Grace Bell
Las telas que debo comprar, según me indicaron, deben ser exclusivamente negras, aunque puedo agregar algunos detalles dorados. Por eso hoy no fui a la casa de costura; en su lugar, me dirigí directamente al mercado.
Los comerciantes se encuentran en el ala este del pueblo, casi en los límites del bosque, por lo que la extensión del mercado es considerablemente grande. Los trueques de ganado, las ventas de joyas, telas, comidas, carnes y minerales son los productos más vendidos y cotizados del reino.
La tienda a la que me dirigía era una de las más grandes del mercado, con las telas más exclusivas. Al ser la más amplia, se encuentra al final de la feria, donde los artículos de mayor valor están más resguardados, por lo que tuve que recorrer todo el mercado para llegar hasta allí.
Mientras avanzaba entre los puestos, algunas personas me saludaban, y varias mujeres mayores comentaban sobre mi parecido con mi madre. Me limité a sonreír y seguir caminando. No sé por qué todavía me cuesta oírlas hablar de ella.
A pocos metros de la tienda, una mujer mayor se cruzó en mi camino. Intenté esquivarla, pero sin decir palabra me tendió un libro. Lo tomé por instinto, y en cuanto mis dedos lo rozaron, ella se alejó rápidamente.
Me giré para devolvérselo... pero ya no estaba.
Confundida, guardé el libro en mi bolsa. Quizás era una comerciante local o alguna excéntrica del pueblo. Ya me ocuparía de devolverlo después de hacer las compras.
Cuando llegué por fin a la tienda, su gran fachada me hizo sonreír. Estaba por abrir la puerta cuando alguien la sostuvo desde el otro lado.
—¡Cuánto tiempo, Grace! —exclamó Caden, rodeándome con un abrazo que me dejó una ligera sensación de calidez.
—¡Caden! —le respondí, correspondiendo el abrazo—. No sabía que ya habías vuelto.
—Hace unos días. No había tenido tiempo de visitarte, he estado poniéndome al día con mi familia —dijo, sonriendo de oreja a oreja.
—Me alegra tanto verte. ¿Qué tal estuvo estar lejos de casa?
—Fueron días duros, aunque... me gustaba servir en la milicia —respondió, pero su sonrisa se apagó—. Mi padre enfermó y tuve que retirarme para seguir con el negocio.
Una sombra de tristeza pasó por sus ojos.
—Lo lamento mucho, Caden —dije, apretando su mano—. Tu padre debe sentirse muy afortunado de tenerte.
—Seguro que sí —contestó, con una sonrisa cansada. Luego se giró hacia una mesa—. Ven, te invito un té.
Nos sentamos un momento mientras un aroma suave llenaba el aire.
—Y bien, Grace —dijo tras un sorbo—, háblame de ti. ¿Qué ha pasado estos años? ¿Alice sigue igual de insoportable? —agregó con una sonrisa traviesa.
—Alice no es insoportable —respondí, fingiendo una seriedad que me costaba mantener.
—Ya, claro —bromeó, y ambos reímos.
—En cuanto a mí... nada interesante —dije, bajando la mirada. No sé por qué siempre me cuesta hablar de mí misma.
Caden pareció notarlo y cambió de tema con tacto.
—Entonces háblame de tu cliente misterioso —dijo, con una ceja alzada—. Mi padre me contó que enviaste una carta pidiendo las telas más exclusivas.
—No me lo vas a creer —respondí, bajando la voz.
—¿Acaso es de la realeza? —preguntó en tono de burla.
Asentí.
—¡No me jodas, Grace! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza.
Su entusiasmo me hizo reír. Me gusta cuando se enorgullece de mí; siempre ha sido como un hermano mayor.
—¿El rey? —preguntó, aún sorprendido.
—No. El príncipe —dije, con un tono que no pude evitar que sonara nervioso—. Aún no ha vuelto, pero lo hará pronto.
Caden se quedó en silencio unos segundos. Su expresión cambió, y algo en su mirada me inquietó.
—¿Lo conoces? —pregunté.
—Fuimos compañeros en el ejército —respondió sin mucho entusiasmo—. Participamos en algunas campañas. Era... destacado.
Su voz tenía un matiz que no logré descifrar. Antes de que pudiera insistir, Caden me miró fijamente.
—Grace... no aceptes esa oferta —dijo con seriedad.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, sorprendida.
—Solo... piénsalo bien —murmuró, sin apartar los ojos de los míos.
Quise preguntarle más, pero noté que no diría nada. Así que solo asentí.
—Caden... —dije suavemente, tocando su brazo—. Pase lo que pase, siempre podrás contar conmigo.
Él sonrió con melancolía. Luego me ayudó a elegir las telas y prometió que todo estaría listo a la mañana siguiente en la casa de costuras. Insistió en acompañarme a casa, pero me negué, no quería incomodarlo.
El sol ya empezaba a ocultarse cuando emprendí el camino de regreso. Las calles del pueblo estaban tranquilas, pero la conversación con Caden seguía dando vueltas en mi cabeza.
De pronto, un mareo me obligó a detenerme. Me apoyé en una pared para no caer, pero una mano fría y firme sujetó mi brazo y me estabilizó. Antes de que pudiera ver quién era, la figura se apartó. Solo alcancé a distinguir una capa negra y una capucha que ocultaba su rostro.
En su espalda llevaba dos espadas cruzadas, y un cinturón lleno de cuchillos le cruzaba el pecho. Mi corazón se aceleró.
Un venator.
Sin pronunciar palabra, la figura se perdió entre las sombras. Me quedé allí, observando cómo se alejaba con paso decidido.
¿Qué hacía un venator en las calles? Faltaba más de un mes para la revisión anual.
Rápidamente me dirigí a casa, me sentía agotada. Dejé las telas sobre la mesa y entonces recordé el libro que me entregó la anciana. Lo saqué de la bolsa y lo observé un momento antes de abrirlo.
Las páginas olían a humedad y a tiempo. Pasé los dedos por la tinta desvaída hasta que un fragmento llamó mi atención:
"Cuando el fuego recuerde la tierra,
la llama y la raíz serán uno.
La sangre callará... hasta que despierte."
Fruncí el ceño. No entendía lo que significaba, pero había algo en esas palabras que me dejó inquieta.
Cerré el libro y lo dejé sobre la mesa, intentando restarle importancia y recordándome llevarlo en mi próximo viaje al mercado, para tratar de encontrar a la extraña mujer.