Parecía un mismísimo ángel caído del cielo. Con esa ropa blanca y esa luz iluminándolo, los gritos de las demás eran aún más fuertes. Su pelo negro desordenado caía sobre su frente, el pecho medio expuesto, ese pantalón apretado marcando todo su potencial.
Entendía a las demás: yo misma estaba igual de enloquecida.
Todo mi universo se paralizó cuando, en medio de su actuación, levantó la vista y, como si de un imán se tratara, conectó conmigo.
Intenté sonreír, pero solo me salió una mueca extraña. Su expresión se endureció y miró rápidamente hacia atrás. Seguí su mirada y el rubio ya me había visto; estaba igual de sorprendido que yo.
Caleb dejó su show a medias, mientras que Eros continuó, aunque no apartaba los ojos de mí. Su ritmo había cambiado, desincronizado de los demás. Al pausar la música, se lanzó a correr y bajó del escenario, llegando hacia mí, tomándome de la mano y llevándome con él.
Alma nos siguió como pudo, mientras él nos guiaba por un pasillo extenso donde solo se escuchaba el eco de la música, los gritos y la voz del animador.
Nos adentró en un cubículo con puerta blanca.
—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que me preguntó, sin llegar a gritar.
—Yo la traje, habíamos quedado en eso antes.
Eros no miró a Alma, solo a mí; sus ojos estaban completamente enfocados en mí.
—Te pedí que no vinieras, Bennett —su voz grave me crispó.
Mi cuerpo comenzó a temblar de nuevo; sentía frío y ganas de vomitar.
—Lo siento —hablé con entereza—, pero ya había quedado con mi amiga en venir.
No sé de dónde salió mi voz, juraría que no tenía cuerdas vocales.
—No creo que sea para tanto —intenté reír, pero él solo se mantenía serio.
—Vamos, les llamaré un taxi.
—¿Qué? Ni de coña —Alma se alteró—. Vinimos a divertirnos, no a verte a ti, Eros, así que puedes seguir con lo tuyo.
—Lo siento —hablé al pasar por su lado.
Eros parecía triste, perdido, incluso decepcionado. Me dolió un montón verlo así; también me sentía decepcionada, pero no por él, sino por el chico que decía conocer, que también era parte de esto, y peor aún: Eros lo sabía y nunca dijo nada.
Me tomó del brazo antes de salir y me estrechó contra su pecho, para luego besarme en los labios. Un beso que sabía a tristeza, a despedida.
—Prométeme que, luego que salgas de aquí, me escucharás —ni entendía a qué se refería.
—No entiendo…
—Prométemelo, Bennett —pidió, sosteniendo mi rostro con sus manos.
—Lo prometo —aseguré, sosteniéndole sus manos con las mías y volviendo a unir nuestros labios.
Salí y mi amiga ya me esperaba en el pasillo, iluminado por luces blancas. Alma se notaba enfadada, pero no quise hablar y solo regresamos a nuestra mesa.
Tranquila era la última palabra que me definía en estos momentos. De todo, menos tranquilidad era lo que sentía. Mónica bailaba alegre con sus dos amigas; Alma, en cambio, estaba que echaba humo.
—Alma, ¿por qué no nos vamos?
—¿Y darle el gusto a esa? —miró a Mónica con mala cara.
—¿Darle el gusto con qué? Da igual, ya sabes que no alquilaré a nadie —resoplé.
Alma no parecía cambiar de opinión;
Al cabo de un rato, al ver que ella no cedería, decidí ir al baño.
—Voy al baño —grité por encima de la música para que me oyera. Ella ya iba achispada.
Solo asintió y me fui.
Caminé entre todas las personas, llegué a la barra y le pregunté al chico que servía los tragos; me explicó el camino correcto. Le di las gracias y volví a encaminarme.
Una puerta daba hacia el interior, y otras dos dividían cada cubículo. Entré al de chicas, fui directo a echarme un poco de agua en la cara y, mirándome al espejo, me di cuenta de que otra vez estaba en ese punto patético del que casi ya me había olvidado.
Apreté las manos entorno al lavabo; el corazón me latía tan fuerte que por momentos me aturdía. No sabía qué hacer. Aunque le dije a Eros que lo entendía y que dejaría que me explicara la verdad, todo se sentía raro. Mi felicidad se volvió efímera y la tristeza volvía a resurgir desde el fondo de mi corazón.
Tomé una respiración profunda y salí del baño.
—¿Qué haces aquí? —llevé una mano a mi pecho seguido de un quejido de sorpresa.
—Caleb —pronuncié sin aliento—, me has asustado, joder.
—Bah, ya hasta hablas como él —rodó los ojos.
Se puso frente a mí, bloqueando la salida.
—Nena —apreté los dientes.
—No me llames así —rebatí.
—¿Qué, ahora solo él puede llamarte así? —esto se estaba tornando incómodo.
—Ya déjalo estar, ¿sí? —bufé.
Intenté dar un paso afuera, pero otra vez me bloqueó.
—Kristal, no lo escuches a él, te juro por Dios, por mi vida que… —se calló de golpe.
—¿Qué me vas a jurar, Caleb? Eh, ¿que nada es lo que parece? —me enfadé—. Porque estoy harta de esas mierdas.
Él rió amargamente.
—No del todo, pero sí.
—No entiendo ni me interesa entenderlo.
—Él sabía que eras mi novia —abrí los ojos como platos—, sabía desde el inicio. Pero cuando rompió con Mónica y me vio con ella, sin saber que solo era de alquiler, quiso hacer lo mismo y fue a por ti.
Mi cuerpo comenzó a temblar. No podía ser cierto lo que me estaba contando.
Apreté los puños a cada lado de mis muslos, conteniendo mi enfado. Los ojos se me llenaron de lágrimas y un nudo se formó en mi garganta.
—¿Serás hijo de puta? —la voz ronca de Eros resonó detrás de mí.
Todo sucedió demasiado rápido. Eros le fue encima a Caleb y comenzó a darle puñetazos como un loco. Yo solo podía gritar que pararan, pero era inútil; ninguno me hacía caso.
Dos tipos que parecían ser los de seguridad del local llegaron y lo apartaron de inmediato.
Eros, en su enfado, buscó mi mirada; su ceja izquierda tenía un hilo de sangre que llegaba hasta su ojo y el labio también lo tenía partido.
Mis lágrimas contenidas comenzaron a salir mientras negaba frenéticamente; él entendió, y su mirada se cristalizó. Me partió el corazón verlo así; se notaba vulnerable a pesar de lo que había pasado en segundos.
Editado: 26.11.2025