Chico de Renta

Capítulo 25

Salimos de ahí y Eros me tendió el casco. Nos subimos a la moto y, tras pasar algunos semáforos, nos adentramos en el camino que tan familiar se me había hecho.

El chico buscó mis manos e hizo que me aferrara a él. Sonreí, aunque no pudiera verme.

Lo abracé con ambas manos y pegué mi rostro a su espalda, todo lo que el inmenso casco me permitió. Su colonia se había vuelto mi aroma favorito.

La brisa se volvió fría y el microclima que creaban los árboles acentuaba ese frío que se colaba hasta los huesos, haciéndome temblar un poco.

A lo lejos, varios destellos de relámpagos se podían ver. El clima definitivamente estaba cambiando y, por el olor del aire, supe que llovería en cualquier momento.

El rugir de la moto hacía eco por toda la carretera desierta. Solo éramos nosotros en aquellas oscuras calles, las que conducían hacia nuestro lugar favorito. Y digo nuestro porque ya lo sentía como parte de mí.

Al cabo de un rato llegamos. Eros apagó la moto, bajándose, pero no dejó que yo lo hiciera. Se sentó frente a mí y, con un solo movimiento, me colocó sobre sus piernas. Quitó mi casco, dejándolo caer al suelo, y me besó con locura.

Me pegué más a él, abrazándolo del cuello. Sus besos eran deliciosos, adictivos. Su forma de mover los labios sobre los míos se sentía como magia, alborotando las mariposas dormidas en mi estómago.

El frío de antes fue sustituido por el calor de nuestros cuerpos. Eros dejó de besarme para observarme.

—No me cansaré de decirte que me gustas, Kris —susurró sin aliento—. Me siento el más afortunado de todos por tenerte así, aquí conmigo.

Sonreí. Él no tenía ni la más mínima idea de cómo me hacían sentir sus palabras, sus gestos y sus caricias.

Yo sí me sentía afortunada. Por fin la vida me estaba dando un respiro con este chico.

—No será para tanto —respondí un poco tímida.

—Sí, sí lo es. No sé por qué eres tan insegura, cuando en realidad debería ser diferente —aseveró.

—No lo sé —sentí calentarse mis mejillas y agradecí que fuera de noche para que no se notara.

—Joder, nena… no sabes lo tortuoso que ha sido tenerte todo este tiempo cerca y no poder besarte. —Volví a sonreír.

—Perdón, pelinegro. No sabía que te afectaba tanto —bromeé. El agarre en mi cintura se apretó.

—¿Pelinegro? —cuestionó con una sonrisa burlona.

—Sí. —Mi sonrisa desapareció—. ¿Te molesta?

—No, claro que no. De hecho, me gusta cómo suena.

Volvió a besarme. La moto se tambaleó, pero él se aferró al suelo con los pies, manteniéndola en su lugar.

La llovizna comenzó a caer sobre nosotros, pero no pudo importarme menos. A pesar del frío, ese chico, con sus besos, me calentaba completamente.

¿Alguna vez han besado bajo la lluvia?

Pues esta es mi primera vez, y debo decir que se siente excitante. Mi corazón parecía que se saldría del pecho con cada latido alocado.

Las gotas corrían entre nosotros, mezclándose con nuestro beso. Eros me impulsó por la cintura, haciéndome caer justo sobre su entrepierna.

Abrí los ojos al sentir su dureza. No porque fuera una señorita ni nada de eso, sino porque no pensé que tan solo con un beso podría tener ese efecto.

Mis caderas comenzaron a moverse, creando una fricción deliciosa entre nosotros. Su mano se coló por debajo de mi blusa, quedando piel con piel, mientras la otra seguía aferrada a mi nalga.

Un suspiro de excitación salió de sus labios, y eso solo me encendió más.

—No me había dado cuenta de que yo también deseaba mucho esto —hablé en medio de nuestro beso.

—Yo sí sabía que lo necesitaba desde el primer día que te vi. No he podido dejar de pensar en ti ni un solo segundo.

Eros se inclinó para volver a besarme, pero el acto quedó a medias cuando el tono de su teléfono interrumpió el momento. Quien fuera que estuviera llamando no podía ser menos oportuno.

Eros lo ignoró, pero, al ver la insistencia, lo sacó del bolsillo. La luz de la pantalla iluminó su rostro, aún mojado por la lluvia.

La silueta de su rostro se endureció con la llamada entrante.

—Perdón, tengo que tomar esta llamada —me dio un beso rápido y con cuidado se bajó de la moto.

Se alejó un poco. Lo seguí con la vista, pero luego me concentré en el paisaje nocturno que tenía delante. Ese lugar era bello; daba igual el clima o la hora, todo le favorecía.

Me bajé de la moto y caminé en dirección al lago. Esta vez no pasé por el puente, sino que me quedé en el borde alto. El aire fresco soplaba, despeinando mi cabello húmedo. Me abracé a mí misma, tratando de encontrar un poco de calor.

—¿En serio tiene que ser ahora? —escuché a Eros alzar la voz.

Miré por encima de mi hombro, pero él no podía verme porque estaba de espaldas.

—No jodas, Jay —volvió a gritar, esta vez más enfadado—. Ok, ya voy para allá. —Tras decir eso, colgó.

Volví la vista hacia el frente y él llegó por detrás, abrazándome y besando mi cuello. Cerré los ojos al sentirlo, disfrutando de su contacto.

—Tenemos que irnos —dijo cerca de mi oído.

Asentí, dándome la vuelta y besándolo de nuevo en los labios.

No me cansaba de sentirlo.

—Bennett. —Mi apellido nunca se había escuchado tan bien como cuando él lo pronunciaba.

—Dime —respondí. Estábamos frente a frente, con el lago y la luna expectante detrás.

—Tengo que ir a trabajar. —Ya hasta había olvidado a qué se dedicaba.

Mi estómago se encogió y, de un segundo a otro, lo sentí pesado, como si muchas piedras se hubieran alojado dentro.

Sin pretenderlo, mi ánimo cambió, y él lo notó.

—¿Era tu jefe con quien hablabas antes?

—Sí. Llevo muchos fines de semana sin ir, y ya no puedo seguir haciéndolo —respondió con calma, pero con un deje de cansancio.

—¿Por qué? —pregunté.

—¿Por qué qué? —frunció el ceño, confundido.

—Por qué este trabajo. —Me separé un poco—. O sea, ya sé que no tengo ningún derecho, pero…




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