Christmas [banana Fish]

Parte única ❄

Christmas

 El lloraba.

 Lágrimas bajaban por su adorable rostro, pobre Aslan.

 Se encontraba en medio del Rockefeller Center.

 ¿Qué debía hacer un niño de nueve años?

 Los hombres de Dino se habían distraído por un segundo dándole la oportunidad de escapar y así había comenzando correr en dirección opuesta hasta dar con el gigantesco árbol de navidad, lleno de luces y colores que hacían a cualquiera embobarse.

 Quería volver a casa, con su papá y Griff, tenía miedo, no quería volver con ese hombre que quería que lo llamase "papá".

 Lo odiaba, su cuerpo comenzaba a temblar con estar en su presencia, no quería que lo volviesen a tocar. Su vello se erizaba con simplemente divisarlo en su campo de visión, las cosas que hacían con su cuerpo, le asustaba, le hacían sentir raro, su corazón se aceleraba al escuchar el sonido de los flashes enfocando su cuerpo, quería que parasen.

 Pero nada funcionaba, cuando se negó a hacer lo que querían recibió una paliza que fue demasiado para su cuerpo de tan solo nueve años, terminando con dos costillas rotas, su muñeca fracturada y moretones en tonos verdes y violetas en todo su cuerpo.

 Nadie se daba cuenta de ese pequeño niño que lloraba abrazando sus rodillas, hipando en medio del Rockefeller Center, sabiendo que en cualquier momento lo llevarían devuelta a ese lugar.

 Todas las personas sonriendo, con sus hijos y familias, disfrutando de la vista del bello árbol patinado sobre el hielo, entre risas y abrazos.

 Aslan nunca había sido envidioso, siempre se conformó con lo que tenía, con lo que su padre y hermano le diesen, pero eso ahora no era así. Observando a las personas, oculto a la par de un contenedor de basura, los ojos esmeraldas miraban todo con anhelo, lo quería con desesperación.

 Era navidad; veinticinco de diciembre. Su abuelita cuando está aún vivía solía contarle historias del nacimiento de Jesús y los milagros que este cumplía, que su padre, Dios, era él que todo lo veía y él  que buscaba la justicia para todos, amando a sus hijos, a todos, por igual.

— Idioteces— hablo entre dientes el pequeño rubio.

 Creía que Dios se había olvidado de él, dejándolo a su suerte.

 Odiaba su vida.

 Sin embargo, una parte dentro de él quería creer en las historias que su abuelita le contaba, hasta hace un tiempo solía rezar por las noches pidiendo que su mamí volviera, y pudieran convertirse en una familia. Había prometido tantas cosas a cambio de que su deseo se volviese realidad, prometió: ser un niño obediente, no lloraría ni hacer berrinches, le haría caso en todo momento a su mami y él solo ordenaría sus juguetes.

 Pero ahora sería diferente, no pediría por algo difícil.

  Tal vez por eso nunca se cumplía su deseo pensó, el pequeño.

 Juntando sus manos ocultándolas entre sus pecho y piernas cerro sus ojos y pensó, no pediría más por su madre, lo único que quería era una señal, una, aunque sea mínima y si llegaba a recibirla no dudaría más de Dios, ni que este se había olvidado de su existencia.

 Con eso en mente el pequeño estaba susurrando palabras inaudibles para todos menos para él.

— Por favor— repetía una y otra vez.

 Quería su señal, no importase en que forma o como era que se la enviasen.

 Si Dios era tan milagroso como su abuelita decía podría traer a su hermano Griffin, ¿No?

— ¿Qué haces? —pregunto una voz completamente extraña y desconocida para sus oídos.

 Logrando que el pequeño de ojos color jade abriera sus ojos y observara al niño enfrente de él, con un hot dog en la mano y un pequeño bolso en la otra, pero lo que más le llamo la atención a Aslan fueron los ojos del niño, eran razgados, con cabello y ojos profundamente negros como la noche.

 Era extranjero, todo se lo decía, hasta su remera puesta encima de camisetas térmicas, perfectas para el clima, con letras de "I love NY".

— N-nada— dijo el pequeño rubio, pasando la manga de su campera por sobre sus mejillas tratando de borrar las marcas de lágrimas, luego se puso de pie intentando escapar de la situación—. Ya me iba.

— ¿Estás perdido? —pregunto el extranjero—. Puedo ayudarte, les podemos avisar a mis pap...

— ¡No! — le interrumpió el rubio, lo único que quería era más personas heridas, no después que vio a los hombres que dejaban a su cuidado asesinar a personas a sangre fría.

— Está bien, tranquilo— hablo rápido poniendo sus manos arriba mostrando que estaba en son de paz—. Me llamo Eiji Okomura.

 Hizo una pequeña reverencia con su cuerpo.

— ¿Qué haces ahora? — le pregunto el rubio, extrañado por la forma de presentarse.

 Ante el comentario del más joven el de cabello negro se sonrojo, avergonzado.

— L-lo siento, es la costumbre — dijo rascándose la barbilla con uno de sus dedos, pero de un segundo a otro su rostro se tornó serio— No deberías hablar así a tus mayores.

— ¿De dónde vienes? —pregunto intrigado—. ¿Mayor? ¡Tengo nueve, soy mayor!

 Su ceño se había fruncido un poco al decir lo último.

— Soy de Japón— Dijo Eiji—, además tengo once. Soy mayor que tú.

— ¿Estás muy lejos de tu casa? — pregunto el rubio, tal vez era como los niños que llevaban a la casa de Dino.

 No, no podía ser posible, Eiji como había dicho que se llamaba, no lucia como ellos, era diferente. Recordó ver un mapa en la biblioteca cerca de su casa en donde estaba Japón, si bien no recordaba exactamente donde quedaba, sabía que era lejos.

 A Aslan siempre le gustaron las bibliotecas. Siempre podías aprender algo nuevo.

— Bueno, si— afirmo—. Vine con mis padres y mi hermana menor a pasar navidad aquí, pero ahora no se donde estén— miro a la gente pasar, pero ninguna se parecía a su familia.

— Debo irme— seguramente lo estarían buscando ahora mismo.




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