- Sigo sin entender cómo puedes comer esas cosas - dijo mi padre, y lo había dicho cientos de veces antes, pero esta vez lo dijo desdeñosamente en lugar de bromear conmigo. - Quiero decir, es puro azúcar. Azúcar y almidón, y carbohidratos malos para ti.
- ¿Estás diciendo que necesito perder algo de peso, papá?
He estado aquí sentada durante casi una hora, comprobando mi teléfono y esperando a que Adam me escribiese. Nunca pensé que alguna vez estaría esperando a Adam, pero haría cualquier cosa para salir de casa esta noche. Sin embargo, tuve un mensaje de Edgar.
"Felicidades, niña. Siento mucho no haber podido ir, pero tengo al jefe encima y los internos no podemos negociar, ya sabes. Pero te quiero y no puedo esperar a verte. Iré a casa pronto para una visita, lo prometo"
- No. - Papá rompió mi momento de felicidad con más quejas. - No estoy diciendo eso. Deja de ser dramática. Estoy diciendo que no son buenos para ti.
- Papá, he comido bollos de miel casi todos los días desde que nací, al igual que cientos de americanos. Estoy segura de que no son letales.
- Deja el sarcasmo, Emma. Sólo estoy diciendo que podrías poner atención para asegurarte de que tu peso no se descontrole algún día. Tu madre siempre dice...
- Ok. Para ya, por favor, papá. No estoy interesada en lo que esa mujer piensa de mí. Se marchó, así que definitivamente no tiene que decirlo más. No le importa.
Mi madre siempre ha dicho que mi objetivo debería ser una talla cero, y que debería empezar haciendo tal vez más actividades tales como unirme al equipo de animadoras otra vez. Lo abandoné en mi segundo año de estudiante. Ya estaba en el equipo de atletismo, pero al parecer nuestros pantalones de correr no eran lo suficientemente bonitos para ella. Siempre me ha gustado mi cuerpo, siempre. No estoy gorda. No soy una de esas chicas peludas, que se quejan y tienen ataques de pánico cada vez que tienen que ponerse en traje de baño. Y tampoco he tenido ninguna queja de nadie más. Especialmente Daniel, que constantemente me decía cuánto le gustaba que comiese comida de verdad y pareciera normal, y no le preguntaba si parecía gorda cada vez que me cambiaba de ropa. Nadie excepto ella ha tenido un problema con ello, o nunca me han dicho nada a mí sobre el tema. Me negué a tener un complejo debido a una mujer enormemente opresora. ¿Y ahora papá tiene que empezar esta estupidez?
- A ella le importa. Simplemente nosotros no le dimos lo que necesitaba. Nos aprovechamos. Ella no se hubiese marchado si nosotros hubiésemos sido más...
- ¿Más qué, papá?¿Más perfectos?
- Sabes lo que quiero decir.
- No. Tú no quieres a la gente por lo que ellos pueden darte. No los quieres por lo que ellos hacen por ti o por lo bien que los haces parecer. El amor es ciego, el amor no es para alardear, el amor no es vanidoso, ¿recuerdas, papá?
- Sé lo que dice la Biblia, Emma, pero ¿desde cuándo te importa lo que Dios tiene que decir sobre algo? - Ouch. Cierto, no habíamos ido a la iglesia ningún domingo desde que mi madre se marchó. - Tu madre nos quiere, sólo que no le demostramos suficiente amor para mantenerla aquí. Le fallamos.
Me puse en pie, sin importarme que Louis no me hubiese escrito todavía. Miré al triste, miserable, pálido y delgado hombre de cabello rubio frente a mí, con su arrugada camisa azul y su pelo grasiento de nuevo, abandonado.
- Papá, te quiero. Pero no voy a asumir la culpa por algo que hizo ella. Voy a salir con un amigo. No estaré fuera hasta muy tarde.
- ¿Daniel?
- No. Daniel está demasiado ocupado tratando de dejar esta cuidad.
- Bueno, bien por él, ya sabías que esto pasaría. Podrías aprender algunas cosas de ese chico. Está un poco fuera de tu liga de todas formas, creo. Probablemente es por eso que no funcionó. Tienes que ser más realista, Emma. Esperas demasiado de la gente - Murmuró.
- Ok, papá. Adiós.
Me miré en el espejo del recibidor. Vi mis ojos marrones. Vi mi nariz y mejillas, color canela. No era extremadamente hermosa, pero seguía sin entender por qué yo no era suficientemente buena para nadie. Busqué en mi mochila el billete de diez dólares que sabía que estaba allí, metiéndolo en mi bolsillo con el teléfono. Salí por la puerta. Hacía frío y humedad.
Había vivido justo en el centro de la cuidad durante toda mi vida. No tenía coche porque no lo necesitaba. Podía caminar a cualquier sitio que necesitase ir, y la cafetería estaba a sólo cinco manzanas más abajo. Pero no me dirigía a la cafetería. No tenía ni idea de dónde estaba yendo, sólo necesitaba alejarme. Mi padre había cambiado completamente. Solíamos llevarnos bien. Jugar a juegos, ir al cine, cocinar juntos, rastrillar las horas juntos. Pero cuando mi madre se marchó, mi padre también lo hizo en cierto modo. Él nunca hubiera dicho nada sobre mi peso antes, especialmente porque no hay nada malo en él, y nunca habría estado simplemente sentado durante la graduación de su única hija.
Tampoco me habría dejado tener un trabajo sólo para tener dinero para comprar cosas que necesitaba porque él estaba demasiado enterrado en su dolor para trabajar nunca más. No era el mismo hombre, y lo echaba de menos.
También tengo un hermano mayor, Edgar, que es adoptado, pero ha estado fuera de casa durante un largo tiempo. Cuando tenía ocho años, mis padres decidieron adoptar a un niño del estado. Consiguieron un chico de dieciséis años que había sido expulsado de una casa de acogida. Al parecer había estado en un montón de ellas, y estaba bastante contento de ser realmente adoptado siendo tan mayor. Me gustó inmediatamente, y yo le gusté a él. Me dejó seguirle a todos los sitios y molestarle. Jugaba a juegos conmigo, y me llevaba de tiendas. Le ayudé a unirse a un grupo joven en la iglesia porque él nunca había ido a la iglesia antes. Pero se marchó para ir a una escuela de arte con una beca, y se mudó a Nueva York para ser un interno en un bufete de abogados. Nos enviamos mensajes, pero está demasiado ocupado.
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Editado: 23.10.2024