Chispas de Navidad en Hollyridge

El pueblo decide por nosotros

(Narrado por Lía)

Si había aprendido algo en mis trabajos decorando vitrinas por todo el país, era que cada pueblo tiene su propio ritmo.
Pero Hollyridge
Hollyridge tenía un sistema de comunicación más rápido que cualquier red social existente.

Apenas salí de la pastelería para revisar la vitrina por fuera, tres cosas ocurrieron al mismo tiempo:

  1. Una niña me lanzó una sonrisa tímida y dijo:
    —¿Eres la novia del señor Valcourt?

  2. Una señora desde una florería gritó:
    —¡Felicidades, hija! ¡A Esteban por fin se le derritió el corazón!

  3. Un señor que barría la acera nos miró con ese brillo de “ya lo sabía”.

Y yo… yo apenas llevaba veinte minutos en el pueblo.

Entré de nuevo a la pastelería queriendo desaparecerme en un horno industrial.

Esteban estaba limpiando la barra con una furia silenciosa.

—Esto va a empeorar, ¿cierto? —pregunté.

—Oh, sí —respondió sin mirarme—. Mucho.

Me apoyé en la barra.

—Podrías simplemente aclararlo.

—No funciona así —dijo, dejando el trapo—. Aquí nadie escucha aclaraciones. La gente cree lo que quiere creer.

Lo observé unos segundos. No era solo molestia lo que tenía en la mirada… había algo más. Una mezcla entre resignación y cansancio profundo.

—¿Por qué te preocupa tanto? Digo… podría ser un malentendido más. Pasará.

Él soltó una carcajada sin humor.

—Porque mi abuela vive aquí.

—¿Y?

—Y es la mujer más chismosa, dramática y entrometida que existe.
Si cree que tengo novia… va a armar planes de boda antes del almuerzo.

Mi corazón dio un salto incómodo.

—¿Novia? Esteban, yo solo vine a decorar una vitrina.

—Lo sé —respondió—. Pero intenta explicárselo a ella.

Como si el universo quisiera comprobar su punto, una campanilla sonó en la puerta.

Entró una mujer bajita, elegante, con cabello blanco perfectamente peinado y un abrigo color vino.

La abuela.
Tenía que ser la abuela.

—¡Mi cielo! —exclamó al ver a Esteban, pero en lugar de abrazarlo a él, caminó… hacia mí.

Agarró mis mejillas con ambas manos, sonriendo como si le hubieran dado el mejor regalo navideño del mundo.

—Así que tú eres la famosa Lía… —dijo con ojos brillantes—. ¡Qué gusto conocerte por fin!

Por fin.
POR FIN.
¿Desde cuándo?

—Abuela… —intentó intervenir Esteban.

—Shhh, Esteban. No interrumpas. Estoy hablando con tu novia.

Sentí que mi alma se evaporaba como vapor de chocolate caliente.

—En realidad, no somos… —empecé, pero la señora apretó mis mejillas.

—Ay, pero qué lindos se ven juntos. Ya era hora de que este muchacho encontrará una mujer que lo aguantara. Y con esa bufandita roja te ves preciosa, hija.

Esteban apretó los labios y desvió la mirada hacia el techo, como pidiéndole ayuda a cualquier entidad divina disponible.

—Abuela, ella no es mi—

—¿Y ya decidieron dónde pasarán la Cena de Nochebuena? —preguntó la mujer, ignorándolo—. Porque todos quieren verlos juntos en la mesa familiar.

Ahí sí hablé.

—Doña… ¿perdón, cómo se llama?

—Aurora —respondió con orgullo—. Pero dime Auro. Todos me dicen Auro.

—Auro… yo solo estoy trabajando aquí unos días. No soy novia de nadie.

La abuela me miró como si le hubiera dicho que acababa de destruir la Navidad.

—¿Entonces no están juntos?

El silencio se hizo pesadísimo.
Miré a Esteban.
Él me miró a mí.
Y ahí, por primera vez, noté algo nuevo en sus ojos: miedo real.

—No —respondí con honestidad.

La abuela entrecerró los ojos.
Los evaluó a ambos.
Y después, sonrió con una calma que me heló más que la nieve afuera.

—Perfecto. Entonces solo necesitan… tiempo.

—¿Tiempo para qué? —dijo Esteban, horrorizado.

Aurora tomó sus guantes, se los puso con elegancia y anunció:

—Para enamorarse, por supuesto.

Y salió de la pastelería como si acabara de firmar un contrato divino.

Yo me dejé caer en una silla.

—Esto va mal —susurré.

Esteban se pasó la mano por el cabello.

—Lía… no sabes cuánto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.