Cicatrices de regreso

Capítulo 18: Mis ancestros me han brindado la oportunidad de estar con Elian

Dante

En esta etapa de mi vida, tomo un momento para reflexionar sobre el profundo impacto que han tenido mis antepasados en mi existencia. Es asombroso pensar en cómo, gracias a su legado, he podido disfrutar del invaluable regalo de reencontrarme con mi hermano. La herencia que nos han dejado y la conexión que establecieron dentro de nuestra familia han sido elementos esenciales que han hecho posible este emotivo encuentro.

A través de las historias que han compartido y las enseñanzas que nos han transmitido, he llegado a comprender la vital importancia de la unión familiar y de los lazos que nos unen. Estas raíces familiares son el soporte que nos permite enfrentar los desafíos que la vida nos presenta. Me siento profundamente agradecido por esta segunda oportunidad que se me ha brindado. No solo he podido conectar con mi hermano, sino que también he encontrado un recordatorio poderoso de que los vínculos familiares van más allá del tiempo como el espacio. Estos lazos nos dan fortaleza y esperanza en medio de los caminos que cada uno de nosotros enfrenta.

Mientras me adentro en estas reflexiones, una sensación de paz me atrapa, una calma que rara vez había sentido antes. Es un estado de tranquilidad que no aparece del silencio del entorno, sino de la certeza de que estoy exactamente en el lugar donde debo estar. Este instante —mi hermano a salvo, nuestra familia unida, mi corazón lleno de gratitud— es parte del legado que mis ancestros habían imaginado para mí.

A veces, me detengo a pensar si, desde el lugar donde se encuentran, ellos nos observan. Me pregunto si sonríen al ver a Elian reír con tanta libertad. ¿Sienten orgullo al ver cómo superamos un nuevo miedo, sanamos una herida más, abrazamos un nuevo día?

Porque aunque la vida no siempre ha sido justa con nosotros, ellos nos heredaron herramientas invisibles: resiliencia, intuición, un amor profundo y sincero. Ahora, soy capaz de comprender que, gracias a esos legados, hemos logrado reencontrarnos en esta vida, después de un tiempo de desconexión.

Hoy, Elian y yo no somos simplemente hermanos. Somos el reflejo de un reencuentro que ha sido escrito a lo largo de generaciones que entendieron la importancia de mantenerse firmes y no rendirse. Somos el resultado de todas las oraciones, cantos, lágrimas y abrazos que se sintieron antes que nosotros.

Por esta razón, valoró esta segunda oportunidad de estar con él. Cada desayuno que compartimos, cada intercambio de palabras antes de dormir, cada momento de silencio compartido… todo se siente sagrado. En lo más profundo de mi ser, tengo la certeza de que esta historia no comienza solo con nosotros. Comienza con ellos, con aquellos que soñaron que algún día, los lazos de nuestra sangre, que habían sido divididos, volverían a unirse. Y así ha sido.

Salgo al patio trasero sosteniendo una manta bajo el brazo, junto con dos tazas de té caliente de las que se escapa él vapor en el frío de la noche. Allí está Elian, sentado en el escalón de madera, con los brazos abrazando sus piernas. Mira hacia el cielo iluminado por las estrellas, como si buscara respuestas en esas luces lejanas. Me acerco con cautela y me siento a su lado, buscando compartir ese momento.

—Hace frío —le digo mientras extiendo la manta en su dirección, ofreciéndole para que proteja del aire fresco.

—Un poco —responde él, iluminando su rostro con esa sonrisa suya, que ha dejado de ser frágil para convertirse en una expresión de tranquilidad.

Le doy una de las tazas, y él la recibe con ambas manos, sosteniéndola con delicadeza, como si fuera un pequeño tesoro que debe cuidarse. Así pasamos unos minutos, en un cómodo silencio, contemplando el cielo que se muestra ante nosotros. La noche está despejada, y hay algo extraordinario en la forma en que las estrellas brillan esta noche, como si un espectáculo especial estuviera teniendo lugar.

—¿Sabes? —empiezo a decir, rompiendo el silencio—. Hoy pensé en nuestros ancestros. En cómo, de alguna manera que no logro entender del todo, nos han traído de vuelta el uno al otro.

Elian me mira de reojo, su atención plena en mis palabras.

—Yo también a veces pienso en ellos —responde—. En lo que habrán imaginado para nosotros. En si estarán orgullosos de lo que hemos logrado.

—Lo están —le aseguro con firmeza—. Estoy convencido de que sí. Porque, mira… después de todo lo que hemos pasado, aquí estamos, todavía juntos.

Él baja la mirada por un momento, no con tristeza, sino como si estuviera protegiendo un sentimiento valioso en su interior.

—Yo también siento que estoy guiado por algo más grande —confiesa—. Como si una fuerza amorosa me empujara cada vez que estoy a punto de rendirme.

Asiento con la cabeza, comprendiendo sus palabras.—Yo creo que son ellos. Que su amor no ha desaparecido con la muerte. Que su fuerza recorre por nuestras venas, y gracias a eso… hoy puedo sentarme contigo, compartir este té, esta noche, esta vida.

Elian apoya su cabeza sobre mi hombro, y en ese instante, el silencio se convierte en un refugio, interrumpido únicamente por el suave murmullo de las hojas meciéndose con la brisa. Sentimos la presencia de algo que no podemos ver, pero que nos rodea… algo que nos sostiene.Una bendición heredada.Un reencuentro merecido.

Mientras miro a mi hermano con poca luz, un profundo sentimiento de agradecimiento me llena mi ser. Agradezco por todo lo que hemos vivido, por los obstáculos que hemos superado y por lo que aún está por venir. Porque sé que, mientras estemos juntos, todo estará bien.

La mañana siguiente se presenta suave, sin ninguna prisa. Los primeros rayos del sol se deslizan por las ventanas, entrando en el hogar como si supieran que aquí ya no hay lugar para la oscuridad, sino que todo irradia luz.

Entro a la cocina temprano. El silencio aún está presente, llenando todo en un ambiente de paz, y aprovecho ese instante de calma para preparar un desayuno que no sea apresurado, sino que sea un verdadero disfrute: pan tostado crujiente, huevos revueltos esponjosos, frutas frescas y ese café aromático que tanto le gusta a Beatriz cuando está a punto de levantarse.




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