Capítulo 5: Ella y todos sus mundos
Tú eras luz.
Pero no de esas que encandilan y se apagan.
Eras de esas luces que arden despacio, que iluminan sin querer, que transforman sin prometerlo.
Yo no sabía cómo acercarme a ti sin sentir que invadía algo sagrado.
Tu mundo era tan distinto al mío.
Tú tenías sueños con nombres grandes, con metas marcadas en calendarios, con pasiones que llenaban paredes y libretas. Yo, en cambio, apenas si entendía lo que quería. Tú te perdías en libros, en música, en ideas abstractas que te hacían brillar los ojos. Yo vivía el presente como podía, sin pensar demasiado en el después.
Estabas hecha de un fuego que yo no sabía cómo sostener sin quemarme.
Y aun así, lo intenté.
Intenté ser parte de tus conversaciones, aunque a veces no entendía tus referencias. Intenté seguir tu ritmo, aunque el mío siempre fue más lento. Intenté entrar en tus mundos, sin que tú te dieras cuenta de que los míos eran más simples, más caóticos… más vacíos.
Porque cada vez que hablábamos, me sentía menos suficiente.
Tú tenías amigos que te admiraban. Yo apenas tenía quien me escucha sin juzgar. Tú sabías poner límites. Yo aprendía a ceder. Tú soñabas con llegar lejos. Yo solo soñaba con quedarse cerca.
Y, sin embargo, me seguías eligiendo para compartir tus días, como si no vieras el desastre que yo era por dentro.
Me hiciste creer, por un momento, que nuestros mundos podían encontrarse. Que la distancia no importaba si el amor era real.
Pero no es tan fácil.
El amor no es suficiente cuando uno vuela y el otro apenas aprende a sostenerse.
Yo lo veía venir…
La separación.
El momento inevitable donde tú seguirás creciendo y yo… yo solo podía verte desde abajo, sin saber cómo alcanzarte.
Y ese miedo empezó a convertirse en realidad.
Porque tu mundo seguía girando.
Y el mío… se detenía cada vez que tú no estabas.