Cicatrices de poder

Capítulo 3

Reino Christus

Kyrell Thorsen

El sonido de los cascos al golpear el empedrado del castillo fue lo primero que me devolvió a Christus. El aire olía igual que en mis recuerdos: a hierro oxidado, humo espeso y piedra mojada. Pero había algo diferente. Una tensión que se sentía incluso antes de cruzar las murallas del palacio. La misma que experimenté cuando mi abuelo, en su infinita sabiduría, decidió enviarme lejos durante mi luto, como si el dolor se pudiera disipar con distancia.

El cielo, nublado y pesado, solo aumentaba esa sensación de presagio. Las banderas negras ondeaban con el escudo del reino, y los guardias parecían más numerosos que nunca.
Mi abuelo no dejaba nada al azar.

Descendí del caballo con una firmeza que no podía disimular, mis botas resonaron sobre el suelo con la misma seguridad con la que había marchado en el campo de batalla. Miré el enorme portón dorado que se alzaba frente a mí. Habían pasado años desde la última vez que crucé ese umbral, y aun así, cada rincón me resultaba familiar, aunque ahora, cada centímetro de esa vieja fortaleza me parecía más una prisión que un hogar.

El eco de mi infancia seguía escondido entre los muros, enredado con las risas de mi madre, la reina, que el tiempo no había logrado borrar del todo, pero cuya ausencia se sentía en cada rincón.

Los sirvientes se inclinaron al verme pasar, murmurando saludos formales, pero no respondí a ninguno. No por soberbia, sino porque las palabras se me atascaban en la garganta, como si un nudo se hubiera formado ahí con el paso de los años, con el resentimiento acumulado. Cada paso hacia el salón principal me pesaba más, como si estuviera marchando hacia mi propia condena.

Y cuando las puertas se abrieron, lo vi.

Mi abuelo estaba de pie, frente al trono. La edad no había hecho más que endurecer su mirada, esa mirada fría que jamás permitió que olvidara quién mandaba.

—Bienvenido, hijo —dijo, con la misma voz que usaba con sus soldados, con esa entonación que jamás me hizo sentir como su sangre. Solo un subordinado más—. Christus vuelve a tener a su heredero.

Incliné la cabeza, pero no de respeto, sino de pura necesidad de mantener la compostura.

—Abuelo.

El silencio se hizo espeso, una muralla invisible que se alzó entre los dos. Por un momento, no pude decidir si la distancia que sentía era la que se había formado por el tiempo, o por la misma indiferencia de siempre.

Él me observó como si tratara de descifrar algo en mí, como si no tuviera claro si admirarme o temerme. Como si fuera necesario decidir en qué categoría encajarme.

—Has cumplido con tu deber en el ejército —dijo finalmente, con esa voz que nunca tuvo ni un atisbo de cariño—. Estoy… satisfecho.

Era lo más cercano a un elogio que podía ofrecer, pero no lo acepté. No lo necesitaba.

—He hecho lo que se esperaba —respondí con frialdad, sin apartar la vista de él. No me iba a dejar impresionar por sus palabras vacías.

—Y seguirás haciéndolo —añadió, con una sonrisa helada, esa sonrisa que siempre precedía a las órdenes que ni siquiera pensaba en disimular—. Es hora de que pienses en el futuro del reino.

—Estoy listo para tomar mi lugar —respondí, mi voz grave, pero sin que fuera una rendición.

Él se rió, un sonido sarcástico que me arrancó un leve resquicio de ira.

—No, no me refería a eso.

Lo miré con incredulidad.

—¿A qué te refieres entonces?

El rey dio un paso al frente, su presencia tan pesada como siempre. No me aparté, ni siquiera cuando su cercanía parecía aplastarme.

—A tu matrimonio —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Me quedé mudo por un momento, la incredulidad apoderándose de mí.

—¿Matrimonio?

—El linaje debe continuar. La corte ya ha preparado las alianzas necesarias. Pronto te presentaré a la candidata adecuada.

No podía creerlo. Todo lo que había enfrentado en el campo de batalla, todo lo que había perdido, todo lo que me había sido arrancado, ¿y lo único que él tenía en mente era una maldita boda?

—No quiero… —intenté decir, mi voz más tensa de lo que quería.

—No es cuestión de querer, Kyrell. Es cuestión de deber —me interrumpió con dureza, como siempre hacía, como si fuera el único lenguaje que entendiera—. También he decidido adelantar la salida de los venatores. No podemos permitirnos que los rumores sobre resurgimientos mágicos perturben la llegada del heredero.

Los Venatores.

El nuevo brazo del ejército, creado tras la Gran Purificación. Soldados entrenados no solo para luchar, sino para cazar. Ninguno de sus objetivos salía con vida. Cazadores de brujas. Guardianes de la pureza, según los leales. Asesinos con permiso, según los demás.

Lo comprendí al instante. No se refería solo al reino, no. Se refería a mí, a su control sobre todo lo que me rodeaba. A su necesidad de mantenerme en línea.

Asentí, aunque lo que realmente quería era gritar. Gritar por todo lo que había pasado, por lo que había perdido, por lo que me había arrebatado. Pero no lo hice. No allí, no frente a él.



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En el texto hay: misterio, principe, brujas magia

Editado: 21.10.2025

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