Chico de Renta

Capítulo 16

Verlo frente a mí, tan calmado y con tanta naturalidad, hizo que la conversación que tuve con Caleb la noche anterior regresara a mi mente.

Una necesidad de contarle lo que había hablado con el rubio comenzó a crecer en mi interior, hasta que, sin darme cuenta, ya se lo estaba diciendo.

—Ayer Caleb me estaba esperando fuera del dormitorio.

No lo miré; mantenía mi vista al frente mientras balbuceaba lo que quería decirle.

—Me dijo muchas cosas —continué—, algunas no las entendí. Estaba ebrio y, cuando intenté preguntar, su amigo apareció llevándoselo.

—¿Qué fue lo que dijo exactamente?

—Pues, que tenía sus razones para tenerme oculta y...

—¿Y? —Eros detuvo sus pasos frente a mí, obligándome a mirarlo.

Levanté la vista, fijándome en él. Otra vez ese torbellino de sensaciones que sus ojos oscuros me provocaban; era como entrar en una espiral y no saber cómo salir de ella.

—Y que tú tampoco eras diferente a él —estaba bajo su hipnosis, por lo que fue fácil decirlo… o eso creo yo.

Su rostro se desencajó por un leve momento, apretando la mandíbula con fuerza. Bajé la mirada a sus manos, hechas puños a sus costados, mientras su vista permanecía en la mía sin verme en realidad.

Con suavidad tomé sus dos manos, haciendo que volviera en sí. Sentí cómo su cuerpo vibraba bajo mi toque delicado.

—Eros, ¿estás bien? —susurré bajito, solo para él.

Hace rato que las personas y sus comentarios dejaron de importarme. Era el efecto de este chico a mi lado. Cuando estaba con él, toda mi inseguridad se desvanecía y nada me importaba. Me sentía poderosa, como si nadie ni nada pudiera dañarme, y amaba esa sensación aunque durara apenas segundos, porque, como toda magia, no era para siempre.

Otra vez hicimos contacto: sus manos, de un tirón, atraparon las mías, que se perdían entre sus palmas.

Una sonrisa tranquilizadora regresó a sus labios, y eso fue un alivio para mí.

—Bennet, no deberías sentirte mal ni creer todo lo que dice ese idiota. Sabes que es un manipulador de primera clase. No está acostumbrado a perder y eso le jode.

Pasó un brazo por encima de mis hombros, atrayéndome hacia su costado. Era increíble la conexión que habíamos hecho. Continuamos rumbo a las puertas principales en un silencio para nada incómodo; todo lo contrario.

Nos detuvimos de golpe y sentí a Eros tomarme del rostro. Se inclinó hacia delante, mientras sus dedos acariciaban mi mejilla con suavidad. Mi corazón se aceleró tan rápido que me robó el aliento.

—Creo que no tendremos que hacer mucho esfuerzo, Bennet —su aliento mentolado y cálido rozaba mis labios. Por inercia observé su boca, y él se la lamió antes de acercarse a mi oído lentamente—. Aunque me cueste admitirlo, creo que el rubio se está arrepintiendo de verdad —susurró con palabras amargas, para luego besar mi mejilla.

Sus labios en mi piel se sentían suaves, húmedos y tibios; una mezcla que me hizo desearlo en otra zona. Mi piel traicionera reaccionó a su gesto, haciéndome sentir un cosquilleo extraño en el estómago. Fue como caer en picada desde una montaña rusa.

Odié cuando dejé de sentir su tacto y su cercanía. No sé qué carajos me pasaba, pero quería más. Claro que nunca lo diría, aunque no puedo negar que la decepción me pegó fuerte cuando observé, por encima de mi hombro siguiendo la vista de Eros, y me encontré con Caleb allí parado.

—Nos vemos en la salida —el pelinegro me guiñó un ojo y se alejó.

Me odié por creerme su actuación, por ilusionarme de un momento a otro, cuando yo misma había puesto mis límites y reglas. Estar vulnerable era una mierda; solía confundirme, y hoy no había sido precisamente el mejor día.

Repasé una última vez a Caleb, con la indiferencia impresa en mi rostro, para luego seguir mi camino hacia el interior del edificio.

Una sensación amarga me invadió al recordar que Eros solo hacía su trabajo y, para mi mala suerte, lo hacía sentir real.

Llegué al salón con el corazón en un puño. Imaginar no solo un turno de clases, sino varios, con las miradas y cuchicheos de los demás, me supondría todo un reto.

Comencé a caminar hacia adentro en busca del último sitio para sentarme. Muchos me observaban, pero también noté cómo otros se mantenían en lo que estaban haciendo y no me daban importancia.

Respiré hondo, aliviada de que fuera así. Relajé mis hombros cuando llegué al que por hoy sería mi sitio, dejándome caer en mi asiento. Como ya se había hecho costumbre, agaché la cabeza en espera del profesor.

Unos toques suaves, y podría decir que hasta tímidos, me rozaron el hombro. Mi cuerpo reaccionó de manera brusca al sentirlo. El contacto no fue invasivo; aun así, no pude controlar mi subconsciente.




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