Reino Christus
Hace catorce años, el reino cambió para siempre.
Yo era solo una niña cuando los gritos rompieron la noche y mi madre me cubrió los oídos, pero el sonido de la violencia quedó grabado en mi memoria.
Horas después, mi madre y mi hermana desaparecieron para no volver jamás. Nadie preguntó, nadie lloró en público, porque ya había comenzado la caza.
La orden venía del rey Jeremías IV y la iglesia: las invocadoras, mujeres con dones oscuros, debían ser erradicadas para salvar al reino. Así lo dijeron, así nos hicieron creer, aunque yo no sé si mi madre o mi hermana fueron invocadoras.
La historia que nos contaron es siempre la misma: una noche, durante la luna de sangre, un hombre se internó en el bosque y llegó al lago sagrado. Allí vio una escena prohibida, mujeres vestidas de blanco, rodeando el agua con antorchas, cantando un rezo suave. Una a una entraron al lago, y sus vestidos se tiñeron de rojo, como si el agua se hubiera convertido en sangre. Él huyó y habló, y esa fue la señal para que la caza comenzara.
Los soldados llegaron antes del amanecer y la iglesia tomó el control. Con el pretexto de erradicar una maldición, arrasaron pueblos enteros. Buscaron mujeres que curaban con hierbas, que soñaban cosas extrañas, que hablaban con animales, que simplemente eran diferentes. Encontraron cientos y a muchas las colgaron o desaparecieron en silencio. Hoy, todas las mujeres somos sospechosas. Nos revisan la piel buscando encontrar la perfección que nos delate, nos preguntan que soñamos, nos vigilan como si fuéramos peligrosas solo por existir.
Con el tiempo, las mujeres fuimos desapareciendo. Las que logran concebir mueren, las jóvenes son vendidas, las niñas se convierten en propiedad. El reino se apaga con cada nacimiento que no llega. Y aquí estoy yo, Grace Bell, costurera y sobreviviente. Mi madre y mi hermana murieron acusadas de algo que no entiendo, y aunque no sé si yo llevo esa maldición, la sombra de la duda me persigue. No puedo hacer preguntas, porque en este reino, preguntar también puede ser mortal.
Mi padre, o el hombre que dice serlo, ya dejó claro que no piensa cargar conmigo mucho más tiempo. Para él, soy solo un cuerpo útil en un reino que necesita hijos.
Ahora, con veinticuatro años, busco respuestas. No tengo poder ni aliados, solo una inquietud que arde en mi pecho, un deseo de entender lo que ocurrió y por qué. Dicen que el príncipe Kyrell, rebelde y peligroso, traerá cambios.
Yo solo deseo que esos cambios iluminen las sombras que cubren mi pasado y aclaren las verdades que aún me son esquivas, así como el oscuro legado que ha marcado a este reino durante generaciones.