Cicatrices de regreso

Capítulo 19: Compartiendo Momentos Con Mi Familia

Elian

Han transcurrido seis años desde que he estado dialogando con el director del instituto. Me he ofrecido a dar una charla a los estudiantes que han pasado por experiencias similares a las mías, en un entorno marcado por la violencia. Debo admitir que, al principio, me sorprendió mucho la idea y tuve mis dudas sobre si debía aceptar. Sin embargo, después de reflexionar sobre ello, finalmente decidí aceptar la propuesta.

En este momento me encuentro en un parque cercano, disfrutando de una animada conversación con Alma sobre nuestras vidas y, en particular, sobre nuestra próxima graduación, que está a solo un mes de distancia. Mientras compartimos nuestras expectativas y anhelos, Alma me comenta que necesita ir a la casa de su abuela. Así, se levanta con una sonrisa y se despide de mí mientras se aleja, dejándome sumido en mis pensamientos.

Me pregunto acerca de los momentos que hemos compartido en familia, esos instantes que nos han permitido explorar nuestras tradiciones, participar en diversas actividades y vivir experiencias que, sin duda, han fortalecido nuestros lazos. Cada encuentro familiar se convierte en una oportunidad maravillosa para crear recuerdos que perduran en el tiempo, ya sea durante las vacaciones, en las reuniones festivas o incluso en las cenas cotidianas que compartimos todos los días.

Recuerdo con cariño cómo nos reunimos en ocasiones especiales, como celebraciones de cumpleaños y festividades. En esos momentos, el ambiente se llena de alegría y risas. Cada miembro de la familia aporta su propio toque especial a la celebración; desde la preparación de exquisitos platillos que despiertan los sentidos hasta la organización de juegos y dinámicas que aseguran que cada evento sea inolvidable.

También se me vienen a la mente las diversas actividades que disfrutamos juntos. Desde excursiones al aire libre, que nos llevan a realizar caminatas por la naturaleza y exploraciones de paisajes hermosos, hasta las entrañables noches de juegos de mesa en casa, donde la diversión y la complicidad se hacen presentes. Cada una de estas vivencias nos brinda la oportunidad de conectar, compartir risas y disfrutar de la compañía del otro.

Finalmente, reflexiono sobre la importancia de estos momentos que compartimos. No solo son fuentes de felicidad, sino que también constituyen la base del amor y la comprensión que nos une como familia. Cada sonrisa, cada abrazo y cada historia que contamos se suman a la rica narrativa de nuestra familia, creando un legado de amor que perdurará a lo largo de los años.

Después de reflexionar sobre mis meditaciones más profundas, decido dirigirme a casa para ensayar la charla que tengo programada para mañana en el instituto. Mientras voy caminando, me distraigo cantando una canción que me gusta, dejando que la melodía me acompañe en el recorrido.

Al cabo de unos minutos, finalmente llego a mi hogar. Al entrar, me encuentro con una escena que llama mi atención: allí está Beatriz, deslumbrante y hermosa como siempre. Supongo que está a punto de salir, lista para algún compromiso. A su lado, veo a Dante, quien parece estar actuando como una figura paterna; lo veo regañandola de manera cariñosa y haciéndole una serie de preguntas, como si quisiera asegurarse de que todo esté bien antes de que se vaya.

Me quedo unos momentos en la puerta, observándolos sin que se percaten de mi presencia. Beatriz suelta una risa alegre mientras se ajusta el abrigo, y Dante, cruzando los brazos, la mira como si quisiera detenerla con la intensa fuerza de su mirada.

—¿Y a qué hora piensas regresar? —le pregunta con ese tono que combina seriedad y ternura.

—Dante, tengo 38 años —responde ella con una sonrisa burlona

—. Estoy saliendo, no escapando de casa.

—Eso no me tranquiliza en absoluto.

—Ya sé que no.

No puedo evitar soltar una risita baja, y ambos se giran hacia mí, sorprendidos.

—¿Tú también te vas a poner protector conmigo? —pregunta Beatriz, arqueando una ceja con picardía.

—Yo no me meto entre ustedes —respondo, levantando las manos en señal de que todo está bien.

—Pero admito que es bastante divertido verlos de esta manera.

Beatriz me lanza un beso al aire, mientras Dante hace un gesto dramático, como si estuviera a punto de desmayarse

—Nos vemos en un rato, chicos —dice ella mientras se dirige hacia la puerta, caminando con esa seguridad que siempre he admirado en ella.

Se marcha de la casa y se queda en un silencio tranquilo y comodo. Dante y yo intercambiamos miradas. Luego, él se deja caer en el sillón del salón y me palmea el lugar a su lado.

—¿Vas a ensayar tu charla? —me pregunta.

—Sí, pero antes… quiero hablar contigo.

Se incorpora un poco, mostrando interés.

—¿Sobre qué?

—Sobre todo esto. Sobre la vida, la familia… sobre cuánto te debo y lo mucho que te quiero.

Dante sonríe de una manera especial, esa que solo aparece cuando realmente se siente conmovido. No responde de inmediato. Simplemente me rodea con un brazo y me acerca a él, transmitiendo su calidez.

—No me debes nada, Elian —me dice en voz baja

—. Me basta con verte feliz. Esa es la mayor recompensa de mi vida.

Cierro los ojos por un momento, sintiendo la profundidad de su amor. Qué hermoso es este sentimiento.

—Mañana, cuando dé esa charla… estarás conmigo, ¿verdad?

—En primera fila —responde sin titubear.

Y en su voz, como siempre, encuentro la seguridad que necesito.

Subimos a mi habitación con tranquilidad. Me preparo, organizando algunas hojas con ideas que tengo en mente, aunque en el fondo sé que lo más importante es lo que realmente salga de mi corazón en este momento. Dante se sienta al borde de la cama, con los brazos cruzados, pero con esa sonrisa serena que siempre me da la confianza que necesito.

—Está bien —le digo mientras tomo una respiración profunda—. Esto es solo un ensayo, ¿de acuerdo?




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