Para las preciosas que seducen a la oscuridad.
Para las princesas de corazón puro que adoran mancharse en sangre.
Para aquellas que retan a la muerte deleitándola.
Ahora, cierra esa boquita y pasa la página.
***
Una de nosotras tenía que casarse con el príncipe.
¿Has sentido alguna vez ese peso sobre tus hombros? ¿Aquel que te hace creer que no tienes vuelta atrás una vez que haces lo que los demás tanto quieren que hagas? Así me sentía en ese momento.
Había creído durante mucho tiempo que el matrimonio sería una gran oportunidad para empezar a ser considerada una mujer digna de respeto y gratitud, tal y como decía mi madre. Y sí, alguna vez de pequeña soñé con encontrarme con un hermoso príncipe azul como el de los cuentos de hadas, que me hiciera su esposa y juntos reinar nuestro reino.
Pero la realidad era diferente. Para mi hermana y mí, era totalmente diferente.
No habría un príncipe para cada una.
Éramos dos y él solo uno.
No nos casaríamos al mismo tiempo, coqueteando con nuestros príncipes mientras bailábamos un vals como alguna vez lo habíamos soñado juntas acostadas en mi cama.
No.
Solo una sería la elegida por el príncipe. Solo él tenía voto. Él pediría la mano de una de nosotras y, quien fuese la afortunada, tendría que aceptar inmediatamente sin reproche alguno.
Pero ese no era el único problema.
Mi hermana sí quería casarse con él. Y yo… yo no quería. No estaba lista en lo absoluto. Yo aún me escapaba del palacio para montar a caballo como lo había hecho desde que tenía catorce años. Aún me desaparecía sin decirle nada a mi madre, haciéndola enojar hasta el punto de jalarme las orejas. Yo aún amaba la libertad que yo misma me daba a escondidas. Y si ese tan esperado príncipe me elegía a mí en lugar de mi hermana, todo eso se acabaría.
Y todo sería decidido en el baile real, en ese reino vecino con quien mis padres querían forjar alianzas.
Esa mañana, me encontraba lidiando con los regaños de mi madre mientras me ajustaba el corsé desde atrás. Desde el día anterior me había estado reprochando del por qué regresé tarde al palacio montada en Copo. Y es que me había escapado en la madrugada sin que nadie se enterara, hasta que de seguro algún guardia se había ido de chismoso con mi madre. Mi padre se había reído de la situación como de costumbre, pero al ver la mirada furiosa de su esposa, se calló y fingió seriedad.
—Ya te dije que solo fui a tomar aire.
—¿Aire? ¿Es en serio, Eleonora? ¡Estuviste afuera hasta el atardecer! ¡Eso no es lo que hace una princesa!
Solté un jadeo cuando jaló esas malditas cuerdas con fuerza. Me habían despertado temprano para hacerme eso.
—Madre, me estás dejando sin oxígeno —dije casi en susurro.
—¡Silencio! Ahora obedecerás todo lo que te diga, ¿entendido? —hizo un lazo perfecto y se alejó—. Las espero afuera. Los carruajes ya están listos.
Me enderecé, intentando que el aire llegara a mis pulmones. Clara, mi hermana mayor, se mantenía seria, escuchando a mi madre.
—Claro, madre —aseguró ella.
—Perfecto. Y Andalí —señaló a mi dama. Ella rápidamente abrió los ojos muy atenta—. Vigila a esta niña.
—Como usted diga, su majestad.
—Nuestro reino de Elyndora debe unir lazos con el reino de Umbrelia. Y todo debe salir perfecto —dicho esto, salió de mi habitación.
Clara, me miró con una ceja levantada y los brazos cruzados. Me esforcé para hablar.
—¿También me vas a regañar?
—No, Eleonora. Pero no vuelvas a hacerlo, mamá ya está muy estresada con lo del baile real. Y apresúrate, el viaje tarda doce horas. Será largo.
—Lo sé.
Ella asintió y salió dejándome a solas con Andalí, quien se acercó a mí rápidamente.
—¿Cómo haces para enojar tanto a tu madre?
—Es un don que tengo en las venas.
Ella rodó los ojos con diversión. Era mi dama, pero más que eso, una amiga. Quizá para mi madre solo era una plebeya más, pero para mí, era una confidente que siempre estaba dispuesta a escucharme. Y la amaba por eso.
—Sigo sin entender cómo te dejó llevar a tu caballo al viaje luego de lo que hiciste ayer.
—Fueron exactamente cinco horas de ruego. Copito no tiene la culpa de nada, él solo me obedece. Además, no lo puedo dejar solo aquí. Quiero estar con él siempre.
—No es un bebé, Eleonora. Es solo un caballo.
—No, es mi mejor amigo.
Ella sacudió las telas de mi vestido.
—¿Segura que no volverás a escaparte? Sabes que el peso lo cargo yo por no mantenerte cerca de la reina.
Asentí.
—Le prometí que no lo haría. Mucho menos en el baile real.
—Y espero lo cumplas, Eleonora. Si ahora está histérica, no quiero imaginar cómo se pondrá si le haces una en el baile.