Chispas de Navidad en Hollyridge

Hollyridge no estaba en mis planes

(Narrado por Lía)

El viento helado golpeó mi cara apenas bajé del autobús. Hollyridge parecía salido de una postal: luces blancas bordeando las ventanas, coronas verdes en cada puerta y un aroma a canela que se sentía incluso en la calle principal.
Yo venía preparada para una decoración navideña intensa… pero esto ya era otro nivel.

Ajusté mi bufanda roja y agarré mis maletas. No tenía tiempo que perder. Era 10 de diciembre y tenía exactamente catorce días para transformar la vitrina de la pastelería “Valcourt’s Bakery” en el escaparate más mágico que ese pueblo hubiera visto.
Mi reputación dependía de eso.
Y también mi cuenta bancaria.

Caminé siguiendo la dirección que me había enviado la dueña del local, una tal Doña Mireya, que me había contratado porque —según ella— “solo una mano joven puede rescatar la tradición”. Yo, con mis luces LED, mi obsesión por los detalles y mi espíritu navideño excesivo, era la candidata perfecta.

O eso pensaba.

Porque apenas abrí la puerta de la pastelería, me encontré con un hombre que podría haber sido sacado de un catálogo de chefs… si los chefs del catálogo tuvieran el ceño fruncido permanentemente.

—Estamos cerrados —gruñó sin mirarme, amasando una masa con la precisión de un cirujano.

—Eh… yo soy Lía —dije con la mejor sonrisa profesional que pude fabricar—. La decoradora.

Él levantó la mirada.
Y por un segundo, sentí que el tiempo se frenaba.

Ojos grises.
Mandil negro.
Brazos fuertes cubiertos de harina.
Y cero actitud navideña.

—Genial —respondió, nada convencido—. Otra persona para estorbar.

Parpadeé varias veces.

—Disculpa, ¿tú eres…?

Esteban Valcourt —dijo mientras dejaba caer la masa sobre la mesa con un golpe seco—. El dueño. Bueno, más o menos.

Más o menos. ¿Qué significaba eso?
Ni idea, pero no quería iniciar con drama laboral.

—Vengo a empezar con la vitrina —le dije—. Me gustaría ver el espacio.

Él suspiró como si le acabara de pedir que horneara mil galletas a mano.

—Mireya dijo que venías mañana.

—Le escribí… cambié mi llegada —respondí, mostrando mi celular como si eso solucionara algo.

Esteban se limpió las manos en un paño, caminó hacia la entrada y ahí pasó lo que me iba a perseguir durante todo Hollyridge:

Un reno mecánico —uno enorme, feo y con ojos que parecían seguirte— se activó justo cuando Esteban abrió la puerta.
El aparato lanzó un “¡Jooooooy!” ridículo, movió la cabeza, y yo, sobresaltada, di un brinco hacia atrás.

Esteban intentó detenerme, pero terminamos chocando, literalmente, quedando yo atrapada entre su pecho y la puerta.
Él sujetó mis brazos para que no me cayera.
Yo me quedé congelada.
Y, por supuesto, una pareja de ancianas que pasaba afuera decidió detenerse a mirar.

—¡Ohhhh! —exclamó una—. Mireya no nos dijo que Esteban ya tenía pareja para las fiestas.

Mi boca se abrió.

Esteban se puso completamente rígido.

—No es lo que parece —empezó a decir él, pero era demasiado tarde. Las señoras ya estaban mandando mensajes a medio pueblo.

Me separé de él lo más rápido posible.

—Esto es… un malentendido —susurré.

—Ya lo sé —contestó, apretando la mandíbula—. Aquí los chismes corren más rápido que la nieve. Prepárate.

Tragué saliva.

Bienvenida a Hollyridge, Lía Carmin.
Donde los renos te atacan y te emparejan con desconocidos antes de que puedas desempacar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.