(Narrado por Esteban)
Si alguien me hubiera dicho que mi mañana tranquila se transformaría en un festival de chismes, renos asesinos y una abuela conspirativa… hubiera cerrado la pastelería y me quedaba durmiendo.
Pero ahí estaba yo, viendo a Lía revisar la vitrina con un metro, luces y una concentración tan intensa que hacía que todo lo demás pareciera silencioso.
Silencioso… hasta que mi celular vibró.
Aurora (Abuela):
Reunión familiar hoy a las 7 pm. Trae a Lía. NO acepto excusas.
Tragué seco.
No.
No, no, no.
Esto no podía estar pasando.
—¿Todo bien? —preguntó Lía sin levantar la mirada.
Me guardé el teléfono.
—Mi abuela organizó una reunión. Quiere que vayamos… juntos.
Lía se giró tan rápido que casi se enredó en las luces.
—¿Cómo que quiere que vayamos? Esteban, tú le dijiste que no somos pareja.
—Tú también se lo dijiste —recordé—. Y, aun así, mira dónde estamos.
Lía se llevó las manos a la cara.
—Ay no… ¿y si no voy?
—Si no vas, mi abuela va a venir aquí, con un ejército de galletas y argumentos. Y créeme, Lía, cuando ella quiere algo… lo consigue.
Ella suspiró largo.
—No quiero problemas contigo, Esteban. Vine a trabajar, no a ser parte de una telenovela navideña.
Me acerqué un poco más.
—Lo sé. Y lo siento —dije, sincero—. Pero si vamos, solo un rato, tal vez la situación se calma y podemos aclararlo después.
Lía me miró, evaluándome.
Tenía unos ojos enormes, cálidos, brillantes.
Muy distintos a los míos, que siempre parecían cansados.
—Está bien —dijo al fin—. Pero solo por una hora.
—Trato hecho.
Justo cuando creí que la situación no podía complicarse más, la puerta de la pastelería volvió a sonar.
Entraron tres mujeres, todas con suéteres navideños y brillo en los ojos.
Oh, no.
El comité de eventos de Hollyridge.
La líder, una señora de moño perfecto, nos observó como si fuéramos un frasco de mermelada nuevo.
—¡Ahí están! —dijo con un tono cantarín—. Los novios del mes.
Lía tosió. Yo casi me atraganté con mi propia saliva.
—No somos… —comenzó ella.
—Ay, ay —interrumpió la mujer—. No tienen que ocultarlo. Somos discretísimas.
Eso era mentira.
Esas mujeres eran peores que Aurora.
—Queremos invitarlos oficialmente al Paseo de Luces esta noche —continuó la del moño—. Es tradición que las parejas nuevas del pueblo caminen juntas para inaugurar la temporada navideña.
Lía abrió los ojos como si le hubieran ofrecido casarse en ese momento.
—¿Parejas nuevas?
—Claro —respondió la señora—. Ustedes.
Yo retrocedí hasta pegarme al mostrador.
—No hay ninguna pareja —dije.
Las tres mujeres se miraron, sonrieron, y luego fijaron la vista en Lía.
—Hija, ¿tú confirmas? —preguntó la del moño.
Lía tragó saliva.
Yo la miré, suplicante.
Ella respiró profundo.
—Confirmo… que iremos al Paseo.
—¡Pero no somos pareja! —agregó rápido.
Pero ya era tarde.
Las señoras aplaudían y murmuraban entre ellas:
—Qué lindos…
—Él siempre necesitó una mujer así…
—Van a durar…
Yo cerré los ojos, deseando desmaterializarme.
Cuando por fin salieron, Lía dejó caer las luces al piso.
—Esteban… esto ya se salió de control.
—Lo sé —respondí—. Pero ya dijimos que iremos. Solo será caminar, ver luces, sonreír y ya.
Ella se giró hacia mí.
—¿Y tu abuela?
Ahí sí me puse pálido.
—Eso… eso será peor.
Lía soltó una carcajada nerviosa.
—Dios, ¿en qué lío me metí?
Y ahí, sin querer, la miré más detenidamente: su cabello caído sobre los hombros, sus mejillas sonrojadas por el frío, la luz blanca reflejándose en sus ojos.
Por primera vez desde que llegó, algo cálido se me instaló en el pecho.
—En uno que resolveremos juntos —dije, antes de pensarlo demasiado.
Ella se quedó quieta.
No se alejó.
No hizo un chiste.
Solo me miró.
Y ese silencio… se sintió peligrosamente bien.
Demasiado bien.