Cicatrices De Un Amor Real

Capitulo 1: Alis

El suave murmullo del aire acondicionado llenaba mi consultorio. Un aroma a antiséptico y café recién hecho, una combinación tan familiar que ya ni la notaba. Terminaba de examinar a mi paciente, un hombre de unos cincuenta años con la nariz enrojecida y los ojos vidriosos. A su lado, su esposa lo miraba con una mezcla de preocupación y ternura.

"Solo es un resfriado, señora," le dije con una sonrisa tranquilizadora. "Nada grave. Con un poco de Antigripal, mucho líquido y descanso, estará como nuevo en un par de días."

El hombre resopló con un tono de broma. "Peores cosas he pasado, doctora. Esto no es nada."

Su esposa soltó una risita, y yo no pude evitar unirme a ellas. Le entregué la receta, les di algunas indicaciones adicionales y los vi salir, agradeciéndome profusamente. Me puse a ordenar los instrumentos sobre mi escritorio, el suave clic del bolígrafo al cerrar la tapa. Justo cuando me disponía a acomodar unas carpetas, sentí unos brazos fuertes rodearme por la cintura.

El olor familiar a sándalo y pino me envolvió. Era Damián.
"Hola, Dami," dije, con la voz suave, a pesar de que sabía que odiaba ese apodo. Siempre lo hacía solo para molestarlo.

Sentí cómo su cabeza se movía para ver la mía y suelta un pequeño suspiro, un poco de frustración y un poco de cariño.

"Bien, Alis. ¿Qué te parece si vamos a almorzar? Laura está 'full' en la oficina, dice que nos ve en la cena."

Una sonrisa genuina se dibujó en mi rostro. "Bien, dame un segundo. Dejo mis cosas y salimos."

Caminamos hasta el restaurante que ya conocemos por años. Damián, como siempre, no evitaba soltar chistes que me hacían reír a carcajadas. Él era así: bromista, de buen humor, como si la vida fuera una paleta de colores vibrantes. En su mundo, o al menos en el que él mostraba, lo era. La risa se me escapó al pensar en eso.

"Y bien," dijo, cruzándose de brazos de forma dramática. "Este fin de semana vamos a la playa. Di que sí," dijo mientras hacía un puchero.

"¿No eres ya un poco viejo para hacer esos pucheros?" me burlé.

Se llevó una mano al pecho, su expresión se volvió de profundo dolor. "¡¿Cómo me puedes decir que soy un 'viejo'?! ¡Solo tengo veintiséis años! ¡Eres cruel!" Me miró con ojos ofendidos, aunque una sonrisa asomaba en las comisuras de su boca.

"Además, soy muy sexy y hermoso," dijo con un tono de orgullo.

"Oh, ¿sí?" dije, siguiendo su juego. "Si tú lo dices.

Ambos reímos. La familiaridad de nuestro juego de palabras era un bálsamo para el alma. Era reconfortante.
"Te llevo al hospital o a tu departamento?" preguntó Damián, señalando su reloj.

"Tengo que atender unos pacientes. Te veo en la noche."

Asentí. Nos levantamos y caminamos hacia su auto. Me senté en el asiento del pasajero y puse una canción de Adele. Empecé a cantarla a todo pulmón. Lo vi, de reojo, hacerse el duro y evitar mirarme. Pero sabía que en el fondo, quería gritar la canción conmigo.

Él era así: una mezcla de seriedad y corazón blando. Después de un rato, llegamos al hospital.

"Bueno, nos vemos en la noche," le dije, dándole un beso rápido en la mejilla.

Salí del auto y lo vi alejarse segundos después. El sonido de sus llantas sobre el asfalto se fue desvaneciendo. Entré de nuevo en mi consultorio para terminar mis otras consultas y, finalmente, poder ir a casa.

Damián
El olor a vainilla que Alis dejó aún flotaba en el aire del auto. La vi alejarse, su cabello negro ondeando mientras entraba al hospital, una pequeña figura que era mi punto de anclaje en este mundo. Era extraño. Alis era mi amiga, mi cómplice, mi hermana de otra madre.

Siempre lo había sido. Pero en los últimos años, esa familiaridad se había mezclado con una punzada de algo más, algo que no me atrevía a nombrar, ni siquiera en mis pensamientos más profundos.

Laura siempre decía que yo era el bromista, el que no se tomaba nada en serio. Y tal vez tenía razón. Era mi forma de lidiar con la vida, de mantener el caos a raya. A veces sentía que si me detenía, aunque fuera por un segundo, toda la alegría se desvanecería y el mundo gris que tanto se esforzaba en ocultar la verdad se apoderaría de mí. Pero con Alis, era diferente. Con ella, no necesitaba fingir. Su sonrisa era mi sol.

Puse el auto en marcha, el rugido del motor me hizo volver a la realidad. Tenía que volver al hospital. Me había dado un tiempo libre para poder almorzar con ella, pero mis pacientes me estaban esperando. Al llegar a mi consultorio, me puse la bata, un gesto que se sentía tan natural como respirar.

A lo largo del día, las caras de mis pacientes pasaban como en una película en mi mente. El niño con el brazo roto, el anciano con dolor en la espalda, el deportista con una lesión en la rodilla.

Todos requerían de mi atención, de mi profesionalismo. Pero una parte de mi mente seguía en el restaurante, en la risa de Alis, en su mirada cálida, en la forma en que su cabello se movía cuando cantaba a todo pulmón.

El tiempo en mi consultorio voló. El sol comenzaba a esconderse, tiñendo el cielo de naranja y rosa. Miré mi teléfono: un mensaje de Laura.

* "Cena en mi depa a las 8. No lleguen tarde. P.D. Traigan helado."

Una sonrisa se dibujó en mi rostro. La rutina. Nuestra rutina. Por un momento, me sentí seguro, protegido dentro de la burbuja que habíamos construido los tres.

Pero luego, esa pequeña voz en mi cabeza me recordó que el mundo era mucho más grande que nuestra burbuja, y que tarde o temprano, Alis saldría a explorarlo. Y no sabía si yo estaba listo para eso.



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En el texto hay: romance, amistad

Editado: 17.09.2025

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