Chico de Renta

Capítulo 15

El sonido incesante del teléfono me hizo arrugar los ojos. Estiré la mano para apagar la alarma, pero al mirar la pantalla me di cuenta de que era una llamada.

Me incorporé, buscando mis lentes con cuidado de no tirarlos al suelo. Eran los únicos que tenía, y no podía permitirme perderlos ni romperlos.

Me senté en la cama, con la mirada fija en la pantalla del celular. Era mi madre. Llevábamos tiempo sin hablar, y así lo prefería. El silencio volvió a romperse segundos después: su nombre apareció otra vez, iluminando toda la pantalla.

Suspiré rendida antes de responderle.

—Hola, mamá —dije, levantándome mientras caminaba hacia el baño.

—Hola, cariño. ¿Qué tal la universidad?

Rodé los ojos. Como si le importara. Pero claro, eso no se lo iba a decir.

—Bien. Recién me estoy despertando. En un rato tengo mi primer turno...

—Oye, cariño... —Ya se había tardado. Era obvio que preguntaba por cortesía—. Necesito que me ayudes.

—¿Ahora en qué, mamá?

—Pues, ya sabes necesito dinero, cariño —se le notaba urgida, aunque siempre era así —porfavor que tú padre no se entere.

Mi padre me enviaba dinero todos los meses. Aunque no lo tocaba precisamente por esto… o por si en vacaciones no conseguía trabajo y no podía pagarme el próximo semestre.

Fui directo al pequeño clóset frente a mi cama sacando un sobre donde guardaba todo lo que él me enviaba.

—¿Cuánto necesitas esta vez?

—Trescientos cincuenta dólares, cariño. Pero te juro que te los envío el próximo mes. Es que tomé algunas cosas y aún no las pago... —siempre el mismo cuento.

Mi madre era adicta a los juegos, a apostar, y casi siempre vivía endeudada, mi padre no sabía nada, le prometí ayudarla y ella me pidió que no le dijera nada, acepte porque al principio creí que era algo casual, pero se ha vuelto rutinario y dañino.

—Eso es mucho dinero, mamá. No lo tengo —respondí, con la molestia notándose en mi voz mientras volvía a guardar el sobre en su sitio.

—Lo sé, cariño, lo sé —hizo una pausa—. Pero de verdad, esta vez sí te los devolveré. No te pediré más.

—¿Sabes cuántas veces me has dicho lo mismo? Lo siento, pero creo que deberías hablar con papá de...

—Eres una egoísta —su tono ya no era cariñoso, cada vez que no obtenía lo que quería pasaba así. —no puedo contar ni con mi propia hija, espero que el dinero te dure y no te arrepientas de no haberme ayudado.

Un pitido cortante quedó en la línea tras colgarme.

Por lo que vine a esta universidad precisamente fue para alejarme de ella, de sus mentiras constantes, sus vicios y su forma de tratarme, que en muchas ocasiones me hacían sentir de la peor forma.

Sus palabras siempre tenían el mismo efecto en mi, siempre dolían al punto de sentír mi corazon quebrarse, a este paso no quedaría nada bueno de el.

Adoraba a mi padre, él era todo lo contrario a ella, aunque más serio siempre estuvo presente en todo en mi vida, aún me seguía ayudando y me llamaba todo el tiempo, jamás me daba preocupaciones, era algo que admiraba de él, no se cómo ha podido soportar por tanto tiempo a mi madre, y me duele pensar que solo se haya quedado por mi.

Sacudí la cabeza para quitarme esos pensamientos. Me enderecé y caminé al baño. Como le dije a mi madre, hoy tengo el primer turno un poco más tarde. Al menos aprovecharé para darme una ducha antes de ir a la universidad.

Finalmente estoy lista. Respiro profundo antes de abrir el chat del grupo de la universidad. Me he estado debatiendo entre ir o faltar a clases debido a lo de ayer, pero lo cierto es que no puedo vivir toda mi vida bajo una roca.

¡Agrrrr!

¿A quién engaño?

Devuelvo mi teléfono al fondo de mi mochila sin revisar nada. Siento que, si lo hago, mi orgullo y confianza se irán por el desagüe.

Salgo de la habitación y, aunque aún no he cerrado la puerta, las chicas pegadas a la escalera no pierden tiempo en cuchichear, mirándome fijamente y riendo.

Será un día extra largo.

Apenas he salido y ya quiero volver a entrar. Acomodo mis lentes y me encamino hacia las escaleras, ignorando sus insultos bajos.

Voy sumida, en todos los pensamientos que se arremolinan en mi cabeza, cuando mis pies pisan hierba verde y fresca. Estoy frente al campus; todos pasan por mi lado. Algunos siguen sin mirarme, pero otros saben quién soy, o eso creen, y comienzan a juzgar: unos con la mirada y otros con palabras supuestamente en voz baja mientras pasan junto a mí.

Tengo dos opciones, repaso mentalmente:

O regreso al dormitorio, o entro a la universidad e ignoro a todos y cada uno de los imbéciles.

—O simplemente puedes tomar mi mano y entrar conmigo —me sorprendo al escuchar esa voz profunda detrás de mí.

—¿Y ahora eres Megamente? —me giro quedando frente a Eros.

Su risa es natural. Sus dientes, perfectamente alineados, dejan paso a esos hoyuelos que se le forman sin esfuerzo alguno.

Sin darme cuenta, también le estoy sonriendo de vuelta.

—Más quisiera yo, pero eras tú, Bennet, quien estaba hablando en voz alta.

—¿Entonces me estabas acosando? —inquirí dramáticamente, llevando una mano al pecho.

—Deja el drama y entremos de una vez o se nos hará tarde —me empujó hacia el interior del campus, caminando suavemente uno al lado del otro.




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