Las horas pasaron malditamente lentas. El día parecía interminable y las clases se sentían más aburridas de lo normal. Estaba un poco desconcentrada en lo importante, y eso no era bueno. No había llegado hasta aquí para echarlo todo a perder por cosas tontas.
Al fin el timbre sonó. La idea de que Alma tenía que decirme algo me tenía impaciente.
Los pasillos estaban llenos de murmullos de los chicos saliendo, una masa gigante moviéndose hacia la misma dirección: la salida. Yo, entre todos ellos, justamente cuando pasaba por el pasillo que daba hacia los baños, alguien me tomó de la mano, jalándome con fuerza.
Unos labios que conocía a la perfección, y que por mucho tiempo me habían vuelto loca, hicieron contacto con los míos en un beso urgente, cargado de sentimientos. A decir verdad, nunca Caleb me había besado de esa forma. Admito que me dejé llevar; llevé las manos a su pecho, su corazón latía rápido bajo mis palmas. Me agarró de la parte de atrás de la cabeza, uniéndonos más en ese beso que se sentía delicioso. Los sentimientos que creí perdidos amenazaron con volver a salir.
Así que le puse fin tras darle un beso de pico, como despedida. No quería hablar, no quería decirle nada, solo marcharme. Pero volvió a retenerme.
—¿Ven conmigo, por favor? —suplicó.
—¿No crees que ya es suficiente? —pregunté con un nudo en la garganta.
—No lo es. Fui un tonto al perderte, Kris. Necesito otra oportunidad, por favor. —Sonreí sin ánimos.
Otra oportunidad… ¿cuántas más necesitaba?
—Te la di, y me volviste a fallar, Caleb —respondí, cansada de todo este teatro.
Alrededor todos pasaban, ignorándonos. No estábamos muy a la vista, pero, de igual forma, los que nos veían se hacían los desentendidos.
—Eso no es cierto. Jamás estuve de nuevo con Mónica. Lo del mensaje fue real, tienes que creerme.
—Lo siento, Caleb —hablé mientras me zafaba de su agarre—. Dejemos las cosas así, ya no me sigas lastimando, por favor.
—Que sepas que lucharé por ti, Kris, y que no te dejaré ir tan fácil —prometió, para luego dejarme ir.
La cabeza era un torbellino de pensamientos. Me fui directo a la residencia. No esperé a Alma, otra vez quería estar sola, con mis ideas.
Llegué y subí las escaleras casi como alma que lleva el diablo. Algunas chicas que conocía me saludaron, pero apenas y las miré. No suelo ser maleducada, pero no estaba para lidiar con nadie en esos momentos.
¿Por qué Caleb tenía que hacer estas cosas?
Se suponía que yo era la que intentaba darle de su propia medicina, y soy yo la que está saliendo más lastimada en este juego estúpido.
Me di una ducha rápida. Alma me tenía el teléfono lleno de llamadas y mensajes que ignoré por completo.
Me senté en el borde de la cama y, sin pensarlo dos veces, escribí:
—Hola, Eros. Soy Kristal. ¿Te parece bien que me traigas el contrato esta noche?
Su respuesta no tardó ni un segundo:
—Con gusto, a las ocho, en tu residencia, Bennett. ;)
El corazón me iba a mil; los latidos los sentía en mis oídos y sien. Las manos me sudaban, temblorosas. Esa sensación de que estaba haciendo algo mal surgió de nuevo, pero la deseché. No me iba a echar atrás. El plan para hacer sufrir a Caleb estaba en marcha.
Me alisté para cuando Eros llegara. Me puse algo cómodo, pero que no se viera atrevido. Me recogí el pelo en un moño alto, como siempre solía llevarlo, y acomodé mis gafas.
El estómago se me encogía mientras se alargaba la espera. Alma no paraba de escribirme, y yo no respondía a ninguno de sus mensajes. Solo rezaba porque no viniera. Últimamente vivía más con Scooth que aquí.
Miraba el teléfono una y otra vez. El reloj en la pantalla marcaba las siete cincuenta y ocho. Me sobresalté al sentir unos toques en la puerta.
Tomé aire y luego lo dejé escapar. Acomodé mis lentes y caminé a pasos firmes hacia la puerta. Solo esperaba no arrepentirme.
Eros se encontraba de pie afuera, con el casco negro que usaba cuando andaba en su moto en una mano, y su chaqueta de cuero del mismo color haciendo juego con sus ojos.
Me recorrió con la mirada y luego se posó en mis ojos por unos segundos, sonriéndome divertido.
No entendí, pero igual no le di importancia.
—¿Puedo pasar o me dejarás aquí toda la noche?
—Eh… sí, pasa. Perdón. —Mi cuerpo se sacudía nervioso; me froté las manos en los shorts de mezclilla que llevaba, cerrando la puerta a su espalda una vez que estuvo dentro.
—Siéntate —señalé el mini sofá de atrás—. ¿Quieres agua, café, cerveza, lo que sea? —Las palabras salían atropelladas de mi boca.
—Estoy bien, no te preocupes —respondió mientras dejaba todo en la mesita del frente.
—Eh, Bennett, no estés nerviosa —tomó mis manos y las juntó con las suyas—. No es que vayamos a firmar un matrimonio o algo así —se burló.
Medio sonreí, pero por su cara supuse que más que una sonrisa, me salió una mueca extraña.
—¿Estás bien? —ahora sí se notaba preocupado.
—Sí, es solo que… —me solté de su agarre y caminé, sentándome en el mini sofá, metiendo la cara entre mis manos.
—¿Es que qué? —el pelinegro llegó justo a mi lado, apoyando una mano en mi muslo descubierto. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, haciéndome retirarlo de inmediato.
Joder, ¿qué me estaba pasando? Estaba hecha un lío.
—¿Me quieres decir de una vez qué sucede? Porque dudo que sea solo por firmar el contrato.
Este chico me conocía mejor que yo. No sé cómo lo hacía, pero siempre sabía cuando me pasaba algo.
—Caleb… eso pasa —Eros suspiró con cansancio—. ¿Qué hizo ahora para que estés de esta forma?
Me quedé en silencio, mirándolo. Un silencio que se tornó incómodo, al menos para mí.
—Caleb me besó.
Lo solté de golpe. Otra vez, solo el ruido de las personas en el pasillo, y puro silencio entre los dos. Eros no reaccionó. Se quedó viéndome como ido; su mandíbula se marcaba a cada lado de su cara mientras ejercía presión con sus dientes. De inmediato se puso de pie, tomando todas sus cosas de golpe.
Editado: 11.10.2025