Chico de Renta

Capítulo 17

Recé para mis adentros porque no fuera Caleb. Los murmullos se sentían bajos, pero persistían, así que me enderecé en mi asiento, dándole atención a quien fuera que estuviera buscando mi mirada.

Me sorprendí al ver a Víctor a mi lado. Su rostro seguía sin mostrar una gota de burla, algo a lo que ya me había acostumbrado de parte suya, por lo que se me hacía raro verlo tan tranquilo merodeando a mi alrededor.

—Si tu amigo te mandó, puedes irte por donde viniste —aclaré de inmediato.

—No es por Caleb, Kristal —se aclaró la garganta—. Bueno, sí es por él… pero no es lo que imaginas.

Bajó la vista hacia el asiento libre a mi lado y luego habló:

—¿Puedo? —señaló con la cabeza mientras mantenía las manos en los bolsillos.

Asentí sin ánimos de hablar. Víctor arrastró la silla y se sentó de lado; apenas podía observarle el perfil. Sin querer, mis ojos conectaron con los de Caleb, que se mantenía a unas mesas delante. Su expresión era dura, pero también se notaba cansado y adolorido.

No le di importancia, así que corté todo contacto con él, enfocándome en su amigo y en lo que tenía que decirme.

—¿Dirás algo o solo te quedarás sentado a mi lado? —pregunté con fingida paciencia.

Lo vi cerrar fuerte los ojos, como si le costara hablar.

—Perdón. —La palabra salió de sus labios dejando un silencio incómodo. Víctor mantuvo la boca apretada en una fina línea, mientras mis ojos casi se me salían de las órbitas.

—¿Por qué exactamente? —pregunté al cabo de unos segundos.

—Por el vídeo y… —tragó grueso. Vi cómo su cabeza giró hacia Caleb y luego regresó al frente—. Por burlarme de ti —concluyó.

No sabía si reír o llorar. Era obvio que había sido obligado por el idiota de su amigo en su vano intento por demostrar sus mierdas.

—No pareces arrepentido. —Víctor me miró extrañado—. No me mires así, igual agradezco el gesto, pero no era necesario.

—¿De qué mierdas estás hablando? —su cara se contrajo en frustración y molestia.

—De que vienes aquí a pedirme perdón por algo que realmente no sientes; solo lo haces porque el idiota de tu amigo te mandó —ataqué.

Solo sentía que era una burla más de su parte.

Me incliné a recoger mi mochila para buscar otro sitio, cuando Víctor me tomó del brazo.

—Kristal, es en serio. No lo hago porque Caleb me haya mandado, lo hago porque no estuvo correcto. —Dejó mi brazo para llevar sus manos al frente sobre la mesa—. A veces me paso con las bromas, pero ayer entendí muchas cosas y, por muy inmaduro y estúpido que sea, Caleb es mi mejor amigo y me duele verlo…

—Está bien, no te preocupes, te disculpo. —Corté su hilo, no quería que comenzara a hablar del otro—. ¿Te quedarás aquí o tengo que ir a buscar otro sitio?

Víctor suspiró con frustración, pero me importó un rábano, a decir verdad.

—Solo quería que supieras que ya lo borré y estoy intentando sacarlo de circulación de todas las personas que lo recibieron en el grupo. Y me iré, no tienes que cambiarte a ningún lugar.

Asentí, y él se puso de pie, marchándose al lado del rubio, quien no me quitaba ojo de encima.

La clase pasó tan rápido que ni cuenta me di. No presté atención a nada de lo que el profesor explicó y mucho menos tomé apuntes. Al sonar la campana, todos salieron desesperados como alma que lleva el diablo. En cambio, yo solo me quedé sentada en mi lugar, observando a través del cristal que daba al campus, jugueteando con un lápiz en mi boca.

—Jamás pensé sentir envidia de un trozo de madera.

Brinqué en mi asiento al escuchar esa voz que ya se me estaba haciendo demasiado familiar.

Mi cuerpo se estremeció al sentir sus labios rozando cerca de la comisura de los míos. Me quedé quieta, mientras el corazón me golpeaba con fuerza el pecho.

—No te escandalices, el rubio sigue en su asiento.

Comprendí lo que decía, pero mi cuerpo no cedió a relajarse; al contrario, se tensó más. Así que intenté algo que nunca había hecho en mi vida.

Sonreí como si me estuviera contando el mejor chiste. Luego lo miré con ojos coquetos… o al menos esperaba que así fuera.

—No deberías sentirlo —susurré melosa, acariciando su mejilla.

Sentí a Eros tensarse bajo mi caricia, pero no se apartó.

—Bien sabes que mis labios solo te pertenecen a ti —hablé cerca de su oído, pero lo bastante fuerte para que Caleb me escuchara.

Me estaba portando como una completa perra, pero quería darle un poco de su propia medicina.

El chirrido de la silla al ser arrastrada se escuchó fuerte. Caleb me dedicó una mirada despectiva, tomó su mochila y salió del salón.

Volví a mi expresión anterior, la misma que tenía mientras miraba por la ventana. Pero, cuando intenté regresar a mi postura, mis labios y los de Eros se rozaron levemente. Ese simple gesto envió un cosquilleo directo a mi estómago. Nos miramos fijamente; mi pecho subía y bajaba con rapidez, y su respiración casi se mezclaba con la mía.

Los dedos me cosquilleaban por tocarlo de nuevo; esa necesidad se estaba volviendo insoportable.

Su rostro se inclinó hasta quedar a centímetros del mío. Su aroma se coló en mi sistema, y juro que estaba convirtiéndose en mi olor favorito.

Eros suspiró, pegando su frente a la mía. Cerró los ojos, tragando saliva con fuerza.

—Debes firmar el contrato de una maldita vez —su voz salió áspera—, de lo contrario yo…

Alma llegó llamándome, separándonos de inmediato. Mis nervios traicioneros me hicieron pararme y sentarme de golpe, como un resorte.

Alma comenzó a reír y luego se acercó saludando a Eros con un beso en la mejilla. A mí me estrechó en un abrazo que casi me estrangula.

—No preguntaré qué hacían —su mirada era pícara—, así que, mi querida Kris, no te sientas nerviosa —se burló.

Eros se puso de pie, despidiéndose. Sus ojos viajaron a los míos; sus pupilas no se distinguían de sus iris negros, pero sí pude notar un brillo que los adornaba… y me encantó pensar que era yo quien lo había provocado.




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