Corrí hacia el interior del edificio, subiendo de dos en dos los escalones que llevaban al dormitorio.
Despistada, mirando los escalones, no noté que había alguien sentado frente a la puerta. Casi me estampo contra su cuerpo.
¡Maldición!
Suspiro, intentando evitar a Caleb, quien mantiene la cabeza gacha entre las rodillas. Pero es inútil; de inmediato se da cuenta de mi presencia.
—Kristal —su voz suena diferente—, te he estado esperando.
Alza la vista, y sus ojos se ven perdidos, sus párpados adormilados, como si les costara mantenerse abiertos. Volteo los ojos, cansada de toda esta situación.
—Vete a tu residencia, Caleb —continúo con mi labor de abrir la puerta—. Estás muy ebrio, necesitas descansar.
—No... —intenta pararse, pero se tambalea, así que lo sostengo por inercia—. Lo que necesito es hablar contigo, nena —guarda un mechón de pelo detrás de mi oreja—. Todo tiene una explicación, Kris, solo déjame hablar.
Sus palabras salían arrastradas, y por mucho que me doliera verlo en ese estado, y por más que lo amara —o me gustara—, no le daría la oportunidad de volver a hablar conmigo. Ya me había trazado un plan, y lo cumpliría. Lo menos que necesitaba era él dándome explicaciones vagas.
Busqué el teléfono en su bolsillo, enviándole un mensaje a Víctor, su mejor amigo, para que viniera a buscarlo.
—Kris... -su aliento caliente y alcoholizado rozó mi mejilla—. Dame otra oportunidad, nena. No soy nadie sin ti, es cierto —terminó de enderezarse, soltándose por completo de mi ayuda—. He sido un idiota, pero te juro que he tenido mis razones.
—¿Te estás escuchando, Caleb? Esto es ridículo. Me lastimas, me rompes el corazón, me dejas en ridículo delante de todos, me pegas los cuernos y, al final de todo eso, vienes a decirme que lo sientes y que has tenido tus razones... ¿de verdad?
El chico suspira y se vuelve a dejar caer al suelo, deslizándose por la puerta.
—Es cierto... solo quería mantenerte alejada de toda mi mierda, ¿sabes? —miraba hacia el frente, perdido en su monólogo—. No puedo decirte nada, pero en serio, no confíes en Eros —sus ojos conectaron con los míos, mientras el estómago se me encogía al escuchar el nombre del pelinegro—. Sé por qué estás con él, y no es mejor persona que yo. No te dejes engañar, Kris... eres demasiado buena para tipos como nosotros.
Víctor acababa de llegar. Quise preguntarle a Caleb de qué hablaba, por qué decía eso de Eros y en qué estaba metido, pero no pude, porque su amigo llegó justo en el momento en que quise preguntarle mil cosas.
—Arriba, bro —Víctor lo ayudó a ponerse de pie, mientras lo sostenía de la cintura y pasaba su brazo por encima del hombro.
Por mi parte, me sentía más confundida y aturdida que nunca. Había experimentado un millón de cosas en unos pocos días y las emociones las tenía a flor de piel. El cuerpo me temblaba, y no precisamente por frío. De nuevo, esas abruptas ganas de llorar me invadieron; las palabras subieron hasta el extremo de mi garganta, amenazándome con ahogarme si no las dejaba salir.
Los chicos estaban de espaldas a mí, casi a punto de bajar las escaleras, cuando tomé el valor, apretando los puños a mi lado, para decirle un par de cosas al rubio.
—No tienes derecho —los dos se detuvieron al escuchar mi voz temblorosa—. Caleb, no tienes derecho a venir aquí, a decirme estas cosas sin explicaciones, a jugar conmigo y luego pedirme que te perdone para volver a partirme el corazón. No tienes derecho a sentirte mal cuando he sido yo la dañada. ¡No tienes derecho de nada, joder! —grité furiosa.
—Eres un maldito egoísta que no acepta que la chica tonta te haya dejado. Por eso armas todo este teatro, pero ¿sabes qué? Ya no más de tus estupideces. Se acabó, Caleb. Me importa una mierda si de verdad estás arrepentido o no, esto finalmente se acabó.
Mi corazón martillaba contra el pecho, eufórico, lleno de adrenalina. Mi voz sonaba agitada, entrecortada, casi no podía contenerme. Era como un shot de energía momentánea.
Caleb se giró, quedando frente a mí, y me impactó ver sus mejillas húmedas por las lágrimas que salían de sus ojos.
Jamás lo había visto llorar... pero parece que es un actor de primera categoría.
—Perdóname, nena —su voz salía suplicante—. Sé que te hice mucho daño... solo déjame demostrarte que te amo, que de verdad quiero estar contigo —se arrodilló... el maldito se arrodilló—. Te juro que haré hasta lo imposible para que te vuelvas a enamorar de mí.
Víctor no decía ni una palabra. Y aunque busqué en su expresión algún signo de sorpresa, no hallé ninguno. Es como si todo esto no lo sorprendiera.
—Buenas noches, Víctor. Deberías llevar a tu amigo a descansar. Creo que el alcohol le ha intoxicado demasiado el cerebro —tras eso, entré al cuarto y cerré la puerta en sus narices.
Lo hice con más fuerza de la necesaria, dejé caer mi mochila y tiré las llaves con fuerza a algún rincón. Mi vida seguía siendo caótica, por culpa de Caleb.
Me tiré en la cama, metí la cabeza en la almohada y grité. Lo hice con tanta fuerza que mis cuerdas vocales ardían. El grito salió amortiguado por la almohada, pero al menos me ayudó a sacar un poco de todo lo que llevaba dentro.
Me fui a la ducha, me quité la ropa y, sin esperar a que el agua estuviera caliente, me coloqué debajo de ella. Su frialdad tensó mis músculos casi al punto de sentirme entumida, pero poco a poco comenzó a salir más calentita, aliviando y relajando cada tendón contraído.
Así eran los chicos que estaban en mi vida:
Caleb es esa agua fría que cae sobre tu piel, haciéndote arder de frío, entumiendo cada centímetro del cuerpo, haciéndote temblar con sus idas y venidas. Era ese frío que quemaba tanto que casi te llevaba a la hipotermia emocional.
Sin embargo,
Eros es como el agua tibia que cura y ayuda a relajar lo que la fría tensó. Te acaricia la piel, dejándote esa sensación de suavidad. Te abraza y te hace sentir relajada, calmada, incluso segura. Tanto, que puedes cerrar los ojos y dormirte sin miedo a ser lastimada.
Editado: 28.07.2025