Cicatrices de regreso

Capítulo 11: Me encuentro en un entorno seguro

Elian

Quiero compartir una experiencia significativa relacionada con la sensación de seguridad que he encontrado en mi vida. A lo largo de este viaje, he aprendido a apreciar la importancia de estar rodeado de un entorno que me brinda tranquilidad y protección.

Aquí, en este espacio que considero seguro, puedo ser auténtico sin temor a ser juzgado. Las personas que me rodean son comprensivas y apoyan mis decisiones, contribuyendo a crear un ambiente donde puedo expresarme libremente. Este entorno no solo es físico, sino también emocional; siento que puedo abrirme y compartir mis pensamientos más profundos sin miedo a las consecuencias.

En este lugar, he dado pasos importantes hacia mi crecimiento personal. He podido experimentar momentos de reflexión, impulsados por la confianza que infunde este entorno. Cada rincón de este espacio me recuerda que aquí puedo ser yo mismo, y eso es invaluable.

Es en este entorno seguro donde he encontrado la fuerza para enfrentar mis desafíos. Al sentirme protegido, he podido explorar nuevas ideas y enfrentar mis miedos. Al final del capítulo, concluyo que el entorno en el que nos encontramos puede influir profundamente en nuestro bienestar y en nuestra capacidad para crecer y avanzar en la vida.

La noche se ha posado suavemente sobre la casa, envolviéndola en un silencio sereno y acogedor que solo se ve interrumpido por el suave murmullo de la televisión encendida. Estoy sentado en el sofá, acurrucado entre Dante y Beatriz, sintiendo el calor reconfortante de sus presencias a mi lado. La luz tenue que emana del salón y el sonido de la película nos rodean como una manta invisible, y por primera vez en mucho tiempo, no siento la necesidad de mantenerme en estado de alerta.

Beatriz ha traído una manta suave que ahora nos cubre a los tres, brindándonos una sensación de intimidad. Dante, con su brazo rodeando mis hombros, no cesa de hacer pequeños comentarios ingeniosos sobre la película, logrando sacar de mí sonrisas que brotan de forma natural, sin esfuerzo. Beatriz se ríe con esa risa suya tan contagiosa que convierte el ambiente en algo más ligero, más llevadero.

En medio de esa calidez y normalidad, me sorprendo a mí mismo observando mis propias reacciones. No estoy fingiendo. No estoy esforzándome por encajar en un lugar donde me siento ajeno. Estoy aquí… plenamente presente. Y lo más significativo de todo, me siento a salvo.

Beatriz, con generosidad, me ofrece un poco de palomitas desde el bol que sostiene en su regazo. Le agradezco en voz baja, acompañando mis palabras con una sonrisa. Ella me devuelve una mirada tierna, de esas que no exigen nada, que simplemente irradian cariño. Me recuesto un poco más en el hombro de Dante, y él, sin pronunciar una sola palabra, me aprieta suavemente contra su costado, como si me ofreciera un refugio cálido y seguro.

A simple vista, podría parecer una noche ordinaria. Pero para mí… representa algo mucho más profundo. Es la confirmación de que las pequeñas cosas también pueden construir un hogar. Que estar rodeado de personas que te ven y te cuidan tiene el poder de sanar heridas que parecían eternas.

Mientras la película sigue su curso, yo permanezco allí, sin deseos de moverme, respirando en paz, disfrutando del momento.

Porque sí, estoy en un entorno seguro.

Y, por primera vez en mucho tiempo, eso es suficiente para mí.

La película ha llegado a su fin, y el salón se encuentra impregnado de esa serenidad que solo se experimenta cuando el silencio no se siente abrumador, sino que nos envuelve con su calidez. Beatriz nos ha deseado buenas noches dándome un beso en la frente antes de retirarse a su habitación, dejándonos a Dante y a mí en la penumbra, disfrutando de esta tranquilidad.

Con paso pausado, comenzamos a subir las escaleras. No hay prisa. La noche se ha prolongado con una generosidad casi palpable, como si tuviera consciencia de que ambos necesitamos este instante. Al llegar a la puerta de la habitación de invitados, Dante se detiene a mi lado, apoyándose relajadamente en el marco con las manos en los bolsillos, su expresión serena y comprensiva.

—¿Estás bien? —me pregunta, su voz es un susurro que parece envolver el ambiente.

—Sí —respondo casi automáticamente, pero al sostener su mirada, siento la necesidad de ser honesto—: Estoy mejor que nunca.

Una sonrisa se dibuja en el rostro de Dante, una sonrisa que es sutil pero genuina, como si mis palabras le aliviasen una carga invisible en el pecho.

—¿Puedo quedarme un rato contigo? —pregunta, mostrándose respetuoso y sin presionarme.

Con un ligero asentimiento, le indico que sí. Entramos en la habitación juntos; mientras yo me acomodo en la cama, él se sienta a mi lado, sobre la colcha de flores que tanto me gusta.

—¿Sabes? —comienza tras un breve silencio, su tono reflexivo—. Hoy te vi sonreír de verdad. No como esas sonrisas forzadas que ponías para ocultar cómo te sentías… sino de manera auténtica. Y eso me llenó de alegría, Elian. No tienes idea de cuánto.

Sus palabras resuenan en mi interior como un eco profundo. Bajo la mirada, y me doy cuenta de que mi voz tiembla al salir.

—Es que… a veces siento que todavía tengo temor. Aunque sé que ya no estoy en aquel lugar, que me he alejado de ellos… hay algo dentro de mí que no se extingue tan fácilmente.

Dante asiente, permitiéndome continuar sin interrumpirme, brindándome el tiempo que necesito.

—Pero estar aquí, a tu lado, con Beatriz, me hace pensar que tal vez sí puedo… aprender a vivir sin ese miedo. Que puedo ser auténtico, sin sentir la necesidad de esconderme o estar a la defensiva en todo momento.

Toma mi mano con firmeza, su gesto seguro irradia calma.

—Claro que puedes. Y no estás solo, ¿verdad? No tienes que cargar con toda la carga solo. Yo estoy aquí contigo. Y Beatriz también. Siempre estaremos a tu lado.

Alzo la mirada y le devuelvo la vista, deseando encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que siento, pero se me atragantan en la garganta. Sin embargo, sé que él lo comprende, porque me aprieta la mano y su presencia se siente como un abrazo silencioso, libre de expectativas.




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