su expresión.
—Imagino que no es negociable —bromeó.
—No, es en serio —vi cómo asentía varias veces mientras mantenía la vista fija en mis ojos.
—Me parece justo. Pero solo por saber… ¿qué pasa si el contrato se rompe porque me enamoro de ti?
Su pregunta me tomó por sorpresa. No pensé bien la respuesta, así que titubeé un poco antes de responder.
—Entonces todo se acaba, Eros. El contrato y también la amistad. Así que espero que no la cagues —sin ánimos de seguir en esa conversación sin sentido, me di media vuelta y subí las escaleras a toda prisa, pensando en la respuesta estúpida que le di.
¿Y si soy yo la que se enamora?
No, no puede pasar.
Él solo es el medio para un fin.
Y mi fin es hacer que Caleb caiga…
Y así poder vengarme de todo el daño que me ha hecho.
Espero poder lograrlo sin ser yo la que la cague al final.
Editado: 28.07.2025