Dante
El día tan esperado había llegado. La graduación de mi hermano era un evento que todos que hemos estado esperando con entusiasmo y emoción. Desde semanas atrás, la casa había estado en un constante ajetreo, con preparativos para esa fecha tan significativa. La mañana del evento, el sol brillaba intensamente, y el ambiente estaba impregnado de una mezcla de alegría y nerviosismo.
Mi hermano, vestido elegantemente con su toga y birrete, parecía un verdadero graduado. Un aire de orgullo emanaba de su persona, mientras se preparaba para recibir su diploma y cerrar un ciclo de esfuerzo y dedicación. A lo largo de los años, lo había visto enfrentarse a diversos desafíos académicos, y ese día era el reconocimiento de todo su trabajo y sacrificio.
La ceremonia se llevó a cabo en el imponente auditorio del instituto , un lugar que albergaba a familiares y amigos de los graduados, todos ansiosos por ser testigos de este momento tan especial. La multitud estaba emocionada, y los aplausos resonaban mientras los graduados desfilaban uno a uno por el escenario. Cuando mi hermano finalmente subió, sentí una mezcla de orgullo y nostalgia; recordé todas las noches en que había estudiado hasta tarde, las revisiones de última hora y las dudas que había tenido en el camino.
El discurso del rector fue inspirador, lleno de mensajes sobre la importancia de no rendirse y seguir adelante, a pesar de los obstáculos que la vida pueda presentar. Las palabras sonaban en el aire mientras mi hermano miraba hacia el público, buscando nuestros rostros entre la multitud. En un momento, nuestras miradas se cruzaron, y esa conexión fue suficiente para llenar mi corazón de felicidad.
Finalmente, llegó el momento inesperado . Al pronunciar su nombre, el auditorio estalló en aplausos. Mi hermano avanzó con confianza, recibió su diploma con una gran sonrisa y luego, al girar hacia el público, levantó el puño en señal de victoria. Ese gesto simbólico se convirtió en un símbolo de su logro y esfuerzo, no solo para él, sino para todos los que lo apoyamos en su camino.
Después de la ceremonia, nos reunimos en el exterior del auditorio, donde la algarabía se desató. Los abrazos, las risas y las felicitaciones llenaron el ambiente. Cada miembro de la familia expresaba su orgullo, y no faltaron las fotos que inmortalizarían ese día tan especial.
La celebración continuó en casa, donde organizamos una pequeña reunión con familiares y amigos cercanos. La mesa estaba llena de deliciosos platillos y un pastel decorado con el símbolo de graduación. Entre anécdotas, risas y brindis, la noche se llenó de memorias, y todos compartimos nuestros deseos para el futuro, convencidos de que mi hermano estaba listo para enfrentar nuevos desafíos.
final de su graduación marcaba el final de una etapa, pero también el comienzo de oportunidades y sueños por realizar. Mientras lo miraba sonreír y disfrutar de ese logro, supe que, pase lo que pase, siempre estaríamos a su lado, apoyándolo en cada paso que decida dar. Cierro este capítulo con el corazón lleno de orgullo y la certeza de que lo mejor está por venir.
Los globos aún cuelgan en las paredes, algunos platos permanecen sobre la mesa, y el aroma a pastel flota en el ambiente. Sin embargo, ya no hay ruido, ni risas, ni aplausos. Solo reina esa calma que llega cuando el día se disuelve… y lo más esencial permanece.
Estoy en el patio, sentado con una manta sobre mis piernas. La noche está llena de estrellas. Detrás de mí, escucho pasos suaves. Es Elian.
—¿Puedo sentarme? —me pregunta.
—Siempre puedes.
Se acomoda a mi lado. Aún viste la toga, aunque el birrete lo dejó tirado sobre el sofá muchas horas atrás. Se recuesta en la silla, eleva la vista hacia el cielo y suelta un suspiro profundo.
—¿Y ahora qué? —inquiere.
—Lo que desees —respondo, sin titubear.
Me mira con seriedad, pero hay una calma en su expresión.
—Tengo miedo.
—Está bien tener miedo. Eso no te hace menos valiente.
—¿Tú también lo experimentaste?
—Cuando asumí el rol de tu hermano mayor… todos los días.
Elian suelta una risa suave. Luego, el silencio se apodera de nosotros por un momento.
—No estoy seguro de cuál camino quiero escoger. Pero sé que deseo seguir construyendo algo que tenga sentido. Quiero ayudar a otros. Vivir bien. ¿Suena demasiado idealista?
—No —le contesto.
—. Suena exactamente como tú.
Lo miro y sus ojos están húmedos. No hay tristeza en su rostro. Hay emoción.
—¿Sabes qué es lo que más me entusiasma? —me pregunta.
—¿Qué es?
—El saber que no estoy solo en lo que viene. Y tú tampoco.
Me cuesta tragar. Lo abrazo sin añadir más palabras. A veces, el silencio es suficiente.
Mi hermano se gradúa, sí. Pero hoy celebramos algo mucho más profundo: que está vivo, que se siente completo y que el amor le ha devuelto el futuro.
Después del abrazo, permanecemos en silencio unos momentos más. Elian se recuesta un poco más en la silla, jugando con la punta de su toga entre sus dedos. Parece tener algo más en mente, pero duda en expresarlo.
—Dante… ¿puedo preguntarte algo… más personal?
—Por supuesto —le digo, girándome hacia él, intrigado.
—Es sobre chicas. Bueno… sobre alguien en específico.
No puedo evitar sonreír.
—¿Alguien en particular?
Se encoge de hombros, como si le costara admitirlo del todo.
—Tal vez.
Es una buena persona. Inteligente. Me hace reír. Escucha atentamente… y me observa como si realmente me viera, ¿sabes? No solo como el chico que ha superado dificultades, sino simplemente como yo. Y a veces siento el impulso de decirle algo… pero también me da miedo. No quiero estropearlo. ¿Te pasó eso alguna vez?
Me río suavemente.
—Sí. Me ha pasado. Y sigue pasándome.
Cada vez que realmente te importa alguien, un poco de miedo se cuela en el pecho.
Pero también te diré esto: a veces, no decir nada también es una manera de perder.