Cian Heaton

Prólogo: Cian

Tres semanas antes

Tomo asiento en la barra y pido una cerveza negra y amarga para que me ayude a lidiar con el bombardeo de emociones que tengo en mi cabeza luego de primera sesión con la psicóloga. Creo que se ofendió porque me fui quince minutos antes de que terminara la sesión, aunque no tendría por qué dado que el pago estaba completo ya que te cobran antes de entrar al consultorio.

No esperaba sentirme acorralado y sé que el problema no es la doctora, sino yo, porque me cuesta hablar de lo que siento. Prefiero guardármelo todo y no sé como exteriorizarlo.

Mi hermana Willa siempre dice que no es bueno guardarse las emociones negativas porque nos destruyen. ¿Cómo hago para expresarlas si no sé como ni el porqué?

El barman deja la cerveza frente a mí y le doy un largo trago, aunque prefiero el vino, en este momento la cerveza viene bien.

Miro la hora y exhalo un suspiro odiando no poder llamar a mi hermana. Podría, pero no quiero molestarla porque está en España resolviendo cuestiones con el exnovio y a esta hora debe estar durmiendo. Y necesita descansar para enfrentar a ese abusivo machista. Y mi hermano Rex está con ella.

Si no fuera que tuve que quedarme por cuestión de la herencia, yo estaría allá con ellos.

Al menos me consuela de haber podido ayudar desde mis conocimientos y tengo confianza en que ella va a ganar la batalla contra su ex.

Me parece tan asqueroso que él le haya sacado fotos desnuda y la esté extorsionando, y, como si no fuera poco, quiere culparla a ella de todo.

Bebo más cerveza e intento no dejarme dominar por la bronca que siento por lo que le está pasando a Willa. Ella es fuerte y lo va a superar. Tiene la situación más clara que Rex y yo juntos.

Creí que venir a Ushuaia para reclamar la herencia sería un trámite rápido. Cinco meses después, aquí estamos. Mis hermanos encontraron su camino, y yo sigo desorientado en el mío cubierto por nubes grises y espesas que no me permiten ver la luz.

Mi trabajo es lo único seguro y constante que tengo.

Miro la pantalla de mi celular con la idea de llamar a mi exesposa y preguntarle si es verdad todo lo que me dijo la última vez que peleamos, justo antes de que me pidiera el divorcio. Sin embargo, no hago nada porque temo que me confirme sus palabras y me haga sentir peor conmigo mismo.

Recibo una llamada y respondo porque se trata de un cliente.

—Hola, Cian. Tanto tiempo. Perdón por devolverte la llamada ahora, es que me colgué. —ríe.

—No te preocupes, ¿has visto mi propuesta?

—Sí, y es buena, pero no estoy seguro de que me interese.

—Simplificaría el trabajo de los arquitectos. Tú eres uno de los que se queja de que las obras suelen atrasarse cuando los clientes hacen cambios radicales a último momento, llevando a que todo se atrase. Esta aplicación haría las cosas más simples.

—Odio cuando pasa eso. —dice una voz femenina a mi lado.

Frunzo el ceño ante la mujer de cabello castaño oscuro que está con una copa vacía frente a ella. La ignoro.

—Es cierto; sin embargo, no hay garantías y no estoy seguro de que gastar tanto dinero sea bueno para mí en este momento.

—Entiendo. Bueno, está en su periodo beta.

—Quizás si ajustaras el precio, un cuarenta por ciento menos.

Sonrío, comprendiendo cual es el problema.

—No puedo hacer eso. La programación es compleja y lleva tiempo. Entiendo que no estés en condiciones de pagarlo, así que no te preocupes, siempre hay otros clientes interesados.

—Okay, entiendo. Bueno, deja que hable con mi contador y vea los números. No hables con nadie.

Río.

—No te preocupes, Carlos. Soy leal.

—Genial. Bueno, debo colgar. Estamos hablando.

Finalizo la llamada con una sonrisa satisfecha. Conozco a Carlos desde hace años y es un buen empresario y arquitecto. Siempre busca sacar provecho de todo. Veremos si quiere comprar la aplicación o no. No es la muerte que me diga que no, siempre hay otros interesados, así que no me preocupo.

—Los clientes quieren todo ya y cuando hacen miles de cambios y le decimos que tomará más tiempo, se enojan. —exclama la mujer sentada a mi lado.

Miro para todos lados, preguntándome si me habla a mí.

—¿Me hablas a mí?

Ella me mira y noto sus ojos rojos e hinchados, demostrando que estuvo llorando.

—No, al fantasma sentado a mi lado—mira a su costado—. Tal vez haya uno y no lo veo. Quizás estoy hablando a mí misma. No sé.

Me aclaro la garganta y decido que lo mejor es irme. Acabo de salir del psicólogo y no estoy listo para ser el psicólogo de alguien porque está claro que la mujer está deprimida o ebria o ambas.

—Bueno, te dejo para que sigas hablando contigo misma o descubras si hay un fantasma a tu lado o no.

—Seguro. Lo que sí sé, como arquitecta que soy, es que los clientes pueden ser un dolor en el trasero.




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