Cicatrices de regreso

Capítulo 6: Voy a devolverle la sonrisa a Elian

Dante

Voy a embarcarme en una misión especial: restablecer la alegría en el rostro de Elian, quien ha estado atravesando una etapa de desánimo y tristeza. En las páginas de su vida se narran los momentos que han llevado a Elian a perder su energía y su optimismo, revelando sus luchas internas y las razones subyacentes de su melancolía.

Reflexionaré sobre mi relación con Elian, recordando los instantes felices que hemos compartido y cómo su risa solía iluminar incluso los días más grises. Con una determinación firme, decido que no descansaré hasta poder ver de nuevo esa sonrisa que tanto le hace falta, tanto a él como a mí.

Para lograr este objetivo, elaboraré un plan que incluirá sorpresas, actividades al aire libre y la creación de nuevos recuerdos juntos. A medida que la historia avanza, se presentan una variedad de escenarios: una tarde en el parque donde el sol brilla y la naturaleza se muestra en todo su esplendor; una cena improvisada con amigos, llena de risas y buena compañía; o simplemente momentos de conversación sincera, donde el apoyo incondicional se convierte en un bálsamo para su alma.

Con cada pequeño gesto y cada intento por alegrar a Elian, iré descubriendo no solo cómo ayudar a mi hermano, sino también el inmenso poder de la amistad y la importancia de estar presente en los momentos difíciles. La interacción entre nosotros se transforma, y poco a poco se va vislumbrando una restauración en el espíritu de Elian.

Finalmente, la historia culminará en un momento emotivo donde, por fin, la sonrisa de Elian vuelve a brillar con luz propia. Este instante representa no solo un triunfo personal para mí, sino también una celebración de la esperanza y la capacidad de sobreponerse a las adversidades, reafirmando el indestructible lazo que nos une.

En este preciso instante

Camino por el pasillo con una determinación que no había sentido en mucho tiempo. Mi mente está completamente ocupada por él. Pienso en su mirada apagada, en cómo se encoge de hombros al escuchar una voz elevada, y en su manera de evadir los momentos de felicidad, como si no pudiera permitir que le alcanzaran. Él es Elian.

Hoy me despierto con un solo propósito: devolverle la sonrisa. No esa sonrisa falsa que utiliza para simular que todo está bien, sino la auténtica, la que surge desde lo más profundo de su ser, la que solía mostrarme en nuestra niñez, cuando creíamos firmemente que nada malo podría sucedernos mientras estuviéramos juntos.

Desde la cocina, Beatriz me observa mientras organizo una mochila con lo necesario. Me ha preguntado adónde vamos, pero solo le he respondido con una media sonrisa y un “es una sorpresa”. Sé que ella lo entiende. Su mirada lo dice todo: tiene confianza en mí.

Al entrar en la habitación de Elian, me encuentro con él sentado junto a la ventana. Sus brazos están cruzados sobre las rodillas y su mirada está perdida en el cielo. Me acerco lentamente, como si me acercara a un pájaro herido que aún no sabe si puede confiar en mí.

—¿Te gustaría salir conmigo un rato? —le pregunto con voz suave, dejando que la invitación repose sobre él sin presionarlo.

Elian duda por unos segundos, pero finalmente responde con un leve asentimiento de cabeza. Esa simple acción es un pequeño triunfo que atesoro en mi corazón.

Juntos, salimos a caminar por calles tranquilas hasta llegar al parque que solíamos visitar en nuestra infancia. Él permanece en silencio la mayor parte del camino, pero eso no me importa. Estoy aquí, a su lado, y eso es lo único que cuenta en este momento. Ese es el primer paso.

De mi mochila saco una pelota de goma, algunos bocadillos y una manta para extender sobre el césped. Le ofrezco una bebida y él la acepta sin vacilar. Luego, sin previo aviso, lanzo la pelota hacia él. Sorprendentemente, la atrapa instintivamente, con una expresión de asombro.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta levantando una ceja.

—Desempolvando recuerdos —le respondo con una sonrisa.

Y por primera vez en días, veo cómo sus labios se curvan, aunque sea de manera tímida. Es un gesto pequeño, frágil, pero es un comienzo.

Hoy no busco resolver todos sus problemas. Solo deseo que ría una vez. Si esa risa llega, aunque sea por un instante, sabré que estamos en la dirección correcta.

Espero que poco a poco, él se sienta lo suficientemente seguro como para abrir su corazón y compartirme las experiencias que ha vivido, pero sé que debo tener paciencia.

Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para devolverle la sonrisa a Elian. No la que utiliza para ocultar su tristeza, sino la auténtica, la que solía iluminar su rostro cuando era un niño. Esa sonrisa que echo de menos cada día más.

Este día comienza con una energía renovada, y bajo a la cocina con determinación. Beatriz me observa desde la mesa mientras yo preparo una pequeña mochila. No comparto muchas palabras, pero ella parece entenderme perfectamente. Solo me lanza una mirada cómplice, de esas que no requieren comunicación verbal.

Subo las escaleras para buscar a Elian. Lo encuentro sentado al borde de su cama, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo. Me acerco con suavidad y le hablo en un tono calmado.

—¿Te gustaría salir un rato conmigo?

Él levanta la vista, titubea, pero finalmente asiente.

Salimos a caminar, sin un destino específico, pero con un propósito bien definido. Recorremos calles tranquilas hasta llegar al parque. Elian guarda silencio, pero eso no me incomoda; su compañía es suficiente. Solo deseo que respire aire fresco, que mire hacia el cielo, que sienta que el mundo también puede tener un lado amable.

Extiendo una manta sobre el césped y saco unos bocadillos que he traído. Le ofrezco una bebida y él me lo agradece con un murmullo casi inaudible. Luego, saco una pelota pequeña y, sin previo aviso, se la lanzo.

—¿Qué haces? —pregunta, sorprendido al atraparla.




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