Chico de Renta

Capítulo 22

Mini maratón 2/4

Decir que había dormido al menos una hora sería mentir descaradamente. En cierto punto dejé de entender la serie, y terminé observando cómo el amanecer se filtraba por las rendijas de la ventana.

En resumen: una noche de mierda.

La alarma ni siquiera había sonado, pero igual decidí levantarme y darme una ducha. Total, tenía tiempo de sobra.

El espejo me devolvió la imagen de una chica desgastada, ojerosa y pálida.

Suspiré abatida. Necesitaba un respiro, algo que realmente me sacara de este sentir. Algo que me hiciera olvidar ese beso que aún me hacía temblar solo de recordarlo.

Sentir los labios de Eros fue como rozar el cielo con los dedos. Seguía deseando una y mil veces que me envolviera entre sus brazos. La forma en que me acarició, en que me besó... nadie lo había hecho así.

Se sentía demasiado bien, y eso era justo lo que me asustaba.

La pantalla del teléfono se iluminó. No necesitaba ser adivina para saber de quién se trataba; a esa hora solo podía ser una persona.
Porque claro, todo venía junto.

Llámame, cariño. Necesito hablar contigo.

Un mensaje de mi madre.
Genial. A saber cuál sería el problema ahora, o cuánto dinero necesitaba.

Puse el teléfono boca abajo y no lo miré más. Me di una ducha rápida, me vestí con lo primero que encontré y salí rumbo a la universidad.

Sonreía por el camino, y aunque todavía no había procesado lo de Alma, me sentía feliz por ella.

Sí, sentía envidia.

Pero una sana. El amor entre ella y Scooth siempre fue visible para todos, y era raro que, siendo tan jóvenes, se hubieran comprometido. Eso solo demostraba lo enamorados que estaban.

Ojalá algún día encuentre a alguien que me ame así de bonito.
Y que pueda disfrutarlo tal cual.

De inmediato, vino a mi mente la única persona que había estado rondando mis sueños incluso antes de saberlo.
Eros.

Solo imaginarlo hacía que se me erizara la piel y el estómago se me encogiera en anticipación.

Caminé por todo el campus con el corazón en un puño. Temía encontrarme con alguno de los chicos, sobre todo con Caleb. Es cierto que ya no estábamos juntos y que no le debía respeto, incluso después de todo lo que me hizo; sin embargo, me sentía culpable, como si de alguna forma lo hubiera traicionado. No era lo mismo fingir algo que sentirlo de verdad.

Y luego estaba Eros... No sabía cómo reaccionar si lo veía después de lo de anoche.

¿Qué haría si lo tuviera delante?

¿Lo saludo con naturalidad?

¿Lo beso… en la mejilla, obviamente?

Vaya estupideces iba pensando.

Finalmente llegué al salón, casi al borde de un ataque al corazón. Me sorprendió ver a Caleb sentado en las primeras filas junto a su amigo, quien me saludó con una sonrisa discreta.
Le devolví el gesto por pura educación.

La incomodidad de verlo, sumada a todo lo que había pasado, me revolvió el estómago. Mis nervios se dispararon al recordar nuestro encuentro del día anterior. No tanto por el beso, sino porque en el fondo mi corazón ya no latía igual por él.

Como de costumbre, me fui al fondo del salón y me senté, esperando al profesor.
Saqué el teléfono e intenté concentrarme en cualquier cosa que despejara mi mente.

El aroma de su perfume me golpeó de repente. Alcé la vista y me encontré con los ojos azules de Caleb, mirándome con intensidad.

No hizo falta que hablara; su rostro también se veía cansado y ojeroso. Por un momento, sentí lástima.

—Quería pedirte que vinieras al juego del viernes —dijo con voz suave—. Es la final, y me haría mucha ilusión que estuvieras ahí, aunque sea como amiga.

Tragué grueso al escucharlo decir esa palabra. Cada vez estábamos más lejos de ser algo, y mi confusión no sabía qué sentir.

—No sé si pueda ir —respondí con cansancio, mirándolo fijo.

Se metió las manos en los bolsillos y suspiró.

—Nunca te has perdido un partido, ne... Kristal —corrigió, y me crispe al escucharlo. Eros ya le había dado un nuevo significado a ese apelativo, y me gustaba más cuando salía de sus labios.

—Haré todo lo posible —murmuré, volviendo a centrarme en el teléfono.

—Espero que lo hagas. Tengo algo importante que decirte ese día.

Lo miré, sorprendida y asustada a partes iguales. Luego se marchó a su sitio, sin decir nada más, aunque noté cómo me lanzaba miradas de vez en cuando. Yo solo me hice la desentendida.

Durante toda la clase estuve tentada a escribirle a Eros, pero no lo hice. Ese deseo reprimido me estaba consumiendo.

Mientras tanto, mi madre no paraba de llamar y mandar mensajes por WhatsApp.

Estoy en clases, no puedo atenderte. —Escribí rápido.

Ok, mi vida. Solo quería saber cómo estás. Llámame cuando puedas.

Ok. —Fue mi respuesta simple.

Al parecer, Eros no vendría hoy. Así que cuando terminaron las clases, me fui a sentar bajo un gran árbol que daba buena sombra. El aire corría fresco.

Saqué el teléfono y llamé a mi madre. Esperaba que realmente solo quisiera saber de mí.

Al tercer tono, atendió.

—Mi niña hermosa, ¿cómo estás? —preguntó con la voz un poco apagada.

—Bien, de camino a la residencia —fruncí el ceño, algo preocupada—. ¿Está todo bien? ¿Y papá?

—Aquí, nene, estoy aquí —dijo mi padre, tomando el teléfono.

Sonreí al escucharlo. Desde pequeña me llamaba así. Mi padre era todo para mí. No me malinterpreten, amaba a mi madre, pero él… era diferente.

—¿Cómo estás, papi? —hablar con él siempre me hacía bien. Por su trabajo casi no podíamos hablar seguido, aunque siempre me escribía.

Mi modo niña se activó al instante.

—Bien, mi niña. Aquí en casa con tu madre, que me tiene vuelto loco —rio—. Ya sabes cómo es ella.

“Dile, Joshua. Ella se merece saberlo.”
Escuché a mi madre de fondo, y eso me puso en alerta.




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