Chico de Renta

Capítulo 18

Nos encontrábamos en la cafetería de la escuela; teníamos al menos media hora antes del siguiente turno. Revolvía mi batido de fresa con la pajita, sumida en mis pensamientos. Alma había ido por unos croissants de chocolate.

—¡Eh, Kris! —me paseaba un trozo de croissant por la cara. No me había percatado de que había regresado.

—Estás muy rara —me dijo con toda la boca llena—. Antes, cuando los encontré en el salón, y ahora.

—Es que... —suspiré, decaída. No quería echar a perder nuestro rato con mis problemas, que ya eran suficientes.

—¿Es que qué? —cuestionó seria. Me conocía y sabía que, por mi expresión, era algo más.

—Es mi madre, Alma... y Caleb... y Eros... —Me callé de golpe cuando terminé mencionando al pelinegro.

—A ver, Kris, empecemos de a poco, ¿sí? —asentí con la mirada perdida hacia abajo.

—¿Qué pasó con tu madre? —Alma sabía todo desde un inicio, así que era fácil contarle.

—Me ha llamado esta mañana por dinero y, como no se lo di, se ha enfadado. —Odiaba sentirme así, como si no fuera suficiente para nadie, con ese vacío en el pecho que me generaba tanta inseguridad.

—Entiendo, nena, pero ya deberías estar acostumbrada a sus actitudes. Sabes que solo lo hace para joder, porque te conoce y juega con tus sentimientos.

Oírla decir eso era como un choque de realidad, uno al que siempre me negaba a ver, pero que desgraciadamente estaba ahí. Y aunque doliera, era la pura verdad. Pero ¿quién se acostumbra a una madre así? Al menos yo no puedo. Siempre, en el fondo, pienso que cambiará y que algún día será como antes, aunque la decepción me termine alcanzando.

—Caleb también apareció en la residencia borracho, pidiendo perdón y otra oportunidad. Y no sabes cómo me duele, Alma... —Sin poder evitarlo, se me escaparon unas lágrimas que limpié con brusquedad.

La cafetería estaba medio vacía, así que intenté parecer tranquila para que nadie sacara conclusiones raras y las usara en mi contra.

—No me es fácil olvidarlo. Estoy haciendo algo que jamás hubiera hecho y que, para colmo, me hace sentir más mal que bien. Solo quisiera volver al tiempo de antes, donde todo era tranquilo y vivía en mi burbuja de fantasía.

Alma me observaba con sus ojos brillosos; ella entendía a la perfección todo lo que estaba pasando. Sin esperarlo, se puso de pie y se sentó a mi lado, rodeándome en un abrazo reconfortante.

—Nena, no sabes cómo lo siento. Tu madre no sabe lo que está perdiendo como hija, y Caleb ya se está dando cuenta de lo que perdió. —La observé confundida por su trabalenguas.

—Y con Eros... solo déjate llevar, Kris. No sé qué haya entre ustedes, de verdad, pero si me permites ser entrometida...

—¿En serio? Siempre lo eres —la corté, y ambas comenzamos a reír.

—No me hagas perder el hilo. Lo que decía es que da igual lo que haya entre ustedes, pero a ese chico se le nota que le gustas a la legua.

—Creo que ya se te fue la pinza —la empujé para tomar de mi batido, intentando bajar el nudo que se había formado en mi garganta.

—A ver, ¿por qué no puede ser cierto, según tú?

—Pues, Alma, parece mentira que me hagas esa pregunta. ¿Acaso no has visto a Eros? Es alguien que puede tener a la chica que quiera: es atento, sabe escuchar, tan solo con hablarte te calma, es reservado, además de ser hermoso, y sus ojos son... —Me callé de golpe al darme cuenta de que me había pasado, y también porque mi amiga mantenía una sonrisita que me provocaba molestia.

—En fin, que no se fijaría en alguien como yo: torpe, que apenas sabe vestir, con millones de problemas y encima tonta. Olvídalo, estás viendo cosas que no son. —Concluí al borde del enfado, y ni siquiera sabía bien por qué estaba molesta—. Ya quita esa sonrisa estúpida de tu cara.

—Auch, me has lastimado. —Llevó una mano al pecho, fingiendo dolor en el corazón.

—Ya, dejemos de hablar y vámonos. Quiero que este maldito día se acabe de una vez.

—Uy, la chica buena diciendo palabrotas —se mofó, y la miré con recelo.

—Ok, ok, vámonos, pero me esperas a la salida. Hay algo que debo decirte, ¿vale?

Tras eso, me dio un beso en la mejilla y se fue de la cafetería. Segundos más tarde, mi teléfono vibró con un mensaje: era de Alma.

"Aquí te dejo el número de Eros por si necesitas aclarar algo del contrato. Scooth me lo dio. Y ya deja de ser tan negativa y date cuenta, de una vez, de que eres una mujer maravillosa. Te amo."

No respondí. Sus palabras se sentían especiales; me llenaron el pecho de emoción. Alma era como mi hermana y, cuando se ponía en ese modo, me hacía demasiado bien. Por eso también la amaba mucho.

Guardé el teléfono de Eros y entré directo a su WhatsApp, donde la foto de perfil era la de su moto frente al lago donde me había llevado la primera vez que nos conocimos.

Los dedos me temblaban. Quería escribirle lo que fuera, pero no sabía qué.

Un simple “hola”, pensé, pero se vería raro.

La fecha cambió por el “en línea”, haciendo que una electricidad me recorriera el cuerpo, como si él me estuviera viendo. Me llevé el dedo gordo a la boca, mordiéndome la uña mientras pensaba qué hacer. Me acomodé los lentes en un intento por escribirle, pero justo en ese momento se desconectó.

Toqué su foto y, tras quedarme viéndola como tonta un rato, decidí no escribirle. Bloqueé mi teléfono, poniéndome de pie, dejando caer el vaso en el cesto de basura y marchándome del lugar un poco cabizbaja. La necesidad de hablar con él, de tenerlo cerca, estaba en aumento, y apenas habíamos comenzado con lo pactado.

Comencé a cuestionarme nuevamente, si sería una buena idea seguir adelante con este plan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.